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Seguir a la naturaleza, no dominarla

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Si uno está en armonía con el Tao cósmico e inefable, uno actuará con arreglo al modo espontáneo del wu wei que es fuente de todo bien; “hacer sin hacer” y plegarse a la naturaleza de las cosas sabiéndose uno con ellas.

Ya hemos alcanzado los siete mil trescientos cincuenta millones de seres humanos en un planeta de recursos limitados y en el que mayor depredador sigue siendo el hombre. Hace un siglo, en 1914 no sobrepasábamos los mil trescientos millones. Si esto no nos conmueve y nos hace poner todos los medios por remediar el caos será porque nos merecemos este fin de race, pero sin necesidad de glaciaciones ni meteoritos.

Es necesario cambiar el chip y centrarnos en nuestra relación con el medio ambiente. Una vuelta a las raíces podría ayudarnos a recuperar la identidad perdida y un cierto grado de control sobre nuestro cometido. Lo que el Zen denomina “recuperar el rostro originario”.

El Taoísmo adquiere relevancia en nuestro tiempo porque puede resolver la crisis ecológica creada por la visión de antagonismo a la naturaleza del pensamiento judeo-cristiano que pretendió “dominarla”, y ayudarnos a recuperar el contacto con los ritmos de la misma.

Si uno está en armonía con el Tao cósmico e inefable, uno actuará con arreglo al modo espontáneo del wu wei que es fuente de todo bien, “hacer sin hacer” y plegarse a la naturaleza de las cosas sabiéndose uno con ellas.

Acercarse a los textos del I Ching; al Tao Te King, de Lao Tsé; a El Camino, de Chuang- Tzú; o a las obras de Li- Chi o de Lie-Tzu, es abismarse en la esencia taoísta que, como el sabor del té, no puede explicarse pero puede alcanzarse. Y “saber cuando detenerse”.

El Taoísmo es el sistema filosófico fundamental en China mientras el confucionismo sirve para organizar la convivencia. Su fundación se atribuye al maestro Lao-Tsé que vivió hacia el siglo V antes de Cristo y fue contemporáneo de Confucio y de Chuang-Tzú. El Tao Te King es una recopilación de aforismos atribuidos a un bibliotecario de la corte de los Cheu que, hastiado de la decadencia de las costumbres, se alejó hacia Occidente montado sobre un carabao azul. Cuenta la tradición que al guardián de la frontera le dejó como recuerdo el famoso tratado, en 5.000 caracteres, Tao Te King o Tratado sobre el Tao, el Supremo Ser inefable, y el Te, la virtud que hace al hombre prudente para andar el Camino.

Algunos aventuraron que su doctrina se dirigió hacia la India y que habría influido en el Budismo. Este llegará desde India y con el Taoísmo dará lugar al Chang que, más adelante, en contacto con el Sintoísmo, dará lugar al Zen en Japón.

Pocas lecturas habrá superiores al Tao Te King y a El Camino de Chuang Tzú. Podría eliminarse gran parte de la literatura universal sin que la echáramos de menos si pudiéramos gustar con la punta de la lengua la sabiduría del Tao.

El Taoísmo admite que lo real es Uno: hay un principio de orden y de unidad que es misterioso e inefable, trascendente e inmanente, al que “por no conocer su nombre sólo llamamos Tao”, o el Camino. “Hay algo que lo contiene todo. Es antes que el cielo y la tierra, es inmóvil, incorpóreo, en sí, inalterable, lo penetra todo, por siempre moviéndose. De modo que puede actuar como Madre de todas las cosas. Si ha de ser nombrado, que su nombre sea Grande. La grandeza significa seguir adelante, seguir adelante significa llegar lejos, y llegar lejos significa regresar”. El Taoísmo es la realidad suprema que reabsorbe todas las contradicciones, es principio de liberación para quien lo capta. El hombre del Tao escapa al mundo ilusorio y alcanza la plenitud. Después de la época de los emperadores Han, se mezclaron prácticas mágicas y supersticiones populares que lo desvirtuaron.

Su esencia está ahí, aquí, en el silencio, en el vacío, en el ritmo y atención plena al respirar; en quien se sabe Camino, Verdad y Vida. Como dirá el shivaísmo de Cachemira: “El secreto es que no hay secreto”. Por eso, saberse Krishna, Buda, Tao, Cristo es saberse necesario como el hueco vacío del eje en donde confluyen los radios de la rueda, o el vacío que da su ser a la olla de arcilla, o el de las puertas y ventanas que se lo dan a la casa.

El Taoísmo excluye el concepto de Ley, prefiere el de Orden, como ritmo que armoniza ritmos menores. Su concepto clave es la Estructura. Las cosas están relacionadas, más que causadas. El sabio ve las cosas a la luz de la intuición. “Los hombres verdaderos no tenían miedo cuando se encontraban solos en sus puntos de vista, respiraban profundamente desde los talones”. Como la hierba cuando pasan el viento o la riada.

