Del 1 al 2 de octubre, en Bruselas se celebrará el Concilio Ruso Europeo. Será la primera actividad conjunta de la Iglesia Ortodoxa Rusa, la Alianza Rusa de Europa y el Consejo Coordinador de los Compatriotas Rusos. Según los organizadores, se tratará de concientizar el papel que juega la población europea del habla rusa en el desarrollo de relaciones entre la Unión Europea y Rusia.
Preguntado sobre el papel en cuestión, el vicepresidente del Departamento de Vínculos Eclesiásticos Exteriores del Patriarcado de Moscú, el arcipreste Vsévolod Chaplin, respondió: “La civilización ortodoxa tiene qué oponerle a la democracia occidental, cuya ruina está cerca”. Al intervenir en una conferencia internacional que organizó en Moscú a mediados de agosto el Instituto del Cristianismo Ortodoxo “San Filaret”, Chaplin dijo que “la multiconfesionalidad, el pluripartidismo, la división de poderes, la competencia y los conflictos controlados, o sea todo aquello de lo que se enorgullece el actual sistema político, son síntomas del estado malsano de la moral. La propia existencia de la democracia pluralista es resultado directo de una vida de pecado”.
El diácono Andrei KURÁEV, profesor de la Academia Religiosa de Moscú, ha comentado para RIA Novosti lo dicho por Chaplin, así como ha expuesto su propia visión del lugar que ocupan los cristianos ortodoxos en la sociedad europea:
Los cristianos ortodoxos son para Europa lo mismo que los adeptos del rito viejo para Rusia. Nuestro Credo es el mismo que aquel que era común para toda Europa en el primer milenio de su Historia cristiana. Nuestra axiología (sistema de valores) es la misma hoy día que la de las iglesias tradiciones de Europa. Nuestra cultura es la cultura de Antoine de Saint-Exupery, Victor Hugo, Gilbert Keith Chesterton y San Agustín.
Las líneas divisorias culturales no pasan actualmente por ríos o cordilleras, sino por épocas. Existe una Europa Vieja, la de los valores cristianos humanitarios clásicos, la de los nombres que he citado, aunque esta lista puede prolongarse hasta lo infinito. Y existe una Europa de Hollywood y pop-art. Al hacer su opción entre estas dos Europas, los cristianos ortodoxos mantienen las mismas posiciones que los cristianos europeos conservadores.
Cuanto dijo el padre Vsévolod Chaplin, lo puede decir cualquier cristiano. Simplemente, hace falta distinguir entre el mal, sus síntomas y los medios de tratamiento. Si uso lentes, ello significa que mis ojos no ven bien, pero no que haga falta romper las lentes. Primero se debe curar los ojos. Pero tampoco sería correcto decir que todo hombre normal debe llevar lentes ni que las lentes son señal de la salud. Su presencia es señal de la enfermedad, pero no de la salud.
Esta misma lógica es aplicable a la sociología. Todas las estructuras complicadas de la administración de la sociedad actual, que menciona Chaplin, son síntomas de una enfermedad, desde el punto de vista teológico. Vivimos demasiado separados, teniendo miedo los unos a los otros, y por ello buscamos medios para controlarnos mutuamente.
Por ejemplo, en el Parlamento Europeo, para establecer comunicación necesitamos miles de intérpretes: del ruso al holandés, del holandés al español, etc. Ello no es normal desde el punto de vista bíblico. Es una consecuencia del pecado que se cometió ya en la época de la construcción de la Torre de Babel. Pero si no somos capaces de recuperar el estado prístino de inocencia, nos vemos obligados a aprender el idioma de nuestro vecino.
Los cristianos utilizan el lenguaje filosófico. Tanto los católicos como los protestantes lo usan para distinguir entre la libertad de manifestar una voluntad y la de hacer una opción. La primera es un don de Dios, mientras que la segunda es consecuencia del pecado, cuando uno ya ha perdido la orientación, todo se dobla en sus ojos y él no entiende dónde está el mal.
La situación de hacer opción entre “eso está bien y aquello tampoco está mal” es un síntoma de la distrofia de la conciencia. Es un mal que no se cura por medio de convocar referéndums o emitir órdenes. Aquí es imprescindible que la propia persona realice trabajo en su fuero interno.
