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Fauna humana de playa

Mikel Agirregabiria
Redacción
martes, 12 de agosto de 2008, 22:45 h (CET)
El antropólogo aficionado encuentra un hábitat excepcional en las aglomeraciones estivales de las costas arenosas.

La mayoría de la gente va a la playa en verano con el único objetivo de descansar, bañarse y tomar el sol. Pero los arenales ofrecen un espectáculo tan variado que ni los circos de muchas pistas apenas podrían representar. Los grupos humanos presentes en una aglomeración multitudinaria deben ser descritos por rasgos diferenciadores. Una taxonomía de urgencia permite clasificar los siguientes especimenes frecuentes en nuestros litorales veraniegos.

En primer lugar, por cronología, están los conquistadores, gentes madrugadoras que plantan todo tipo de cachivaches en los lugares más selectos para tomar posesión posteriormente de sus tierras. Se valen de sombrillas viejas y sillas desvencijadas, con la doble virtud de ser aparatosas e indignas de ser robadas. Su esforzada labor matutina queda desvirtuada por el segundo colectivo, los vanguardistas. Estos llegan tarde, pero son capaces de encontrar esa “primera línea de playa”, por delante de la anterior “primera línea”… Entre tanto, llegan al lugar del desafío los palistas, gente que evidencia que, como compensación a no haber dado en toda su vida un palo al agua, le dan a la pala en medio del agua… y del resto de sus supuestos congéneres. Estos gremios contrastan con los carbonizados, bultos dormidos o entes semimuertos que permanecen inmóviles en decúbito supino sobre una toalla achicharrándose y que, a media mañana, se dan la vuelta para pasando a decúbito prono asegurarse una incineración por ambas caras.

Entre los itinerantes también se distinguen tipologías peculiares. Descontando a los sembradores, de arena, esos niños incontrolados que te garantizan arenisca en los ojos, pueden observarse las gastadoras, de playa, mujeres caminantes compulsivas de distinta edad y condición que marchan a gran velocidad, yendo y volviendo, no se sabe si para rebajar peso o para producir más… arena. Tampoco es difícil detectar a los autistas, del teléfono móvil, que con semejante excusa y a voz en grito nos deleitan con sus penas y su inconmensurable… incultura. Sin agotar el elenco de especies playeras, no podemos dejar de recoger en este primer catálogo a los minimalistas, que en el espacio comprendido entre un parasol y la nevera portátil es capaz de concentrar a tres generaciones de una misma familia, y a todos sus amigos y parientes de la pedanía. Parece increíble el poder de tortillas y gaseosas, que -aliadas con un sol de justicia- produce el perfecto modelo de “familia unida” en un solo metro cuadrado de sombra.

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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