Seguir a la naturaleza, no dominarla

José Carlos García Fajardo
miércoles, 29 de julio de 2015, 07:08 h (CET)
Si uno está en armonía con el Tao cósmico e inefable, uno actuará con arreglo al modo espontáneo del wu wei que es fuente de todo bien; “hacer sin hacer” y plegarse a la naturaleza de las cosas sabiéndose uno con ellas.

Ya hemos alcanzado los siete mil trescientos cincuenta millones de seres humanos en un planeta de recursos limitados y en el que mayor depredador sigue siendo el hombre. Hace un siglo, en 1914 no sobrepasábamos los mil trescientos millones. Si esto no nos conmueve y nos hace poner todos los medios por remediar el caos será porque nos merecemos este fin de race, pero sin necesidad de glaciaciones ni meteoritos.

Es necesario cambiar el chip y centrarnos en nuestra relación con el medio ambiente. Una vuelta a las raíces podría ayudarnos a recuperar la identidad perdida y un cierto grado de control sobre nuestro cometido. Lo que el Zen denomina “recuperar el rostro originario”.

El Taoísmo adquiere relevancia en nuestro tiempo porque puede resolver la crisis ecológica creada por la visión de antagonismo a la naturaleza del pensamiento judeo-cristiano que pretendió “dominarla”, y ayudarnos a recuperar el contacto con los ritmos de la misma.

Si uno está en armonía con el Tao cósmico e inefable, uno actuará con arreglo al modo espontáneo del wu wei que es fuente de todo bien, “hacer sin hacer” y plegarse a la naturaleza de las cosas sabiéndose uno con ellas.

Acercarse a los textos del I Ching; al Tao Te King, de Lao Tsé; a El Camino, de Chuang- Tzú; o a las obras de Li- Chi o de Lie-Tzu, es abismarse en la esencia taoísta que, como el sabor del té, no puede explicarse pero puede alcanzarse. Y “saber cuando detenerse”.

El Taoísmo es el sistema filosófico fundamental en China mientras el confucionismo sirve para organizar la convivencia. Su fundación se atribuye al maestro Lao-Tsé que vivió hacia el siglo V antes de Cristo y fue contemporáneo de Confucio y de Chuang-Tzú. El Tao Te King es una recopilación de aforismos atribuidos a un bibliotecario de la corte de los Cheu que, hastiado de la decadencia de las costumbres, se alejó hacia Occidente montado sobre un carabao azul. Cuenta la tradición que al guardián de la frontera le dejó como recuerdo el famoso tratado, en 5.000 caracteres, Tao Te King o Tratado sobre el Tao, el Supremo Ser inefable, y el Te, la virtud que hace al hombre prudente para andar el Camino.

Algunos aventuraron que su doctrina se dirigió hacia la India y que habría influido en el Budismo. Este llegará desde India y con el Taoísmo dará lugar al Chang que, más adelante, en contacto con el Sintoísmo, dará lugar al Zen en Japón.

Pocas lecturas habrá superiores al Tao Te King y a El Camino de Chuang Tzú. Podría eliminarse gran parte de la literatura universal sin que la echáramos de menos si pudiéramos gustar con la punta de la lengua la sabiduría del Tao.

El Taoísmo admite que lo real es Uno: hay un principio de orden y de unidad que es misterioso e inefable, trascendente e inmanente, al que “por no conocer su nombre sólo llamamos Tao”, o el Camino. “Hay algo que lo contiene todo. Es antes que el cielo y la tierra, es inmóvil, incorpóreo, en sí, inalterable, lo penetra todo, por siempre moviéndose. De modo que puede actuar como Madre de todas las cosas. Si ha de ser nombrado, que su nombre sea Grande. La grandeza significa seguir adelante, seguir adelante significa llegar lejos, y llegar lejos significa regresar”. El Taoísmo es la realidad suprema que reabsorbe todas las contradicciones, es principio de liberación para quien lo capta. El hombre del Tao escapa al mundo ilusorio y alcanza la plenitud. Después de la época de los emperadores Han, se mezclaron prácticas mágicas y supersticiones populares que lo desvirtuaron.

Su esencia está ahí, aquí, en el silencio, en el vacío, en el ritmo y atención plena al respirar; en quien se sabe Camino, Verdad y Vida. Como dirá el shivaísmo de Cachemira: “El secreto es que no hay secreto”. Por eso, saberse Krishna, Buda, Tao, Cristo es saberse necesario como el hueco vacío del eje en donde confluyen los radios de la rueda, o el vacío que da su ser a la olla de arcilla, o el de las puertas y ventanas que se lo dan a la casa.

El Taoísmo excluye el concepto de Ley, prefiere el de Orden, como ritmo que armoniza ritmos menores. Su concepto clave es la Estructura. Las cosas están relacionadas, más que causadas. El sabio ve las cosas a la luz de la intuición. “Los hombres verdaderos no tenían miedo cuando se encontraban solos en sus puntos de vista, respiraban profundamente desde los talones”. Como la hierba cuando pasan el viento o la riada.

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