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El voto familiar

Raúl Sempere (Alicante)
Redacción
jueves, 31 de enero de 2008, 08:27 h (CET)
Quisiera felicitar al señor Obispo de Tarazona, don Demetrio Fernández, por la claridad y valentía de su carta pastoral sobre el verdadero significado de la familia cristiana. En ella felicita “a todos los jóvenes esposos que tienen hijos… Bienvenida sea esta nueva generación de familias cristianas. De ellos es el futuro”.

Aunque no menciona a ningún partido político, hace a todos una clara advertencia: “estén atentos los que buscan votos para superar el empate técnico. Un matrimonio joven cristiano no estará dispuesto a darlos a quienes no defiendan la familia, tal como Dios la ha diseñado. Si para ganar votos ese partido promueve o tolera el divorcio, o la uniones homosexuales, o el aborto, o la píldora del día después, o la manipulación de embriones, ese partido, sea de derechas o de izquierdas, no merece el voto de una familia cristiana”.

Más clara, el agua. En España tanto el PP como el PSOE atentan desde el poder contra la vida y la familia. ¿A quién deben votar entonces los católicos? ¿A qué partido votamos los que luchamos por la vida de los no nacidos? ¿A quién podemos votar los que creemos que la familia tradicional es la única opción progresista para la sociedad?

Desde mi humilde punto de vista, y ahora más que nunca, es necesario votar en conciencia. El votar al menos malo se acabó: el menos malo también es malo. Mi voto en las próximas elecciones será para Familia y Vida, un partido formado por familias comprometidas que ni proceden de la política ni pretenden vivir de ella. En marzo me voy a dar el gustazo de no votar a ningún político.

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Vivimos en una sociedad que venera la juventud hasta la idolatría, mientras relega a la madurez a un rincón de invisibilidad. A medida que el calendario avanza, parece que los logros personales y profesionales se devalúan, como si la capacidad de crear o disfrutar de la vida tuviera fecha de caducidad. La realidad demuestra lo contrario, la verdadera riqueza humana florece en la experiencia, y es en la madurez donde alcanzamos nuestra cumbre personal.

Un día tras otro nos encontramos con frases de admiración sobre el ritual que rodea el fallecimiento de un papa y la consiguiente elección de otro. Los diversos comentaristas (especialmente si no son creyentes) ponderan las distintas ceremonias, su perfecta organización, sus ropajes y toda la parafernalia que hay alrededor. Parece que no les gustaría que acabara pronto esta “fuente” de noticias.

La sede de Pedro yace vacante y el mundo contiene el aliento. Mientras los medios y las redes sociales calculan votos y afinidades, y las cámaras enfocan la chimenea de la Capilla Sixtina —donde Miguel Ángel dejó su visión de la grandeza y la fragilidad humana—, los cardenales se recogen para dar continuidad a un rito que, mirando al futuro, encuentra sus raíces en la solemnidad del pasado.

 
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