Todo ello no excluye la participación del cristiano ortodoxo en las elecciones, si el Estado le ofrece tal posibilidad como a ciudadano. Ello no contradice de ningún modo nuestra fe. Son materias distintas. Por ello los europeos no deben temer que los cristianos ortodoxos del habla rusa se inscriban mal en su sistema de organización de la sociedad. En el mundo hay sólo un país en que los oriundos de Rusia han formado una comunidad aparte: es Israel. Pero es una particularidad de Israel, pero no de los rusos como tales. Como regla, los emigrados de Rusia, al llegar a otro país, se integran tranquilamente en su vida política.
Al propio tiempo, estoy lejos de afirmar que a los cristianos ortodoxos les resulta fácil adaptarse a la nueva vida en Europa. Las dificultades de adaptación al nuevo medio existen, pero no son las atinentes a la participación en los procedimientos democráticos como las elecciones, los referéndums, etc. Para el cristiano ortodoxo, la vida en Rusia o en Europa no es peor ni mejor desde el punto de vista de la ética religiosa. Tenemos los mismos problemas y enfermedades. Pero da la impresión de que dentro de poco para todos los cristianos, no sólo para los ortodoxos, va a adquirir una siempre mayor actualidad el problema de lucha contra el nuevo totalitarismo europeo. Me refiero a la imposición agresiva en extremo de la ideología conocida como “corrección política”. Se trata de un auténtico problema, porque al ser humano le prohíben pensar y razonar. Cuando la democracia se utiliza como un ariete para destruir los valores tradicionales de la familia, se trata de un problema grave.
Quiero aducir un ejemplo de la vida de Rusia. Aquí exhortan a prohibir mencionar en la prensa la nacionalidad de los reos. Ello significa que el Estado cree que sus ciudadanos son unos burros que, al enterarse de que ciertos grupos étnicos cometen delitos más a menudo que otros, irán a realizar pogromos. Es decir que se opina que la gente no es digna de saber ni analizar lo que sucede en la sociedad.
He aquí otro ejemplo, ya de la vida europea. Un pastor luterano de Suecia con su propio dinero adquirió en periódico un espacio destinado para anuncios publicitarios, insertando allí una cita de la Biblia, que decía: “No os engañéis, los homosexuales no entrarán en el Reino de Dios”. Por hacerlo, lo condenaron a privación de libertad, y la Iglesia Luterana de Suecia no intercedió a su favor.
O sea que la corrección política no es un problema específico sólo de los cristianos ortodoxos. La particularidad consiste sólo en que somos novatos en esa materia. No tenemos la experiencia de oponer resistencia, aunque sea sin resultado palpable, a las manifestaciones extremas del liberalismo. Los cristianos occidentales han acumulado más experiencia en ello.
¿Qué nos espera, si no vamos a oponer resistencia? Todo es muy fácil: nos espera la muerte de la Europa Vieja. La salida es una y conste en realizar una revolución axiológica. En particular, hacer lo que proponía el Concilio Ruso Mundial, celebrado hace un año en Moscú: hablar no sólo de los derechos humanos sino también del deber del ser humano. Los derechos humanos son un abecedario. Es imprescindible saberlo, pero no se puede limitarse a leer sólo el abecedario. Es necesario aprender a componer de letras textos complicados. No se puede hablar del deber, si el hombre está privado de la libertad y no puede actuar como sujeto libre de una opción moral. Pero cuando la libertad ya se ha obtenido, hace falta tener presente la distinción de la que habló Schopenhauer: entre “la libertad de” y “la libertad para”. El cristiano, no importa si es católico, protestante u ortodoxo, al enfocar la libertad como un don Dios, pero no de una Constitución, pensará en primer lugar: ¿al servició de qué puedo emplearla?
Entre los cristianos de Europa y los cristianos ortodoxos de Rusia existen diferencias en ciertos matices teológicos. Mas ello difícilmente podrá asustar a la viejita Europa, acostumbrada desde hace mucho a sostener debates filosóficos. Aquí tenemos las mismas nociones de la moral que los cristianos tradicionales de Europa, y quisiéramos que Europa sea fiel a sí misma.
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Marianna Bélenkaya, para RIA Novosti.
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