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Deducción viciada

Rafael Pérez Ortolá
Rafael Pérez Ortolá
lunes, 14 de julio de 2008, 03:33 h (CET)
Al estilo de lo referido en las fábulas clásicas; las cosas, vistas a través de las grandes distancias o desde cerca, modifican diametralmente su aspecto. En el horizonte marino, la apariencia de un buque en la lejanía, con su acercamiento adquiere formas de barquichuelo y, desde cerca, no se trataba más que de matojos y cañas. De la misma manera, cambian también muchas cosas; hasta las personas se ven con distinta apreciación. Ocurre con las leyes, con las actuaciones políticas y con las ideologías. La visión cercana permite la precisión y dificulta los disimulos. ¿Quién podrá resistir ese cambio de PERSPECTIVA, sin desmerecer en el empeño? La distancia es un factor crucial para comprender cada circunstancia, no el único, ni quizá el más importante; buena expositora de las dificultades para una correcta percepción de los acontecimientos generales y las propiedades de cada persona, animal o formas inanimadas. ¡Qué difícil resulta una deducción atinada a partir del entorno!

El muy metódico Sherlock Holmes recurría al paciente y riguroso exámen de los detalles, con el objetivo directo de lograr una buena deducción. En una reciente editorial del Annals Internal Medicine, apoyan ese arte y esa ciencia necesarios para el mismo objetivo deductivo. Para la obtención de unas conclusiones acertadas, no basta con un discurso anárquico aturdido por remolinos y salpicones, el MÉTODO adecuado es fundamental, imprescindible. Si nuestra organización fuera defectuosa, no sería posible el razonamiento deductivo; podrá existir un razonamiento, pero nunca una deducción de mérito. Sin el acercamiento metódico, tendremos acceso a unos datos, pero dificilmente llegaremos a su comprensión. Sin esa disposición organizada, ¿De qué nos sirven los datos aislados?

A diario se nos ofrecen conclusiones muy mal elaboradas, defectuosas, y no pocas veces, rotundas barbaridades. En parte, los procedimientos para obtenerlas son muy variados; con el añadido de estudios costosos e ingentes esfuerzos para su consecución. De ahí que, si no nos fijamos en los métodos usados, nos expondremos a colaborar con despropósitos considerables. Observaremos numerosos ERRORES que desvirtuan el trabajo realizado, se acaba defendiendo como hechos a pretendidas realidades no comprobadas. Así; 1. La pretensión de generalizar, con datos muy locales o personales. 2. Abundar con cifras o datos de poca relevancia para el asunto en cuestión. 3. No explicar la metódica seguida. 4. Apoyos ajenos injustificados, por desconocer el asunto, ¿Qué vale su apoyo? Se puede caer en más errores, no siempre detectados a simple vista; suelen disimularse.

Empezando por las pesquisas policiacas, pero en los sesudos trabajos científicos ocurre lo mismo; todos coinciden en una realidad, no existen dificultades serias para construir una serie de INFERENCIAS, adheridas al grueso del estudio. ¡Cuánto más fácil será su introducción en la vida corriente! Pueden proceder de los antecedentes, del énfasis en resaltar un resultado, silencios, pantomimas o desviaciones. Si estas arrastran errores como los citados, aportarán influencias detestables. Como indica el editorial citado, es preciso un escrutinio concienzudo, es la forma de impedir unas actuaciones equívocas, y aún peor, imposiciones de criterios falseados. Con suma facilidad se introducen imprecisiones o resultados sin relación con la esencia del asunto tratado. Se trata de una facilidad inconveniente.

Se nos presenta una nueva dificultad, resolverla se convierte en una auténtica labor de artistas. Ya lo dice el mismo Holmes. Es importante el discernimiento entre lo que es incidental y lo que es vital. ¡Menudo reto! La dificultad de comprensión no siempre es la misma, ya hemos visto como la transparencia brilla por su ausencia ante la menor tentación. Se solapan intereses e intenciones. ¿Quién será capaz de bucear en esta maraña de actitudes controvertidas o, como poco, heterogeneas? Se dice muy pronto eso de INCIDENTAL o VITAL, otra cosa es sobrellevarlo. De estas dificultades en el procedimiento, tampoco se libran los estatutos, tablas o recomendaciones; que suelen precindir de esa poquedad representada por cada persona. Vieja tarea inacabada, la cizaña y el trigo, el trigo y la paja.

De ahí que en los episodios policíacos, en los avances de la ciencia y en las actuaciones personales, son innumerables los factores con capacidad de influencia. Hasta que, de pronto, surge el brote mágico; se disuelve la bruma y aparece la orientación más conveniente. Esa EVIDENCIA circunstancial desanuda el conflicto. Un punto de vista acertado, una actuación astuta, la suerte, pueden convertirse en el factor propicio para el hallazgo. Habrá quien lo vea como una miseria humana, por la indeterminación o la incertidumbre. Otros disfrutarán de las maravillosas posibilidades que abren esas complejidades. El toque del artista, el toque de la ciencia o las pinceladas del amor, nunca están previamente establecidas; sólo partimos de indicios.

Al cabo de estas investigaciones, aún superando dificultades como las antedichas, se genera el dictamen de ciertas respuestas con el pretendido halo de la certidumbre. Sin embargo, ese resultado obtenido, también ofrece EXPRESIONES muy diferenciadas entre sí. Algunas serán exactas o matemáticas, aparentemente inamovibles. Habrá conclusiones que aportarán sólo indicios, evidencias de alguna probabilidad. Luego tendremos las sensaciones, valorando si son de fiar o no los sentidos. Para incluir entre ellas, como remate, las percepciones del intelecto, con sus convicciones y pretendidas seguridades. Cuatro vías principales para la recolección de datos; ninguna desdeñable, por que son reales. Aunque, eso sí, complican las deducciones.

Ángel González se puso en la insinuación poética para saber lo que es el agua. Recomendaba no entretenerse preguntando a sujetos desabridos, pasotas o iluminados. Es la sed, y ponerse a beberla, quienes darán una información más fehaciente sobre el agua. Algo así ocurre con la deducción, como la sed, se requiere una verdadera ANSIA para ponerse en averiguaciones sobre una cosa. Desde ella sacaremos el impulso necesario para implicarnos de lleno en la búsqueda. Sin esa implicación no pasamos de un simple revoloteo. Se cuenta una anécdota del jovenzuelo Ch. S. Peirce; ante un libro de Lógica, preguntó en su entorno qué era la lógica; como no obtuvo respuestas y sí divagaciones, se decidió, se hundió en la lectura del texto, hasta convertirlo en eje de sus inquietudes posteriores.

No vayamos a precipitarnos en el error, más propio de los escépticos y pesimistas, pensando que las deducciones están viciadas desde su propio origen, sobre todo a la vista de tantas inferencias y dificultades. El VICIO vendrá determinado por la contumacia de quienes pretendieran olvidar esos condicionantes, y pese a esa inseguridad, ofrecerlas como indiscutibles o imponerlas a los demás.

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