Verás, amor, las autoridades nos piden que reflexionemos hoy para votar mañana a cualquiera de las formaciones políticas que se presentan a las elecciones municipales.
No hace mucho solicitaron de nosotros que perdiéramos un día maravilloso para dedicarlo a votar a partidos andaluces. No logré convencerte y aquel día fue un infierno para mí porque tú tenías que reflexionar para saber a quién votar. Y mira, no sirvió para nada aquel día perdido porque todavía andan discutiendo si investir o no a Susana como Presidenta de la Junta de Andalucía.
Hoy, te vuelvo a repetir que si yo me pongo a reflexionar es seguro que el cielo ya no tiene aquel color naranja que un día, por vez primera, descubrí en el precipicio del sol hacia su cueva; es como si una nube grisácea se hubiese introducido en las retinas con las que gocé visionándote como alfa y omega de mi vida.
Y es que una legión de cuervos, llamados partidos políticos, ha nublado mi deseo de volver a ti; en aquellos tiempos veía a las olas romper al revés y era capaz de penetrar con mirada delirante la eucaristía diaria entre existencia y vida, y sabía conjugar el verbo amar y todo un reino de polen de rosa perfumaba la terraza de la locura donde tú y yo éramos los únicos habitantes.
Pero ellos, lo sanedrines políticos del Estado, de los Infiernos, siguen empeñados en que reflexione para mañana elegir entre este o aquel o entre esa y aquella; cuando lo único que deseo es realizar un estiramiento general de mi cuerpo al universo para comprobar si todavía vuelas con tus rojas alas las sendas de Misterio.
Lo demás me importa un rábano, ya sabes: eso de las derechas y las izquierdas, los de arriba y los de abajo. No puedo reflexionar, amor, porque desde que tu visión se nubló todo lo veo chato, rastrero y mis cables de la lógica y la responsabilidad ya no echan chispas porque no los tengo cruzados.
Todos ellos y ellas, los que me invitan a reflexionar, desean y me piden un voto para conseguir una mayoría suficiente, dicen que para gobernar; y yo solamente pienso cuando tú y yo, sin nadie más, consolidábamos una mayoría absoluta con la que gozábamos plenamente de la felicidad.
Las demás mayorías no me interesan en absoluto, pues tan sólo los dos llegamos a contar hasta el infinito.