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Etiquetas | Cambio climático
“Yo mandé a mis naves a luchar contra los hombres, no contra los elementos” Felipe II

El cambio climático

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Recientemente se ha presentado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, por parte de una serie de organizaciones ecologistas como Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción o Greenpeace, “un conjunto de medidas mínimas encaminadas hacia un nuevo modelo de desarrollo sostenible”. El “conjunto de medidas” se estructuran en un “decálogo” que pretende “combatir” dicen, “el cambio climático”.

Al hilo de este recurrente y agotador debate, en el cual ha intervenido últimamente hasta el Santo Padre, me gustaría incidir en este artículo, en la naturaleza cambiante del clima, sin necesidad de remitirnos a la “espantosa y destructiva” acción del hombre, para explicar estas transformaciones, aspecto éste que aunque pueda resultar obvio, parecería leyendo y escuchando a algunas voces, no estar tan asumido por la opinión pública y publicada.

El Clima ha estado desde hace millones de años, sujeto a oscilaciones de períodos fríos y periodos cálidos. En la cantidad de radiación que alcanza la atmósfera intervienen múltiples factores geográficos (por ejemplo el vulcanismo) y astronómicos (podemos mencionar entre otras circunstancias, los cambios cíclicos en la inclinación del eje de rotación de la Tierra, o los cambios periódicos en la órbita del planeta que derivan en una mayor o menor cercanía al Sol). Estas coyunturas explicarían los trastornos climáticos desde hace millones de años sin recurrir, lástima para los ecologistas, a la acción aniquiladora del ser humano.

Expertos, como los profesores Jorge Olcina Cantos y Javier Martín Vide, cuyos exhaustivos trabajos son muy recomendables, manifiestan que “las variaciones en la radiación solar incidente, son capaces de provocar alteraciones notables (una modificación mínima de un 2% de la intensidad de la radiación solar, podría causar un enfriamiento muy acusado)”. También señalan, que en períodos marcados por una tendencia al calentamiento general pueden existir episodios de refrescamiento y en fases tendentes a un enfriamiento global, situaciones de calentamiento.

Repasemos brevemente, con la ayuda de las investigaciones de estos especialistas, las modificaciones más notables producidas simplemente en Nuestra Era y en nuestro entorno geográfico:

Si bien a lo largo del I milenio a. C el clima fue más gélido que en la actualidad, esta situación cambiaría aproximadamente hacia el 250 a.C. (factor éste que facilitaría por ejemplo, el paso de Aníbal por los Alpes). A partir de aquí, encontramos en la época greco-romana, unas condiciones muy similares a las actuales, cambiando ligeramente este ciclo la llegada de los siglos IV- V d. C. coincidiendo con la etapa de las migraciones germanas, seguramente empujadas hacia el sur, por un deterioro de las condiciones climáticas.

Entre el 700 y 1200 d. C. el clima vuelve a ser cálido y algo más húmedo que en la actualidad, sería el denominado Pequeño Óptimo Climático, produciéndose una expansión hacia el norte de cultivos como los viñedos y un movimiento del casquete glaciar ártico hacia posiciones más septentrionales, lo que facilitaría las colonizaciones vikingas en regiones como Groenlandia (“Tierra verde”) o Islandia. Hacia el Siglo XIV observamos por el contrario un refrescamiento generalizado y un mayor índice de pluviosidad, lo que facilitaría la extensión de la célebre “peste negra” de 1348 por toda Europa.

Advertimos transformaciones muy notables desde mediados del siglo XVI a mediados del XIX, con una bajada de temperaturas de aproximadamente 2º de media en invierno. En la Península Ibérica, tenemos registrados “episodios metereológicos extremos”, con fuertes inundaciones (1617 es conocido como “el año del diluvio” en Cataluña), heladas intensísimas que incluso llegaban a congelar periódicamente el curso de los grandes ríos peninsulares, y nevadas que ayudaron a consolidar lo que algunos han denominado el comercio de la nieve. Esta nieve almacenada en invierno y primavera en depósitos y ventisqueros (recordemos el pozo construido por Juan de Herrera en El Escorial), originó sorprendentemente en localidades mediterráneas, una especialización reseñable en el sector del helado y de las bebidas frías.

En la Edad Contemporánea, destacamos la gélida década de 1810-20, sobresaliendo 1816, calificado como “el año sin verano”, con temperaturas medias más frías en 3º. La consecuencia de este suceso, lo hallamos en la erupción del volcán Tambora, que generó la reducción de la radiación solar por efecto del polvo y cenizas proyectadas por el cráter a la atmósfera. Desde mediados del XIX los especialistas coligen un calentamiento global de al menos 0,5º, con la excepción de la década de 1950 a 1970 que se percibe un ligero enfriamiento probablemente por la actividad volcánica. Tras este intervalo, contemplamos un nuevo calentamiento a partir de 1975.

Después de este acelerado repaso, la impresión que quiero transmitir es la necesidad de reclamar una mayor perspectiva temporal para determinar cualquier conclusión sólida y firme sobre cualquier estudio del Clima. Harina de otro costal merecería tratar la falta de rigor y la carga de prejuicios ideológicos, que numerosos grupos financiados y financiadores además de actores “distinguidos”, ofrecen de esta cuestión.

