Deberíamos estar de enhorabuena, celebramos la Fiesta Nacional, aunque si somos sinceros, no existe en nuestro país ese fervor patrio tan característico de otras naciones. Sin lugar a dudas, no es una de nuestras principales señas de identidad. La cuestión se arrastra del estrepitoso fracaso en la formación, en el siglo XIX, de un Estado- Nación integrador y moderno, plasmado en su escaso poder nacionalizador. Este es el fruto obtenido por la ínfima difusión de escuelas públicas, por el escaso desarrollo de infraestructuras vertebradoras del país, por el discriminatorio y clasista sistema de reclutamiento militar, por la política exterior de recogimiento practicada en pleno período imperialista, o el fracaso en la fijación y consolidación por parte de las autoridades, de una simbología y ritual nacionales (recordemos que en estos años, en Francia, se fijan definitivamente La Marsellesa y la bandera Tricolor como principales emblemas de la Nación).
Aún así podemos encontrar episodios en los que rastreamos un notable entusiasmo patriótico en amplios sectores de la sociedad. Nos referimos por ejemplo, al período de gobiernos de la Unión Liberal de época isabelina, con sus sonadas y románticas intervenciones militares (México, Conchinchina, África o Perú), o aquel verano de 1885 en pleno conflicto con Alemania por el archipiélago de Las Carolinas, y por supuesto el más célebre, en relación a la contienda hispano-estadounidense del 98.
Es muy revelador en esta línea de desnacionalización, un artículo con el que tropecé hace un tiempo del antiguo diario “El País”, el rotativo republicano, fundado en 1887 como órgano del Partido Progresista de Ruiz Zorrilla. Alude a la indiferencia, apatía e incluso me atrevería a decir desprecio, con el que fueron acogidos en España los famélicos héroes de Baler, tras su titánico sacrificio en tierras filipinas:
“El País saluda a los héroes de Baler que se han embarcado para España, y les dice:
Fuisteis bravos, tenaces, épicos y sublimes. Grecia habría colocado, en esas costas del Pacífico, rumorosas y centelleantes conchas y caracolas, pedrerías de los mares tropicales y un león de piedra erguido y formidable, mirando a los Estados Unidos, como el león de las Termópilas miraba a Persia.
Roma habría Transportado de Egipto un monolito, y en él habría hecho inscribir en magnífico latín, digno de Tácito, vuestro elogio consagrado a la inmortalidad. Inglaterra, habría puesto vuestros nombres a cien calles de sus ciudades y veinte estatuas recordarían en Londres, vuestro heroísmo.
Francia, os prepararía un recibimiento babilónico cubriendo de flores las calles, abrazándoos delirantes de entusiasmo los hombres, enviándoos besos las mujeres, cantando vuestras glorias muchedumbres electrizadas.
España… España enviará al muelle de Barcelona el brillante cuerpo de Guardias de Consumos, por si traen los héroes de Baler algún género de contrabando ¡Claro que lo traen! ¡Porque el corazón de esos valerosos resulta ya contrabando en esta tierra!”
El texto es extraordinariamente paradigmático. Insensibilidad, apatía y aplastante carga fiscal para los sufridos ciudadanos… pocas cosas han cambiado desde entonces. Todos tenemos en mente, la polémica originada hace algún tiempo en los cenáculos políticos, por el tipo de distinción que debían recibir nuestros soldados caídos de Oriente Medio, o la llegada nocturna y “discreta” de militares fallecidos en Afganistán.
Por eso, en estos días tan señalados, evoquemos a nuestros héroes de Baler pasados, pero sobre todo a los coetáneos. Elogiemos el trabajo de los miles de soldados españoles que intervienen en múltiples misiones por el planeta, ensalcemos la labor de nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, por cierto, las instituciones mejor valoradas, exaltemos el quehacer sacrificado de los casi 15000 misioneros españoles diseminados por las regiones más depauperadas, y homenajeemos como se merecen a las víctimas del terrorismo sin ningún tipo de pudor ni recato, en cualquier punto de España.
En definitiva, tengamos presente al menos en estas fechas, a todos aquellos colectivos, asociaciones, corporaciones o ciudadanos anónimos que cada día, con su trabajo, empeño, impulso y generosidad manifiestan que entre nosotros, coexisten muchos “héroes de Baler”. No les demos también la espalda.