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Cataluña somos todos

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No me va a quedar más remedio que retractarme de lo expuesto en mi columna semanal en El Periscopi del pasado jueves, día 7 de enero, en la que trataba al señor Mas i Comasema, el hasta hace tan solo unos días presidente en funciones de la Generalitat, de poco menos que mezquino por no querer mover un ápice su posición en pos de un proyecto común. Pero al fin, todo apunta que ha terminado cediendo a las presiones ejercidas por los anticapitalistas de la CUP para que su egregia figura no volviese a comandar una vez más los destinos de la comunidad autónoma catalana. Digo que no me va a quedar más remedio, porque la evidencia está ahí, y poco más podría acometer yo para refutarla, si fuese ese el caso, que explicar una decisión que a primera vista parece derrochar altruismo por los cuatro costados.

Dicho esto, no sólo en la forma sino en el fondo, se deduce fácilmente que Arturo Mas, nombre con el que consta en su partida de nacimiento -por obra y gracia del dictador, debo aclarar- no es santo de mi devoción. Determinadas acciones, de carácter puramente mercantilista, acometidas por su gobierno en contra de los intereses de los menos favorecidos, le convierte en persona non grata para mí. Esperemos que su oscura sombra no se revele tan alargada como la de Pujol, para que no acabe condicionando las futuras acciones de su relevo en el cargo que tanto le ha costado ceder. Y puesto que el propio expresident lo ha confirmado -y huelga decir que yo le creo- la decisión de proponer al hasta ahora alcalde de Girona para que le suceda ha sido suya, y eso, cuando menos, debería hacernos pensar.

¿Qué podemos esperar, pues, de Puigdemont? Nosotros, el resto del estado me refiero, porque lo que pueden esperar los catalanes francamente no me quita el sueño. Cualquier anhelo, conducido con cautela para que no alcance un grado de exacerbación por el que algunos están dispuestos a abogar, me parece lícito. Ahora solo hace falta que el próximo presidente español tenga la capacidad que Rajoy no ha tenido para buscar un consenso que solucione el problema, o cuando menos no deje a nadie contrariado; que de eso trata la democracia.

Cataluña somos todos

Francisco J. Caparrós
lunes, 11 de enero de 2016, 23:00 h (CET)
No me va a quedar más remedio que retractarme de lo expuesto en mi columna semanal en El Periscopi del pasado jueves, día 7 de enero, en la que trataba al señor Mas i Comasema, el hasta hace tan solo unos días presidente en funciones de la Generalitat, de poco menos que mezquino por no querer mover un ápice su posición en pos de un proyecto común. Pero al fin, todo apunta que ha terminado cediendo a las presiones ejercidas por los anticapitalistas de la CUP para que su egregia figura no volviese a comandar una vez más los destinos de la comunidad autónoma catalana. Digo que no me va a quedar más remedio, porque la evidencia está ahí, y poco más podría acometer yo para refutarla, si fuese ese el caso, que explicar una decisión que a primera vista parece derrochar altruismo por los cuatro costados.

Dicho esto, no sólo en la forma sino en el fondo, se deduce fácilmente que Arturo Mas, nombre con el que consta en su partida de nacimiento -por obra y gracia del dictador, debo aclarar- no es santo de mi devoción. Determinadas acciones, de carácter puramente mercantilista, acometidas por su gobierno en contra de los intereses de los menos favorecidos, le convierte en persona non grata para mí. Esperemos que su oscura sombra no se revele tan alargada como la de Pujol, para que no acabe condicionando las futuras acciones de su relevo en el cargo que tanto le ha costado ceder. Y puesto que el propio expresident lo ha confirmado -y huelga decir que yo le creo- la decisión de proponer al hasta ahora alcalde de Girona para que le suceda ha sido suya, y eso, cuando menos, debería hacernos pensar.

¿Qué podemos esperar, pues, de Puigdemont? Nosotros, el resto del estado me refiero, porque lo que pueden esperar los catalanes francamente no me quita el sueño. Cualquier anhelo, conducido con cautela para que no alcance un grado de exacerbación por el que algunos están dispuestos a abogar, me parece lícito. Ahora solo hace falta que el próximo presidente español tenga la capacidad que Rajoy no ha tenido para buscar un consenso que solucione el problema, o cuando menos no deje a nadie contrariado; que de eso trata la democracia.

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