El cambio climático

“Yo mandé a mis naves a luchar contra los hombres, no contra los elementos” Felipe II
Juan López Benito
jueves, 15 de octubre de 2015, 05:59 h (CET)
Recientemente se ha presentado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, por parte de una serie de organizaciones ecologistas como Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción o Greenpeace, “un conjunto de medidas mínimas encaminadas hacia un nuevo modelo de desarrollo sostenible”. El “conjunto de medidas” se estructuran en un “decálogo” que pretende “combatir” dicen, “el cambio climático”.

Al hilo de este recurrente y agotador debate, en el cual ha intervenido últimamente hasta el Santo Padre, me gustaría incidir en este artículo, en la naturaleza cambiante del clima, sin necesidad de remitirnos a la “espantosa y destructiva” acción del hombre, para explicar estas transformaciones, aspecto éste que aunque pueda resultar obvio, parecería leyendo y escuchando a algunas voces, no estar tan asumido por la opinión pública y publicada.

El Clima ha estado desde hace millones de años, sujeto a oscilaciones de períodos fríos y periodos cálidos. En la cantidad de radiación que alcanza la atmósfera intervienen múltiples factores geográficos (por ejemplo el vulcanismo) y astronómicos (podemos mencionar entre otras circunstancias, los cambios cíclicos en la inclinación del eje de rotación de la Tierra, o los cambios periódicos en la órbita del planeta que derivan en una mayor o menor cercanía al Sol). Estas coyunturas explicarían los trastornos climáticos desde hace millones de años sin recurrir, lástima para los ecologistas, a la acción aniquiladora del ser humano.

Expertos, como los profesores Jorge Olcina Cantos y Javier Martín Vide, cuyos exhaustivos trabajos son muy recomendables, manifiestan que “las variaciones en la radiación solar incidente, son capaces de provocar alteraciones notables (una modificación mínima de un 2% de la intensidad de la radiación solar, podría causar un enfriamiento muy acusado)”. También señalan, que en períodos marcados por una tendencia al calentamiento general pueden existir episodios de refrescamiento y en fases tendentes a un enfriamiento global, situaciones de calentamiento.

Repasemos brevemente, con la ayuda de las investigaciones de estos especialistas, las modificaciones más notables producidas simplemente en Nuestra Era y en nuestro entorno geográfico:

Si bien a lo largo del I milenio a. C el clima fue más gélido que en la actualidad, esta situación cambiaría aproximadamente hacia el 250 a.C. (factor éste que facilitaría por ejemplo, el paso de Aníbal por los Alpes). A partir de aquí, encontramos en la época greco-romana, unas condiciones muy similares a las actuales, cambiando ligeramente este ciclo la llegada de los siglos IV- V d. C. coincidiendo con la etapa de las migraciones germanas, seguramente empujadas hacia el sur, por un deterioro de las condiciones climáticas.

Entre el 700 y 1200 d. C. el clima vuelve a ser cálido y algo más húmedo que en la actualidad, sería el denominado Pequeño Óptimo Climático, produciéndose una expansión hacia el norte de cultivos como los viñedos y un movimiento del casquete glaciar ártico hacia posiciones más septentrionales, lo que facilitaría las colonizaciones vikingas en regiones como Groenlandia (“Tierra verde”) o Islandia. Hacia el Siglo XIV observamos por el contrario un refrescamiento generalizado y un mayor índice de pluviosidad, lo que facilitaría la extensión de la célebre “peste negra” de 1348 por toda Europa.

Advertimos transformaciones muy notables desde mediados del siglo XVI a mediados del XIX, con una bajada de temperaturas de aproximadamente 2º de media en invierno. En la Península Ibérica, tenemos registrados “episodios metereológicos extremos”, con fuertes inundaciones (1617 es conocido como “el año del diluvio” en Cataluña), heladas intensísimas que incluso llegaban a congelar periódicamente el curso de los grandes ríos peninsulares, y nevadas que ayudaron a consolidar lo que algunos han denominado el comercio de la nieve. Esta nieve almacenada en invierno y primavera en depósitos y ventisqueros (recordemos el pozo construido por Juan de Herrera en El Escorial), originó sorprendentemente en localidades mediterráneas, una especialización reseñable en el sector del helado y de las bebidas frías.

En la Edad Contemporánea, destacamos la gélida década de 1810-20, sobresaliendo 1816, calificado como “el año sin verano”, con temperaturas medias más frías en 3º. La consecuencia de este suceso, lo hallamos en la erupción del volcán Tambora, que generó la reducción de la radiación solar por efecto del polvo y cenizas proyectadas por el cráter a la atmósfera. Desde mediados del XIX los especialistas coligen un calentamiento global de al menos 0,5º, con la excepción de la década de 1950 a 1970 que se percibe un ligero enfriamiento probablemente por la actividad volcánica. Tras este intervalo, contemplamos un nuevo calentamiento a partir de 1975.

Después de este acelerado repaso, la impresión que quiero transmitir es la necesidad de reclamar una mayor perspectiva temporal para determinar cualquier conclusión sólida y firme sobre cualquier estudio del Clima. Harina de otro costal merecería tratar la falta de rigor y la carga de prejuicios ideológicos, que numerosos grupos financiados y financiadores además de actores “distinguidos”, ofrecen de esta cuestión.

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