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Cuociente espiritual

Octavi Pereña
Octavi Pereña
jueves, 7 de febrero de 2008, 03:29 h (CET)
Se da mucha importancia al cuociente intelectual para alcanzar el éxito en la vida. Cuanto más alto sea este cuociente más probabilidades se tienen de alcanzar la cima éxito. El intelecto, pero, sólo es una parte de la inteligencia. A menudo falta comprender cuál es el auténtico significado y propósito de la existencia. Esta ignorancia de lo que es tan vital hace que las personas con un elevado cuociente intelectual sean unos auténticos fracasados.

En los años 1990, el psicólogo Daniel Goleman, en su libro «Inteligencia Emocional: Por qué puede ser más importante que el cuociente intelectual», popularizó el concepto «inteligencia emocional». Hizo uso de los descubrimientos de la neurociencia y de la sicología para mostrar la importancia que tiene un buen cuociente emocional para triunfar en la dura competición de la vida. Goleman define la inteligencia emocional “como una serie de habilidades, que incluyen el control de los impulsos, auto motivación, empatía y competencia social en las relaciones interpersonales”.

No basta con los cuocientes intelectual y emocional para alcanzar la madurez personal. Le falta una dimensión de alcance mucho más amplia: el cuociente espiritual. La dimensión espiritual es la inteligencia que incluye preguntas como el significado de la vida, de donde se viene y a donde se va y los valores que forman parte de una genuina espiritualidad. La conclusión de que debe existir un cuociente espiritual que es imprescindible para alcanzar la madurez personal se llega por deducción lógica, al darse uno cuenta de que los cuocientes intelectual y emocional no son suficientes. Toda la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis, nos habla de ello. Lo que pasa es que debido a los prejuicios y de que no sea una materia que se imparte en las aulas universitarias, no se le da el valor que realmente tiene.

El apóstol Pablo, con la profunda percepción que posee de las cosas de Dios nos aporta un rayo de luz que ayuda a esclarecer los misterios que se esconden detrás del cuociente espiritual, cuando escribe: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque par él son locura, y no las puede entender porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas, pero él no es juzgado de nadie. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (I Corintios,2:14-16).

En este texto el apóstol Pablo hace una clara distinción entre dos tipos de hombres: el natural y el espiritual. El primero es aquel que solamente está dotado de los cuocientes intelectual y emocional. Este hombre lo único que puede entender es aquello que se puede examinar con la mente, es decir, el mundo físico. Por lo tanto tiene un conocimiento muy limitado de la realidad. Esta carencia le impide examinar con objetividad el mundo que le rosea. Las conclusiones a las que llega, evidentemente están muy distorsionadas. Esta limitación le impide entender a su entorno.

El otro hombre del que nos habla Pablo además de poseer el conocimiento intelectual y emocional posee el espiritual, adquirido por la fe en Jesucristo. La nueva dimensión de que está dotado le permite examinar a su entorno con una visión mucho más profunda porque tiene la mente de Cristo, es decir, de Dios.

Refiriéndose al hombre natural la Biblia dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, ¿quién lo conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón” (Jeremías, 17:9,10). Si decidimos dejarnos guiar por el corazón natural afectado por el pecado, las resoluciones que tomemos no pueden ser correctas. Se me podrá decir que esto es una exageración. Hagamos un alto en el camino y detengámonos a reflexionar sin prejuicios sobre lo que pasa a nuestro alrededor. ¿A dónde nos lleva el pensamiento que nace de la mente natural, equipada con sus cuocientes intelectual y emocional, pero carente del cuociente espiritual que sólo pueden tener los hijos de Dios que son guiados por el Espíritu Santo?

Eclesiastés,3:11 nos dice. “ Yo he visto el trabajo que dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo, y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio al fin”. El Espíritu Santo que Cristo da a quienes creen en Él es quien activa el cuociente espiritual, adormecido por los sedantes de las cosas materiales que nos seducen, que se necesita para empezar a deshacer el embrollo en que estamos metidos, individual y socialmente y que toma más envergadura así como pasan los días. El Espíritu Santo quiere aportarnos la dimensión espiritual necesaria para que dejemos de caminar a tientas y evitar así los trompicones que acompañan a este caminar defectuoso, característico del hombre natural. El rechazo persistente que se hace a la verdadera espiritualidad mantiene al ser humano en un estado de ceguera que le impide salir del lodazal en que está metido.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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