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Diálogos controvertidos

Rafael Pérez Ortolá
Rafael Pérez Ortolá
lunes, 17 de noviembre de 2008, 06:59 h (CET)
En la vida se hacen las mismas cosas de muy DIFERENTES MANERAS; llegan a no parecerse entre sí. Como resulta patente, se habla y no todos dialogamos, se usa la palabra diálogo a troche y moche, y con ella se denominan hasta auténticos disparates. Es una actividad de lo más primitiva, entre la gente corriente se desarrolla con sus variaciones y sin aspavientos. Sin embargo, los pretendidos avances en las altas esferas mediáticas y políticas, han convertido eso del diálogo en un ente impreciso y no pocas veces perverso. ¿Cómo lo percibimos cada uno de nosotros? ¿Detectamos sus diferencias? ¿Nos importa un bledo, cómo y de qué se dialogue?

Si del DIÁLOGO hacemos referencia, no basta con el lenguaje y el habla; el oido, para los escuchantes es también un componente fundamental. Ambas son funciones alternantes. No se entiende un diálogo unilateral, eso es un monólogo, por mucho que nos fuercen a interpretar lo contrario. ¡Y se empeñan, vive Dios! En ocasiones, los diálogos son intrascendentes, charloteo de uso liviano; no lo despreciemos, sobre todo a la vista de los despropósitos que llegan a producirse. Si se basan en aspectos reales y admiten ajustes o acuerdos, convendremos en el tono constructivo de los mismos, colaboran en la búsqueda de las soluciones útiles, convergen hacia elaboraciones para la comunidad. Los destructivos se obturan en torno a unas obstinaciones insaciables, de fanatismos irreductibles; aún hablando, no se contaminan con otras consideraciones, se van saliendo de un diálogo propiamente dicho. La variedad de personas multiplica los puntos de vista, no extrañará que las tomas de posición adquieran tintes tan diversos. Esto puede semejarse a Babel, cada cual con su apreciación.

La intención o la necesidad, quizá nos conminen hacia el esclarecimiento de unos datos, o bien a la toma de posiciones ante una encrucijada determinada. Se generan las deliberaciones pertinentes para poner en claro el asunto, un DEBATE que aporte la precisión y conocimientos convenientes. En esta tesitura habrá debates científicos en busca de unos resultados objetivos; del mismo modo, habrá deliberaciones ejecutivas, que exijan a modo de conclusiones. En ambos se obliga a un acuerdo final, en algunos aspectos o en todos, por que la decisión final lo requiere. Como pasaba con los diálogos menos formales, se dan aquí los debates frívolos y vociferantes; ya ni se habla de opiniones, suele tratarse de fantasías irreflexivas, por lo general irrespetuosas. La sensatez y la comunicación entre las personas se escabulle, escapa entre los improperios. ¿Eso es un debate? Si por el contrario, se delibera con los enfoques diferentes, no siempre es necesaria una conclusión. Pocas veces, únicamente en las citadas decisiones ejecutivas o resultados científicos. Las más de las veces, las soluciones finales o los consensos, son falsos o innecesarios. La mejor labor del debate sería el ofrecimiento, la muestra patente, de las múltiples facetas de cada asunto y cada persona. Esto es lo que hay. La decisión, suando se exija, supone otras consideraciones.

Quizá en esa observación diaria, encontremos en las cercanías algo similar al efecto logrado con el EXPERIMENTO llevado a cabo en Colorado. ¿Qué ocurre con los debates? Se trató de detectar alguno de sus efectos o consecuencias sobre los participantes. Se reunió a un grupo de ciudadanos de Boulder, con sensibilidad izquierdista conocida; frente a un grupo de Colorado Springs, de orientación derechista. Trataron diversos asuntos, homosexuales, calentamiento global y otros. Una vez concluido el debate, los resultados precisaban una posición más izquierdista en los de Boulder, con una mayor derechización de sus oponentes de Colorado. Se acentuaron las posiciones, se agrandó la brecha entre sus posicionamientos; no hubo aproximación, si no al contrario.

Corremos un riesgo peligroso cuando afrontamos alguno de los diálogos mencionados. El de convertirnos en un inexpresivo TOTEM, como ídolo representativo de la necedad humana. A poco que relajemos la atención, prescindirán de los sentimientos, deseos y opiniones de cada particular; se impondrá alguna de esas corrientes globales tan modernas. Si con eso nos sentimos satisfechos, no añadamos ninguna palabra más. Si por el contrario, quisiéramos reclamar aquella parcelita personal e íntima, hemos de desechar la renuncia, para mantener incólume la inquietud de la llama. George Steiner distinguía los chismorreos sin más, los carteros-profesores que transmitían los conocimientos, y los creativos en mayor o menor grado. En contra de la necedad castrante, necesitamos esa parcelita personal, esa manifestación única.

No existe el diálogo que englobe todas las condiciones. Ni tan siquiera un sueño es. Esa capacidad de comprensión es una falacia, sin más. No se trata per se de una debilidad, estamos constituidos de matices, diferencias y peculiaridades sin fin; esa es la gran riqueza de los humanos. Ahora bien, lleva consigo la FRAGMENTACIÓN, visible en cada una de las expresiones del individuo. En el diálogo se expresa esto con especial claridad. Si en vez de disfrutar de esta riqueza, la despreciamos, es evidente la pérdida. No sé porque se presiona tanto con la unión cultural, es un concepto preocupante, lleno de peligros, de dominios y de abusos. Es ineludible el fragmento de cada persona y la lógica de su discurso. ¡Vivan los fragmentos! Porque eso del gran hermano terrenal me alarma.

De lo comentado se deduce la importancia de la ESTIMACIÓN con la que nos aproximemos a la conversación en todos sus niveles, a ese intercambio de palabras e ideas, habitual y necesario. Si lo hacemos con indiferencia, permaneceremos al margen sin remisión, en un limbo poco estimulante; propenso a la abulia, melancolía y frustraciones sin fin. Con una apreciación parcial, sectorial e interesada, desdeñando otras opciones; iremos directos hacia la desconexión. Cuando optemos por la incoherencia, sencillamente, no habrá quien nos entienda, ¿Diálogo mostrenco? En la medida que los intercambios sean bruscos e intolerantes, las chispas devienen en una hostilidad y desprecio progresivos; con el consiguiente ambiente irrespirable.

No todos los diálogos lo son, ni todos los debates tampoco. Aunque ya nada nos extrañe, no me engañan con las ostentosas PARAFERNALIAS. El vocerío televisado o el monólogo empecinado de cada mequetrefe subido a una poltrona, no convierten el parloteo en diálogo. No son capaces de ese milagro en que al fin se muestre ese intercambio de palabras con meollo y sinceridad; carecen de un fondo valioso, no tienen tuétano. Si nos acucian las preguntas, ¿De qué se habla? ¿Para qué? ¿Con quién? ¿Cuáles son los horizontes?; están abiertas todas las vías. Concluiremos que lo más saludable es la controversia, la pugna sincera y razonada; por que es la sal del diálogo. Lo peor sería poner en entredicho al propio diálogo, creyendo en los mil disfraces con que nos aturden.

¿Habrá diálogo en Washington? ¿Dialoga la justicia a derechas e izquierdas? ¿Dialogan sus señorías en el Parlamento? ¿Qué es eso del diálogo?

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No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

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