Es evidente que, éste que les marga la vida con sus modestos escritos, está viviendo en otro mundo, en otra galaxia a la que seguramente algún ser compasivo lo trasladó sabedor de que, a mi edad, ya era incapaz de asimilar las nuevas costumbres que se han venido imponiendo durante los últimos años. Será por esto que, cuando comprobé que una madre había sido condenada a nueve meses de prisión y a un alejamiento de dos años de su hija, una chiquilla de once años a la que, por lo visto, había abofeteado porque la niña se había comportado mal con unos parientes; no pude menos que comparar tal rigidez de la ley, tanto ensañamiento del juez y tanta hipocresía de la sociedad, con el valor que la justicia les da a las sanciones que reciben algunos etarras o el trato de preferencia y complacencia que aquellos terroristas que circulan por las calles de Euskadi, los de la Kale Borroca, reciben cuando los sorprenden haciendo salvajadas, quemando autobuses o atacando a los policías con botellas de alcohol inflamado.
¿Deberemos pensar que, el hecho de que una madre castigue una conducta inaceptable de una niña de once años, con un correctivo que, en el peor de los casos, provocará la vergüenza de la muchacha, pero que no le causa ningún mal irreparable, tiene tal entidad jurídica que merezca una penalización superior a la de una mujer que, simulando condiciones mentales o físicas especiales, se deje practicar el aborto de un feto lleno de vida? Es evidente que algo no funciona bien en esta sociedad donde pueden ocurrir tales desafueros. Nadie, y digo nadie, porque sólo un ser desalmado es capaz de infligir un daño desproporcionado a un ser indefenso, como es un niño, podrá ser partidario de que se maltrate sistemáticamente a un menor, de que se le torture o de que se le abandone, sin prestarle los cuidados necesarios para que mantenga su salud física o mental; pero no seamos farisaicos, no queramos reglamentar la actuación de los padres privándoles de los medios necesarios para educar a sus hijos. Insisto, no actuemos influidos por los casos que se ven continuamente por la TV, en los que unos padres cometen barbaridades con niños inocentes, porque no es este el caso de la gran mayoría de padres, que cuidan con gran solicitud a sus hijos, se ocupan de ellos cuando están enfermos y les otorgan toda clase de de comodidades, preocupándose de que reciban la enseñanza apropiada. La mayoría no son criminales y por tanto no se los debe criminalizar.
Cuando uno se entera de que, desde estancias europeas, se está legislando para endurecer las leyes que “supuestamente” protegen a los niños, no puedo menos que pensar en las manifestaciones de la señora Cabrera calificando de “agresiones” a cualquier castigo físico dado a un niño, sin establecer distinciones, intensidades, oportunidades y edades de los sujetos pasivos del castigo ni distinguir entre castigos violentos o simples “advertencias”. Califica la señora ministra de “fracaso de la inteligencia” y afirma que “no existe un mínimo aceptable” en lo que califica como violencia; pero, lo más curioso, es este eslogan que se está emitiendo en contra del castigo corporal: “Tus manos son para proteger” Muy bien, estamos de acuerdo con ello pero, antes, sería conveniente que la señora ministra y todos los que piensan tan radicalmente que, el castigo físico, nunca debe estar permitido, que nos aclararan algunos puntos.
El primero, que nos dieran una explicación razonable del porqué durante los últimos años en los que, esta filosofía contraria al castigo corporal de los niños, ha tenido tanto predicamento; resulta que han coincidido con un deterioro tan evidente del comportamiento de los menores, que ha llegado a cotas inimaginables en cuanto a indisciplina escolar, agresiones a compañeros y a sus propios padres, aumento de la drogadicción, adicción a la bebida, insubordinación y agresiones a los profesores; criminalidad y torturas etc. No existe, ciertamente, un paralelismo entre el sistema de educación que se nos propone, con los resultados del mismo; antes al contrario, más bien parece que la política de permitir al niño que haga lo que quiera, que se le debe convencer con el razonamiento, que se le debe convertir en el rey de la casa y no incomodarlo bajo ninguna razón, da la sensación de que ha sido un fracaso sonado. ¿No será que no se puede juzgar por igual cada tipo de castigo corporal?, ¿No será, señora Cabrera, que esta teoría que usted sustenta de no al cachete, no al azote y no al grito, no resulta ser axiomática como nos pretende hacer creer? Yo no sé si la ministra tiene hijos, pero yo si los he tenido y puedo decir que, los tres, son unas magníficas personas, equilibrados, trabajadores y buenos padres de familia. Naturalmente, en ningún caso tomé en cuenta estas medidas tajantes que hoy imperan para educarlos debidamente.
Porque, señora ministra, con un niño de unos meses que se empeña en coger un cuchillo de encima la mesa o que intenta tocar la llama de la chimenea o arrebatarle a su hermano mayor uno de sus juguetes, no se le puede razonar, porque el niño no entenderá el razonamiento y, si se le deja o se quemará o se cortará o se saldrá con la suya, causándole un disgusto a su hermano que puede que, a partir de aquel momento, le coja ojeriza a aquel intruso que ha invadido sus derechos sobre aquel juguete. Un simple golpe de advertencia, ni tan blando que no sirva para nada ni tan fuerte que le causara un daño excesivo, sería, a mi entender lo recomendable para que el bebé sepa que aquello no está permitido. Seguro que no habrá necesidad de repetirlo muchas veces, porque los niños son listos y aprenden rápido. A esto le llamo educar a un niño. Lo mismo que no se les deben conceder todos los caprichos, aunque berreen, y si persisten en ser malcriados, un azote oportuno en salva sea la parte tiene más eficacia que veinticinco sermones a cargo de una madre amantísima, que ignora que el rorro es un ser, por naturaleza egoísta, que sólo busca satisfacer sus deseos. Y eso también considero que es educar a un niño
Se empieza por perderse la autoridad en casa y aquel chico, que no respeta a sus padres, menos respetará a sus profesores o a quien intente ponerle freno a sus presuntas libertades. Lo que ocurre es que ustedes, los socialistas, desde que ocuparon el poder se han empeñado en destruir a la familia tradicional, la que formaba una piña y la que, entre todos, con algunos azotes, lo reconozco, conseguían inculcar en sus descendientes una educación efectiva y sin complejos. Hoy en día, con la familia desprestigiada y una enseñanza laica y relativista, los muchachos que se abren a la vida crecen convencidos de que el mundo es jauja y que basta pedir para que se les conceda. No nos salgan con cuentos de los derechos de los niños porque los niños, en efecto, los tienen, pero a recibir una buena educación; una moral que exija el respeto a los demás y a las buenas costumbres; a que no se les impida acceder a una formación religiosa y a que se les enseñe a respetar las normas.¿Qué sabrán ustedes de educar a la juventud, si se han pasado la vida intentando corromperla con sus doctrinas permisivas, con su sexualidad libre y con su desprecio por la familia y la religión?
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