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La sociedad civil

Francisco Rodríguez Barragán
Francisco Rodríguez
jueves, 3 de abril de 2008, 06:59 h (CET)
Sería bastante cómodo que existieran partidos políticos que llevaran en sus programas la defensa de los valores que consideramos fundamentales en nuestra vida, así nuestro voto cada cuatro años significaría que dejamos en sus manos la gestión de tales valores de los que ya no tendríamos que ocuparnos.

Pero los partidos, del signo que sean, tienen como primer objetivo la conquista y disfrute del poder, aunque sea el poder de ser oposición y todos sus programas, todas sus promesas y todo su esfuerzo de propaganda están en función de ese objetivo: el poder.

Los ciudadanos podemos pensar que, por el hecho de votar, estamos resolviendo los problemas de la nación e impulsando el desarrollo de los valores en los que decimos creer. La realidad es que, con nuestro voto, estamos legitimando unas poderosas organizaciones políticas, que pagamos entre todos, para que decidan desde los nombres de los que van a representarnos, y que quizás ni conozcamos, a cada una de las leyes concretas que nos impondrán, si cuentan con la mayoría suficiente o pactarán con otros en un toma y daca casi siempre poco edificante.

Los valores que tradicionalmente defendía la izquierda: igualdad, redistribución de la riqueza, preferencia por una fuerte intervención del Estado en la economía, desconfianza frente al capital o el mercado, etc. se han diluido en una mezcla de progresismo laicista y anticlerical, permisivismo sexual y el mantenimiento del estado de bienestar, compatible con una colaboración permanente con el capitalismo. Buena parte de los representantes del capitalismo están encantados con el partido socialista. Los que votan socialismo ¿qué socialismo defienden?

Los valores de la derecha: familia, moralidad, propiedad, empresa, iniciativa, etc. se han desdibujado. Acomplejada por las críticas de la izquierda, la derecha quiere aparecer como centro y acepta muchos postulados del progresismo por miedo a perder votos. Hemos visto su tibieza ante el aborto, el divorcio, las uniones homosexuales, la educación o la deriva nacionalista. Gobernaron ocho años, cuatro de mayoría absoluta, en la que funcionó la economía pero ignoraron todo lo demás.

Las personas que orientamos nuestra vida desde unos valores en los que creemos no podemos delegar en los partidos la defensa de los mismos. Somos nosotros, la sociedad civil, la que tiene que trabajar por mantenerlos. Si creemos en la familia y sus derechos tenemos que unirnos para exigirlos. Si pensamos que hay que acabar con la corrupción tenemos que denunciarla todos los días. Si no estamos dispuestos a que nos adoctrinen para mejor manejarnos hay que ponerse en marcha. Si es necesaria una reforma electoral pongamos manos a la obra y clamemos por ella. Si hay tantos que quieren desunirnos con lenguas e historias, busquemos la unión por encima de diferencias interesadas.

Si estamos hartos de políticos “profesionales” que no saben hacer otra cosa que vivir a costa del presupuesto, démosles la espalda. Si estamos cansados de programas televisivos alienantes rechacemos los productos de los anunciantes que los mantienen.

Una sociedad civil sana y decidida tiene mucho que hacer para cambiar las cosas. Vamos a dejar de lamentarnos y a trabajar en serio. Una democracia participativa es la que hagamos entre todos, todos los días y a todas horas. Votar cada cuatro años unas listas cerradas no es vivir en democracia.

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