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El cerebro en forma

Francisco Arias Solís
Redacción
domingo, 11 de noviembre de 2007, 14:00 h (CET)
“Sentía los cuatros vientos
en la encrucijada
de su pensamiento.”


Antonio Machado

Las lagunas o “agujeros negros” que sobre todo, a partir de los 30 años, nos hacen de pronto un nudo en la garganta, se producen porque hemos dejado el cerebro en barbecho. Como cualquier músculo que no se utiliza el cerebro de muchas personas que adolecen de rutina intelectual, acaba atrofiado, dormido. El proceso suele ser típico y se produce a menudo por simple desmotivación. Los que algunos denominan “falta de moral”. En los momentos de estrés, depresión, ansiedad, tristeza, nos aislamos de todo y dejamos de utilizar grandes zonas del cerebro que, progresivamente, se van durmiendo, a veces hasta entrar en una especie de letargo crónico.

Es un problema de dejadez. El cerebro es efectivamente un músculo, y como todos los músculos hay que ejercitarlos. Sabedora de nuestra desidia, la naturaleza dotó al más personal de los ordenadores de unas capacidades enormes: ¡nada menos que 14.000 millones de neuronas! Y si bien perdemos la escalofriante cifra de 100.000 neuronas al día, esa pérdida supone algo más de 1.800 millones de neuronas entre los 30 y los 80 años, es decir, sólo el 13% del total.

Todos los individuos poseemos lo que se denomina una población de neuronas base, que es la que te utilizamos simplemente en nuestra vida cotidiana. Hay otra segunda población que se va conformando poco a poco, según el oficio o la actividad que se realiza. Finalmente, hay una tercera “población neuronal” que varía de acuerdo con las actividades que practicamos en nuestros momentos de ocios.

Esta triada de neuronas está prácticamente moldeada desde los 25 a 30 años. El problema surge justo a partir de este momento; cuando creemos que ya disponemos del bagaje mental suficiente para desenvolvernos en la vida y nos instalamos cómodamente en lo que se conoce como la “respuesta del autómata”. A problemas similares damos la respuesta ya vivida y aprendida, sin molestarnos en pensar para dar otra solución distinta.

Y sencillamente lo que ocurre con el tiempo es que el cerebro se “endurece”, le falta entrenamiento y flexibilidad. ¿El remedio? Una gimnasia adecuada que devuelva a ese músculo vital el tono y la capacidad de respuesta de los mejores días.

Un individuo que reniega de utilizar el cerebro, no pierde inteligencia, la atrofia. Lo que pierde es la animación de su espíritu: su conciencia.

“El hombre no es un animal racional”, afirma Merleau-Ponty. Exacto. Porque no puede ser animal por más que quiera. Esta frase es ingeniosa y veraz y nos encanta, no en vano, procede de una cabeza encantada del pensamiento. Las palabras que mentirosamente nos desencantan son las de las cabezas vacías o atrofiadas.

“Si al hombre se le quita su vanidad, ¿qué le queda?”, preguntaba Goethe a su propia cabeza encantada. Le queda el amor a lo pasajero. Y para quien el amor no es nada la vanidad lo es todo. “¿Qué vanidad tu pensamiento mueve?”, pregunta Lope, una de las cabezas más encantada de nuestra literatura.

La vanidad, ¿es un llenarse de vacío? Pues lo más profundo del hombre, ¿no es su vanidad? El hombre, mientras más profundo, más vacío; más vano. La muerte es lo más intelectual, exclusivamente racional, de todo. Por ello, debe evitarse llegar a ciertos extremos. Porque parece inevitable que llegando a ciertos extremos, para tener razón hay que perderla. Ya nos advirtió el poeta: “La verdad del corazón / es una verdad que tiene / miedo de tener razón”.

De ahí que no se debe tener más razón que la suficiente para no perder la razón del pensamiento y para que este no se duerma, pues como dijo el poeta: “Si queda dormido el pensamiento / el alma que lo sueña le parece / que está muerto de sueño”. ¡Bienaventurados los que siempre tienen despierto su cerebro! ¡Bienaventurados los que piensan porque de ellos será la gloria del pensamiento!

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