La reina de la Casta, la Castafiore, la Blanca Doble de Malasaña, la duquesa consorte de Bornos y grande de España, la reina de Castilla (a decir de Sabina), la sobrina del poeta maricón, la lideresa liberala, libérrima, deslenguada y marrullera; la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras (al cantar del también Sabina): Esperanza Fuencisla Aguirre Gil de Biedma. Ella, la invicta caudilla de Génova, miente más que habla y habla por los codos; ve lo que le da la gana y dice lo que quiere sin que nada ni nadie se inmute. Mendaz, a la par de sincera, hiperbólica patrona del egotismo. Embelesada tiene a la canalla, ella, la mejor guardiana de los patrimonios de herencia y libertinajes varios; así como de los más espinosos secretos cortesanos.
Su campechanía castellanaza conmueve a verduleras y manolos, que en la villa y corte son masa. Su liberalidad fiscal, tiene cogido por la faltriquera el voto de los hacendados. Así va ella como un tiro en las encuestas. Madrid se rinde a sus pies de cemento, a su desfachatez de perdonavidas.
Benito Pérez Galdós no sabe lo que se ha perdido por no haber alargado sus días hasta los de Esperanza. Y tiene delito Sánchez Dragó, que, siendo vecino y amigo de la Fortunata del siglo XXI, ha sido incapaz de glosarla en una novela de casta. Señor, señor: "sentido ven a los pies que a la cabeza no quies".