En plena barricada entre extremistas -unos tirando de un lado de la cuerda y los otros del contrario-, como cada 365 días, se ha celebrado el 20-N y puede que, como tal, sea la última. Este año, curiosamente, la conmemoración ha coincidido con los últimos pasos en la tramitación de la Ley de Memoria Histórica y, en su contenido, como Gobierno y oposición nos han dado a conocer en función de sus respectivos intereses, figura la imposibilidad de realizar cualquier tipo de exaltación como las que tienen lugar en dicha fecha, fecha que tiene por protagonistas emparentados por la providencia a Primo de Rivera y Franco. Mientras los jóvenes alineados se dejan la piel en las calles, en ocasiones nunca mejor dicho al conllevar la propia muerte, los adultos desempolvan militancias desfasadas.
Alzamientos, de brazos, y gritos, que corean los nombres de una parte de los caídos, se han repetido de nuevo en el valle tallado con el trabajo de los vencidos. Hay que dejar que los sedimentos se depositen solos, y dejar de hurgar en lodazales absorbentes. Esperemos que, dentro de un año, al igual que ahora lo hacemos, comentemos una celebración mucho más acorde a nuestros días en la que el significado de este día, lejos de suponer heridas reabiertas, se escriba 20-N: N de normalidad.