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Unamuno y el ansia de inmortalidad

El «hambre de eternidad» del que habla Unamuno es la plasmación del ansia de seguir viviendo
José Manuel López García
lunes, 18 de mayo de 2015, 23:25 h (CET)
Este pensador ha contribuido con sus obras, y con su actividad intelectual al desarrollo de nuestro país. En su época fue una de las grandes conciencias críticas, tanto desde la perspectiva filosófica como política, religiosa y social. Fundamenta su pensamiento en la capacidad crítica de la razón, pero también se observan aspectos místicos en su concepción de la realidad. Y tiene en cuenta el irracionalismo. Es un pensador existencialista, ya que piensa que la filosofía verdadera, real, surge del sentimiento y de la vida.

Su gran admiración por los escritos de Kierkegaard expresa también un pensamiento atormentado ante los problemas existenciales que forman parte de la vida. Fundamentalmente, el ansia de inmortalidad, y las contradicciones características de la existencia.

En lo relativo al problema de España muestra dudas acerca de, si lo más adecuado es españolizar Europa o europeizar nuestro país, como afirmaba Ortega. Quizás, la solución estaría en la aplicación de un cierto eclecticismo, en función de las peculiaridades de la nación española.

El «hambre de eternidad» del que habla Unamuno es la plasmación del ansia de seguir viviendo. Al igual que Spinoza, considera que el conatus o impulso de seguir viviendo es lo esencial en el ser humano. La voluntad de continuar en la existencia es la expresión de la «sed de eternidad» que señala el filósofo español.

Ante la muerte Unamuno rechaza el erostratismo que consiste en desear la inmortalidad en la memoria de los demás, a través de las obras, etc. Ahora bien, para él la manera auténtica de afrontar el tema de la inmortalidad es sostener la esperanza de otra vida a través de la fe. Aunque reconoce que la razón no demuestra la existencia de una vida futura después de la muerte.

La filosofía es un saber que debe producir sentimientos que nos impulsen a la acción. Ya que es verdad que frente a las paradojas de la existencia la razón científica no es suficiente. Unamuno rechaza el panteísmo, porque niega que el individuo se disuelva en el todo divino. Cada persona concreta es lo verdaderamente real, frente a una consideración exclusivamente espiritualista.

Unamuno prefiere considerar la resurrección del cuerpo, puesto que piensa que la inmortalidad del alma es insuficiente, desde su perspectiva de lo que representa la fe religiosa católica entendida en su sentido pleno. Ya Pablo de Tarso insistía en la resurrección de la carne, y no, únicamente, del alma.

Para Unamuno el voluntarismo de Duns Scoto remarca la gratuidad e irracionalidad de la fe, algo que, a su juicio, es preciso reconocer. Aunque, acertadamente, considera que la teología tomista pretendió conocer racionalmente los contenidos de la fe, esto no supone que no pueda existir una vía intermedia de acceso a los dogmas teológicos. Si bien es cierto, que se considera que las vías de Santo Tomás no son demostrativas.

La verdadera tragedia de la existencia para Unamuno consiste en saber por la razón que la inmortalidad es una fantasía inexistente, y desde la fe creer en la persistencia de la vida después de la muerte. De todos modos, la vida entendida como creación y actividad que solo cesa con la muerte, es lo característico de Unamuno a lo largo de su extraordinaria trayectoria intelectual.

En este sentido, quizás la intensidad con la que se vive, sea lo que resarce al ser humano de su mortalidad. La denominada fe trágica por Kierkegaard es la expresión de una fe que contempla las contradicciones de la existencia, y de la realidad humana. Ya que consiste en crear lo que no vemos, porque la supuesta inmortalidad o la resurrección son inverificables por la ciencia.

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