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Las ciudades prisión

Antonio Cánaves (Palma)
Redacción
martes, 11 de marzo de 2008, 23:45 h (CET)
Dedicado este escrito en homenaje a todos los niños que han perdido la vida atropellados dentro de la ciudad y a unos adultos que por su fe en el automóvil son incapaces de mover un solo dedo para solucionarlo.

Según el diccionario, libertad es: “la facultad de vivir, de moverse y de actuar de manera autónoma, según la propia voluntad y la propia naturaleza, sin estar sometido a limitaciones ni a impedimentos...”.

Al igual que el preso trata de huir de la prisión donde es confinado, el hombre urbano huye del agobio de la ciudad, tanto el pobre que huye durante los fines de semana para descubrir un poco de naturaleza: campo, montaña o playa, o aquel rico que huye del caos de la ciudad para irse a vivir en las afueras donde hallar un poco de sosiego y tranquilidad. La ciudad se ha convertido en un lugar donde se vive prisionero, del que la máxima ilusión es evadirse. Esta huida de la propia creación del hombre es significativo de su incapacidad para construir un espacio donde las comunidades de personas puedan vivir en armonía, con un sentimiento de orgullo del espacio donde habitamos y nos movemos. El eje central en la planificación de la ciudad tanto de espacios públicos como privados, no es el hombre como ser completo, ya que no se piensa en sus necesidades físicas, psicológicas o ambientales, obedece solo a motivos de especulación, a pensar en el hombre como “consumidor” como persona destinada a gastar y producir dinero. Así nos han habituado a pensar como consumidores, a que nuestra libertad consista en elegir un producto u otro, o que la valoración que puedan ejercer los demás sobre nosotros y viceversa se mida por nuestro poder adquisitivo y nuestra capacidad para renovar productos en el menor espacio de tiempo, (el principio que rige la moda). Así, aunque no nos guste que nos definan como seres individualistas y egoístas; en sentido literal solo alcanzamos a ver la realidad de puertas adentro de nuestra casa. En lugar de pensar, como hombres libres, que sienten, valoran y aman lo que al tiempo es común, y es propio a la vez. Se trata de tener la cualidad de apreciar la realidad de puertas a fuera, de apreciar nuestro entorno como un todo. Esta realidad que aqueja a la ciudad se debe a que al habitante de la ciudad le han robado las calles y las han transformado en vías de tráfico automovilístico: en un lugar para la velocidad, en un lugar donde solo hay espacio para el automóvil, en un lugar donde no te puedes parar porque puedes ser arrollado. La realidad de nuestras ciudades esta constituida por la formación de guettos para los que van a pie; bajo la tiranía del automóvil que excluyen a sus moradores, obligándolos a vivir en mundos virtuales como sistema de evasión que aprisiona su la propia realidad; para ello Internet o los videojuegos hacen su función, pero la televisión es el mas común, con sus seductores anuncios de automóviles que solo contribuyen a hacer más trágica la realidad de la calle. Hubo un tiempo, en que las calles eran calles, y no circuitos para automóviles; un tiempo donde la calle era el lugar donde los niños salían de la casa a jugar sin necesidad de que sus padres los vigilasen por los peligros del trafico, un lugar donde los niños podían desarrollar su inventiva en mil juegos y entretenimientos, un lugar donde aprendían a relacionarse con otros niños, a conocer su entorno en una aventura; un lugar donde los adolescentes y enamorados podían encontrar rincones de intimidad; un lugar de encuentros entre vecinos que se conocían y practicaban la solidaridad; un lugar donde la familia podía sacar las sillas y la mesa para cenar a la fresca sin peligro de ser arrollada por un automóvil o apestados por los humos de la contaminación; un lugar donde los ancianos no se veían en la obligación de recluirse en asilos y residencias porque la calle era un lugar seguro, y aunque nuestros mayores tuvieran sus facultades mermadas, podían pasear y sentarse en un banco a la sombra de un árbol a charlar con otros ancianos que durante sus recorridos se encontraban, se conocían, entablaban amistad y formaban un vinculo de relaciones que les hacia sentirse participes, felices y orgullosos de habitar un lugar; un lugar dónde sus habitantes en sus idas y venidas