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Etiquetas | Cartas a un ex guerrillero
Sor Clara Tricio

Nuevo motivo de gozo

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Querido Efraín: Así como la solemnidad de la Pascua de resurrección del Señor fue causa de alegría, así también ahora su ascensión al cielo es un nuevo motivo de gozo. En ella se recuerda y celebra el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza humana fue elevada, con Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, y de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de Dios Padre. Hemos sido reconstruidos por este modo de obrar divino para que la gracia de Dios se manifieste más admirablemente. Así, a pesar de haber sido apartada de los hombres la presencia visible del Señor, y por la cual se sostenía el respeto de ellos hacia él, la fe se ha mantenido firme, la esperanza inconmovible y el amor encendido.

En esto consiste el vigor de los espíritus verdaderamente grandes. Esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas que se mantienen fieles: creer sin vacilación lo que no ven nuestros ojos. Lo que hace tener fijo el deseo en lo que no se puede alcanzar con nuestra mirada. ¿Como podría nacer esta piedad en nuestros corazones, o cómo podríamos ser justificados por la fe, si nuestra salvación consistiera tan solo en lo que nos es dado ver?

Así, todas las cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser ceremonias sacramentales; y, para que nuestra fe sea más firme y valiosa, la visión ha sido sustituida por la iluminación del Espíritu Santo, de modo que, en adelante, nuestros corazones, encendidos por esa luz, se apoyen en tal instrucción.

Esta fe, aumentada por la Ascensión del Señor y fortalecida con el don del Espíritu de Dios, ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el hambre, el fuego, las fieras, o por los refinados tormentos de los crueles perseguidores. Hombres y mujeres, niños y frágiles doncellas, han luchado en todo el mundo por esta fe hasta derramar su sangre. Esta fe ahuyenta a los demonios, aleja las enfermedades, resucita a los muertos.

Por esto, los Apóstoles, que, a pesar de los milagros que habían contemplado y de las enseñanzas que habían recibido, se acobardaron ante las atrocidades de la Pasión del Señor y se mostraron reacios en admitir el hecho de su Resurrección, recibieron un progreso espiritual tan grande de la Ascensión del Señor, que todo lo que antes era motivo de temor se les convirtió en motivo de gozo. Su espíritu estaba ahora totalmente elevado por la contemplación de la divinidad sentada a la derecha del Padre; y al no ver el cuerpo del Señor podían comprender con mayor claridad que aquel no había dejado al Padre, al bajar a la tierra, ni había abandonado a sus discípulos, al subir al cielo.

Entonces, querido Efraín, considera que el Hijo del hombre se mostró de un modo mas excelente como Hijo de Dios al ser recibido en la gloria de la majestad del Padre, y, al alejarse de nosotros su humanidad, comenzó a estar presente entre nosotros de un modo nuevo e inefable por su divinidad.

Entonces nuestra fe comenzó a adquirir un mayor conocimiento de la igualdad del Hijo con el Padre, y a no necesitar de la presencia palpable de la humana corporeidad de Cristo, según la cual es inferior al Padre; pues, subsistiendo la naturaleza del cuerpo glorificado de Cristo, la fe de los creyentes es llamada allí donde podrá tocar al Hijo Único, igual al Padre, no ya con la mano, sino mediante el conocimiento espiritual.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

Nuevo motivo de gozo

Sor Clara Tricio
Sor Clara Tricio
lunes, 12 de mayo de 2008, 05:53 h (CET)
Querido Efraín: Así como la solemnidad de la Pascua de resurrección del Señor fue causa de alegría, así también ahora su ascensión al cielo es un nuevo motivo de gozo. En ella se recuerda y celebra el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza humana fue elevada, con Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, y de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de Dios Padre. Hemos sido reconstruidos por este modo de obrar divino para que la gracia de Dios se manifieste más admirablemente. Así, a pesar de haber sido apartada de los hombres la presencia visible del Señor, y por la cual se sostenía el respeto de ellos hacia él, la fe se ha mantenido firme, la esperanza inconmovible y el amor encendido.

En esto consiste el vigor de los espíritus verdaderamente grandes. Esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas que se mantienen fieles: creer sin vacilación lo que no ven nuestros ojos. Lo que hace tener fijo el deseo en lo que no se puede alcanzar con nuestra mirada. ¿Como podría nacer esta piedad en nuestros corazones, o cómo podríamos ser justificados por la fe, si nuestra salvación consistiera tan solo en lo que nos es dado ver?

Así, todas las cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser ceremonias sacramentales; y, para que nuestra fe sea más firme y valiosa, la visión ha sido sustituida por la iluminación del Espíritu Santo, de modo que, en adelante, nuestros corazones, encendidos por esa luz, se apoyen en tal instrucción.

Esta fe, aumentada por la Ascensión del Señor y fortalecida con el don del Espíritu de Dios, ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el hambre, el fuego, las fieras, o por los refinados tormentos de los crueles perseguidores. Hombres y mujeres, niños y frágiles doncellas, han luchado en todo el mundo por esta fe hasta derramar su sangre. Esta fe ahuyenta a los demonios, aleja las enfermedades, resucita a los muertos.

Por esto, los Apóstoles, que, a pesar de los milagros que habían contemplado y de las enseñanzas que habían recibido, se acobardaron ante las atrocidades de la Pasión del Señor y se mostraron reacios en admitir el hecho de su Resurrección, recibieron un progreso espiritual tan grande de la Ascensión del Señor, que todo lo que antes era motivo de temor se les convirtió en motivo de gozo. Su espíritu estaba ahora totalmente elevado por la contemplación de la divinidad sentada a la derecha del Padre; y al no ver el cuerpo del Señor podían comprender con mayor claridad que aquel no había dejado al Padre, al bajar a la tierra, ni había abandonado a sus discípulos, al subir al cielo.

Entonces, querido Efraín, considera que el Hijo del hombre se mostró de un modo mas excelente como Hijo de Dios al ser recibido en la gloria de la majestad del Padre, y, al alejarse de nosotros su humanidad, comenzó a estar presente entre nosotros de un modo nuevo e inefable por su divinidad.

Entonces nuestra fe comenzó a adquirir un mayor conocimiento de la igualdad del Hijo con el Padre, y a no necesitar de la presencia palpable de la humana corporeidad de Cristo, según la cual es inferior al Padre; pues, subsistiendo la naturaleza del cuerpo glorificado de Cristo, la fe de los creyentes es llamada allí donde podrá tocar al Hijo Único, igual al Padre, no ya con la mano, sino mediante el conocimiento espiritual.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.

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