| ||||||||||||||||||||||
| ||||||||||||||||||||||
Pretenden con gran vehemencia,
y premeditada saña,
borrar el nombre de España,
demostrando su indecencia.
E impulsan con virulencia,
su negro plan proyectado,
(de engaños aderezado)
buscando ardorosamente,
hurgar dentro de la mente,
hasta que lo hayan logrado.
El ejemplo concluyente,
está en nuestra selección,
donde la mala intención
actúa de forma creciente.
Porque resulta evidente,
así al menos se me antoja,
(y me llena de congoja)
que se use una cabriola,
no llamándola española,
para decirle la roja.
Pero yo conozco a España,
y sé que, a los españoles,
no nos imponen los roles
nacidos de una artimaña.
Y confío en que la patraña,
que el adversario enarbola,
se transforme en la aureola
que reclama la razón,
llamando a la selección:
LA SELECCIÓN ESPAÑOLA.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
|