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Mi reflexión sobre la ONU

Francisco Rodríguez
lunes, 7 de diciembre de 2015, 23:00 h (CET)
La Organización de Naciones Unidas creada en 1945, tras la II Guerra Mundial, está teniendo una vida mucho más larga que su antecedente la Sociedad Naciones, que solo duró desde 1920 a 1946. Tanto una como otra nacieron con el noble propósito de mantener la paz en el mundo. La Sociedad de Naciones no consiguió evitar la segunda guerra Mundial, la ONU tampoco ha conseguido evitar guerras limitadas, pero continuas, que se han ido produciendo en nuestro mundo, desde la de Corea a la actual contra el llamado estado islámico.

En 1948 la ONU alumbró la Declaración Universal de derechos humanos cuyo artículo primero declaró que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, pero uno de los firmantes, los Estados Unidos, mantuvieron la discriminación racial hasta finales de los años 60, y se abstuvieron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus satélites lo mismo que hizo Arabia Saudí.

El derecho de veto que se reservaron determinados países pone de manifiesto que a pesar de los altisonantes propósitos, esta organización supranacional ha estado al servicio de los intereses de los más fuertes. Seguramente si no hubiese existido la ONU habría sido peor, pero confiar en ella como última instancia para restablecer la justicia y el orden, parece excesivo.

A lo largo del tiempo la ONU ha ido creciendo en complejidad y creando otros organismos que funcionan teóricamente bajo su control pero que en realidad manejan una maraña de expertos al servicio de variados grupos de presión económicos e ideológicos.

La imposición de políticas antinatalistas, bajo el eufemismo de salud sexual y reproductiva, la difusión de la ideología de género o la promoción de “nuevos derechos emergentes”, cuando tanto queda por hacer respecto a los que detalló la Declaración Universal, resulta inquietante.

Ahora se está celebrando la Cumbre sobre el calentamiento del planeta. Pedir a todos que dejemos de estropear nuestro ambiente, mares, ríos, bosques y montañas, con basura me parece excelente, pero pretender que todos los países reduzcan sus emisiones de CO2, es la oportunidad para que los más poderosos impongan una carga onerosa a los pobres con la coartada de salvar el planeta.

Que las variaciones climáticas a escala planetaria sean producidas por el hombre no es algo indubitable. La actividad solar y la actividad volcánica quizás tengan más influencia que el parque automovilístico o las calderas de calefacción. La industria necesita energía para cualquier proceso de transformación y sería altamente beneficioso utilizar una que fuera limpia y barata. Creo que hay muchas posibilidades de sustituir la energía fósil por la fotovoltaica la eólica o la nuclear. Esta última ha contado con la cerrada oposición ecologista con su lema “Nucleares no, gracias”.

Puede que en todo ello entren en liza los más variados intereses. Si se abandona el petróleo, el gas o el carbón algunos saldrán perjudicados. Si se opta por las renovables algunos saldrán beneficiados, aunque aquí en España no parece que nos haya abaratado el consumo haber invertido grandes cantidades en placas solares o columnas eólicas.

Detrás de cada actuación de los organismos de la ONU, como soy mal pensado, creo que lo que se mueve no son sus elevados propósitos fundacionales sino simplemente intereses económicos y en esto del clima también.

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