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Fecundación in vitro y madres de alquiler

Octavi Pereña
Octavi Pereña
jueves, 13 de noviembre de 2008, 11:24 h (CET)
La ley española prohíbe que una mujer ceda su útero para que se le implanten óvulos fecundados de unos futuros padres. Juan Antonio García, director del Instituto Valenciano de Infertilidad, afirma que “hay demanda . Es pequeña, pero lo suficiente para que esto sea legal”. Según los entendidos en problemas de fertilidad, la forma de vida actual caracterizada por el estrés y la contaminación de los alimentos , contribuye a incrementar los casos de infertilidad, por lo tanto, la presión para que se legalice el alquiler de úteros, popularmente conocido como «madres de alquiler», se incrementará hasta que se legalice su práctica tal como ya sucede en algunos países.

El problema de la infertilidad no es reciente. Existe desde los tiempos bíblicos. Sara, la mujer del patriarca Abraham era estéril. Humanamente hablando le era imposible concebir el hijo de quien procedería la descendencia en quien serían bendecidos todos los pueblos de la tierra. En aquella época lejana las técnicas médicas eran rudimentarias y no habían alcanzado la sofisticación actual. Pero los matrimonios sin hijos no permanecían de brazos cruzados ante el problema de infertilidad que les impedía tenerlos. La solución encontrada era que una esclava pusiese a disposición de su señora infértil sus óvulos y útero para que la fecundase el marido.

Hoy en día, como antaño, sólo las clases acomodadas pueden beneficiarse de las técnicas para combatir la infertilidad. Pocos son quienes pueden aprovecharse de las técnicas de fecundación in vitro o disponer de un útero de alquiler porque pecuniariamente es muy caro. En los tiempos de Abraham, ¿quién podía tener esclavos? Solamente quienes poseían abundantes rebaños.

La esterilidad femenina en la antigüedad bíblica se consideraba un deshonor y el uso de la esclava era una práctica habitual entre los poderosos. Abraham, con una fe debilitada en la promesa de Dios de que tendría un hijo de su esposa Sara, no tuvo inconveniente de tener un hijo de su esclava egipcia Agar. Más tarde, Isaac, el hijo que Abraham tuvo de Sara, resultó ser que su esposa Rebeca también era estéril y, en vez de servirse de una esclava “oró a Dios por su mujer, el Señor escuchó la súplica y Rebeca concibió”. En el caso de Jacob, hijo de Isaac se utilizó la «fecundación asistida» de la época, porque su mujer Raquel también era estéril hasta que “finalmente Dios se acordó de Raquel, la escuchó y la hizo fecunda”.

En el aspecto humano la fecundación es cosa de dos, pero la vida la origina Dios. El Creador podría habernos creado hermafroditas y la reproducción quedaría reducida a uno solo. Pero no, se necesita la pareja: el hombre y la mujer, pero quien decide o no la fecundación es Dios. Por los motivos que sean y que rehuyen a nuestra comprensión, la esterilidad puede ser temporal o permanente. En ambos casos el desasosiego se apodera de los matrimonios que anhelan tener hijos y éstos no llegan. La desazón impulsa la precipitación. El apresuramiento no es un buen compañero de viaje porque las consecuencias no son siempre las que se esperan.

Para mí, la mejor manera de afrontar el problema que comentamos es hacer lo mismo que hizo Isaac que “oró por su mujer” y dejó en las manos de Dios el resultado. El Señor siempre escucha las oraciones de quienes con sinceridad y fe firme se dirigen a Él y aceptan humildemente las respuesta aún cuando ésta no sea la que se espera. La razón es muy sencilla: Dios es el soberano absoluto que decide lo que es más conveniente par el orante. La fe genuina en Dios sabe esperar. No se precipita porque sabe que la respuesta que se recibe , aunque sea NO, es la más conveniente.

Las técnicas rudimentarias de fertilidad asistida de la antigüedad cuando iban acompañadas de hijos «nacidos normalmente», si por natural los hermanos discrepan y se pelean y se dicen «no me ajunto contigo», entre los hermanastros las peleas se hacían más violentas. Las historias de Abraham y Jacob lo corroboran. Cuando se utilizan las modernas y sofisticas técnicas para combatir la infertilidad, no están todavía bien documentados los efectos que producen en las relaciones de los hijos nacidos de manera natural y los que son fruto del uso de madres de alquiler. A pesar de que la documentación recopilada no es muy abundante, existen indicios que muestran que la fecundación «anormal» genera conflictos entre los hermanos y entre el hijo nacido utilizando a una madre de alquiler y sus padres.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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