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El progreso como arma para el totalitarismo

Francisco Rodríguez
jueves, 16 de julio de 2015, 06:47 h (CET)
Las ideologías tienden inevitablemente a ser totalitarias. El esquema de toda ideología, como instrumento de interpretar y modificar la realidad, entra en conflicto con el entramado de pautas y valores que han ido configurando la sociedad a lo largo de la historia por ello su estrategia es presentarse como progreso, como superación de lo existente hacia algo mejor.

En el llamado siglo de las luces o edad de la razón, los filósofos propusieron eliminar la idea de Dios para que solo el hombre fuera quien decidiera sobre la realidad, sobre toda la realidad. Se presenta el progreso, ─una realidad en los descubrimientos científicos─, como paradigma absoluto. El hombre y no Dios es el dueño del mundo. La vieja promesa del demonio: “seréis como dioses” parece haberse conseguido.

El progreso en el que todos creen ciegamente no traerá por sí ni paz ni bienestar, pero quien se oponga a las ideas progresistas será silenciado. Hacer la revolución para que el pueblo sea soberano en lugar de los reyes era progreso, aunque luego sirvan a Napoleón y padezcan una larga guerra. Luchar para que los proletarios triunfen es progreso, aunque luego se compruebe que terminaron siendo esclavos sufrientes con millones de víctimas.

Tanto la colonización como la descolonización se presentaron como progreso, pero ¿ha mejorado la situación del llamado tercer mundo, han salido del subdesarrollo?

Dos guerras mundiales fueron progreso… pero del armamento. ¡Qué grande es el hombre fabricando la bomba atómica!

La Declaración de los derechos humanos o la Organización de las Naciones Unidas, se nos presentaron como progreso, pero aquella declaración de 1948 firmada por los Estados Unidos no hizo a los negros iguales, sino que tuvieron que seguir luchando contra la discriminación. La ONU, que trata de concentrar en ella todo el progreso de la humanidad, defiende un Nuevo Orden Mundial en el que para “conservar la tierra” hay que disminuir el número de personas, las naciones tienen que legalizar el aborto, la contracepción o aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo si quieren ser progresistas, si quieren recibir ayudas de los países ricos.

Ahí tenemos la ideología de género y sus pretensiones totalitarias. Luchar contra la discriminación de la mujer o del colectivo de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales no puede ser más progresista y nadie se atreverá a defender lo contrario. Pero enarbolar la bandera de colorines en nuestras instituciones, jalear las repugnantes cabalgatas del orgullo gay, introducir en la educación de los niños que el sexo es algo que cada cual puede elegir a su gusto, que hay que respetar la orientación sexual de todos, ¿también la pederastia? ¿el bestialismo? ¿el incesto? ¿la poligamia y la poliandria?

Si eliminamos a Dios y al orden natural, toda aberración será posible y querrán hacérnosla tragar como progreso, como un paso adelante de la civilización y si nos oponemos seremos marginados, proscritos, perseguidos.

Nuestra propia razón debía llevarnos a encontrar a Dios en la creación, pero engreídos en nuestra falsa suficiencia, el mismo Dios al que volvemos la espalda nos abandona a nuestros deseos, a nuestras pasiones degradantes y como juzgamos inadmisible reconocerlo, terminaremos padeciendo la perversidad, la injusticia, la codicia y toda clase de males, como ya vemos que está ocurriendo.

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