El otro día, inocente de mí, fui a un conocido hipermercado deportivo para comprar un pantalón de montaña. Cogí unos cuantos de mi talla, y fui al probador. Después de probármelos y dar vueltas y más vueltas ante el espejo, elegí uno porque me gustaba su color. Al domingo siguiente me los puse para ir a las pasarelas y al mirador de Valloré (Teruel), lugar espectacular que le aconsejo, y cuál no sería mi sorpresa, que comprobé que las cremalleras de los bolsillos cerraban de arriba para abajo.
Y la trampilla para ocultar la cremallera de la bragueta la tenía al revés. Por todo ello deduje, doña Irene, que el pantalón que me compre era de mujer. Pues bien, aquí no acaba la cosa; mientras estábamos comiendo, les conté a mis amigos lo que me había pasado con el pantalón. Y uno de ellos me dijo que ya me había notado algo raro en la voz. Me confesó que la voz se me había afinado.
Y la verdad, Sra. Montero, a mi me gustaba el tono varonil de mi voz. Pienso que es un peligro, que es un gasto inútil y es sexista diseñar ropa exclusiva para mujeres y otra para hombres. Le escribo para ver si usted puede hacer algo al respecto. Reciba mi gratitud y mi enhorabuena por su impagable labor en favor de la igualdad. En confianza, sra. Irene, espero recuperar mi vozarrón cuando me ponga pantalones de hombre...
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