al lugar de trabajo se acompañan, se saludan, se relacionan, la calle deja de ser un lugar anónimo sin personalidad; saber que detrás de cada portal, de cada fachada hay una historia de personas felices o infelices que enriquecen una visión del espacio en el que habitamos, que de otra forma seria un lugar vacío, desangelado y desconocido que pasa ante nosotros... como las actuales calles llenas de automóviles donde lo único que se ven son bloques de pisos en sucesión a imagen de nichos o hileras de “endosados”; el hombre circula desorientado porque todas las calles son iguales. La autentica calle es un lugar que tiene carácter, que tiene historia, porque cada rincón tiene algo que contar, a cada palmo de calle le ocurren cosas: donde ayer las niñas saltaban a la comba, hoy los niños juegan a canicas; en aquel banco que por la mañana dos ancianos charlaban sobre el sentido de la vida, al atardecer dos jóvenes se besaban; mientras bajo el alero el barrendero se refugia de la lluvia, el perro husmea por la calle como si tal cosa... Una calle así, es un lugar donde hay poco espacio para la delincuencia, porque casi todos se conocen, y las caras que a diario vemos son algo más que personajes anónimos sin historia; al contrario que las calles atiborradas de tráfico, donde lo más fácil es pasar desapercibido o esconderse. Es fácil comprobar que el automóvil es una desgracia que pesa sobre nuestras ciudades, basta con salir por la puerta de casa a la calle: uno experimenta la sensación de llegar a una tierra invadida que no nos pertenece; también, al asomarse por la ventana a la calle y ver la calle infestada de automóviles y ruido durante el día, o un inhóspito garaje durante la noche, el ciudadano experimenta la sensación de fracaso, de frustración, de que algo enorme esta fallando y nadie hace nada para remediarlo. En la actualidad la calle es un lugar donde reina el caos, un lugar de ruptura entre una actividad y otra, un fastidioso y largo intermedio entre el hogar y el lugar de trabajo, la escuela, los grandes almacenes, el polideportivo, el cine, el parque, la universidad, el gimnasio, la guardería, el teatro, la academia, el fútbol, etc. un trayecto de tiempo perdido entre un lugar y otro; y que, en la medida que crece la ciudad será mayor la perdida de tiempo y el agobio. Perdida de tiempo provocada por una planificación de la ciudad a la medida del automóvil, a la medida de unas distancias que solo en automóvil se pueden superar, y así llevar la desgracia a todos lados, por muy alejados que estén. “Huir en automóvil del agobio que crea el propio automóvil” es el lema, que cada día hace mas grande la bola del caos. La calle es un lugar en el que no sucede nada salvo el traslado, el desplazamiento, un tiempo vacío ocupado sólo por la visión desoladora de coches, peatones, bloques, semáforos y señales en reiterativa sucesión. Es la consumación del dinero en Dios: todo lo domina, y en la calle, es donde realiza el milagro de la transformación de la vida en dinero, cada habitante tiene que comprar su automóvil; así la calidad de “habitante” desaparece al comprar el automóvil y convertirse en conductor y peatón, porque la calle se llena de coches, y convertir la calle en una vía de automóviles cada día más rebosante. Y así esclavos del coche, el conductor cada cinco años tendrá que cambiar de automóvil y empeñado con los prestamos y los plazos durante toda la vida. El negocio del siglo es que la calle este llena de coches, si la calle estuviese vacía de automóviles seria la agonía del Dios Dinero, ya que libraría al hombre de las cadenas de los prestamos, del trabajo para conseguir el dinero y media vida perdida en tiempo trabajado para pagar todos los prestamos. Y tal vez con tanto tiempo disponible el ciudadano se decidiese a hacer algo útil, a descubrirse a si mismo y a los demás como un todo, y adquirir así, una de las cualidades que hace tiempo perdieron nuestras ciudades: que la vida de sus habitantes fuese un fluir continuo, la cualidad de habitar un lugar. Según La Constitución en su art.17: “Toda persona tiene derecho a la libertad y a la seguridad”, pero tras lo expuesto vemos que esta libertad y seguridad ha sido ideada para el automóvil, no para los habitantes de la ciudad. Queda pues, la revolución de reconquistar la calle para nosotros: sus habitantes.

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