Así se suele calificar a quien de modo impertérrito demuestra la suficiente “cara” o “jeta” para despreocuparse acerca de si lo que hace es lo que se espera de su responsabilidad en el cargo que ocupa, o más bien, “le trae al fresco”. Tal vez resulte algo embrollado esta elegante manera de aproximarse a la figura pública del Vicepresidente económico del gobierno de ZP, pero lo cortés no quita lo valiente, que se dice.
A modo de prólogo de su reseña biográfica, ¿qué decir de un respetable, y con cara de aburrido, señor, “economista” por más señas, que ha sido Ministro de Economía en dos ocasiones, y, que, en las dos ha conducido el país a las cifras de paro más acusadas de su Historia , y sin la menor muestra de pesar por ello -en la ocasión anterior salió para un cargo más importante, y en ésta, parece ser, para una dorada jubilación-?
Solbes es un hombre afortunado que en sus días jóvenes realizó un esfuerzo en provecho propio, como tantos universitarios han hecho, para sacar unas oposiciones, que lo lanzaron sucesivamente sobre una serie de colchonetas institucionales por donde ha ido rebotando hasta la actualidad, unas del Estado español, y otras de la Comunidad europea, algo así como de “oca en oca, y tiro por que me toca”, sólo que, durante toda su vida laboral y cambiando tan sólo de matrícula en el coche oficial.
Un esfuerzo parecido al del portero de una gran Comunidad de vecinos, pero con ayudantes que recojan la basuras, y la saquen al exterior, y con una jubilación algo más holgada consistente no sólo en la pensión de la Seguridad Social y el reloj de oro procedente de la buena voluntad del vecindario. Al menos, en su caso, los acaudalados banqueros beneficiados con el generoso “aguinaldo” que recién termina de otorgarles, demostrarán su agradecimiento de manera más rumbosa. En esto, hay que reconocerle talento, porque si hubiera repartido dicho aguinaldo entre los conserjes, escasa hubiera sido la retribución en su jubilación, pero seguro que el Consejo de Administración, sus hijos y parientes más allegados, se rascarán el bolsillo con generosidad y tronío. ¡Chapó, Sr. Solbes!
Se jubila acompañado de una triste halo que le envuelve junto a la frialdad de las cifras entre las que se ha movido siempre, más bien para mal que para bien, como el gerente de una empresa de pompas fúnebres que cumple su función social sin duda alguna, pero que la cara de fiestas no le acompaña. ¿No salen los números?... da lo mismo, lo suyo no son los malabarismos, ni el optimismo, esa función ya estaba asumida por los sucesivos jefes de Gobierno que le convocaron. Lo mismo Felipe González que ZP pertenecen a esa especie del moro español que Cervantes denominó “marfuz”. Para evitar al lector ir hasta el Diccionario, quiérese decir con este término, falaz, mentiroso, y así lo afirma en sentido genérico: “todos los moros son marfuces”. Ellos se encargan con el optimismo compulsivo, con los juegos malabares, y el engaño reiterado, de disimular la realidad de las cifras. El papel de Solbes se ha limitado a encoger los hombros, y a repetir: ¡A mí, no me pregunten!. Ahora, asegura haber llegado a una edad en la que cree oportuno ocuparse de otras cosas. Cómo aquel canónigo de La Seo, de Zaragoza, al borde la muerte que le fueron a comunicar su cercano tránsito a fin de preparar su alma, diciéndole que iba a pasar “a mejor vida”, y, entre los almohadones de su lecho preguntó sorprendido: ¿Mejor aún?...