Son muchas las tradiciones religiosas que comparten los imperativos sobre migraciones, que deberían fundamentar la política migratoria. Cierto que las personas migrantes plantean el reto de la acogida, pero también suponen grandes beneficios para los países que los reciben. En cualquier caso, advierte el Papa, no pueden ser valoradas sólo por su productividad, ni tratadas como moneda de cambio en conflictos políticos e internacionales.
Más allá de cálculos de intereses, con las migraciones debe trabajarse por evitar las situaciones irregulares, lo que frenará la voracidad de los traficantes de seres humanos; fomentar la integración desde el respeto a la cultura y a las leyes de los países de acogida, favorecer la reunificación familiar y el desarrollo integral de los países de origen. No se trata de estadísticas, sino de personas reales con sus vidas en juego.
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