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Discriminación abolida

Octavi Pereña
Octavi Pereña
jueves, 25 de octubre de 2007, 00:24 h (CET)
La discriminación es preocupante dondequiera que se manifieste. Es especialmente deplorable en la escuela pública y en las iglesias que son los lugares que se supone se cultivan los más elementales valores de la tolerancia y de la imparcialidad. Este principio que es tan esencial en una democracia, desgraciadamente se convierte muy frecuentemente en papel de estraza.

Discriminar significa diferenciar en sentido peyorativo. Se discrimina por el color de la piel, la nacionalidad, el idioma, la religión,, el sexo, la posición social……La discriminación hace mucho daño y es fruto de tener una idea equivocada de uno mismo. El apóstol Pablo, en virtud de la gracia que ha recibido de Dios escribe a los cristianos de Roma: “A cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que deba tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos, 12:3).

¡Ah, hemos de pensar de nosotros mismos con cordura!. Tarea sobrehumana. Está fuera de nuestro alcance tan siquiera empezar, por la sencilla razón de que carecemos de la cordura necesaria. La idea que nos hacemos de nosotros mismos está tan distorsionada por el pecado que de ninguna de las maneras nos podemos conocer tal somos realmente.

Alrededor del año 1800, un nombre que no nos dice nada, Friedrich Bodelschwing, fundó en Alemania un centro para albergar a desheredados de la fortuna. Un día, el gobierno decide reconocer la gran tarea social realizada por nuestro personaje en el mismo centro social. Mientras se le estaba haciendo el reconocimiento público de su encomiable tarea social, un grupo de personas andrajosas se acercó al homenajeado para saludarle. Después del apretón de manos, Bodelschwing los presentó al representante del gobierno, quien se negó a darles la mano. La moraleja que se puede sacar de esta historia es de que no es oro todo lo que reluce, que no todos los esfuerzos encaminados a luchar contra la discriminación y la injusticia social, son tal cosa. Quizás es políticamente correcto dar la impresión de que se está haciendo algo en este sentido. En el fondo no es así. La atracción de la galería, del que dirán, es muy fuerte.

Personas con sentido común reconocen que cualquier tipo de discriminación no es bueno, ni para los discriminados, porque los hace sufrir, ni para el que discrimina, porque es el primero sobre quien recaen los efectos dañinos, ya que lo que se siembra se recoge. Ahora bien, una cosa es proponerse extirpar la discriminación y otra muy distinta es conseguirlo. En el intento, si se es sincero, se descubre una ley grabada en el corazón que lo impide. La tendencia natural es seguir practicando esta costumbre tan perjudicial. Si en verdad descubrimos que es preciso rechazar esta práctica que no podemos dejar de hacer, este descubrimiento no nos debe desesperar porque sí es posible empezar a trabajar para eliminarla.

La teología, la ciencia que estudia a Dios, tan desprestigiada porque en el nombre del Altísimo se han cometido y se cometen muchos crímenes repugnantes, si se hace un buen uso de ella, aplicándola al estudio de la Biblia, la verdadera revelación de Dios, se descubrirá que la discriminación es posible desterrarla porque nos da la solución para conseguirlo.

El apóstol Pablo escribiendo a los cristianos de Colosas, les dice: “Ya que habéis resucitado en Cristo”, es decir, habéis tenido la experiencia del nuevo nacimiento espiritual fruto del Espíritu Santo y habéis sido transformaos en hijos de Dios, “haced morir, pues, lo terrenal en vosotros”. Entre estas cosas terrenales se encuentran los “malos deseos”. La discriminación es un “mal deseo”. Ahora que os habéis despojado del viejo hombre que os conducía a la ira y otros desórdenes que producen tanto daño, los verdaderos cristianos tenían que irse “renovando a la imagen de su Creador”. La orden que el apóstol Pablo da a estas personas que han sido transformadas en “hombres nuevos” es: “Vestios, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre……”La discriminación que no puede extirpar los buenos sentimientos terrenales lo consiguen los deseos que nacen del corazón del “hombre nuevo”.

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