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El poder de la belleza crea monstruos

Giges y Canduales

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La familia Heráclida, los descendientes de Heracles, era la que ostentaba el poder real en Lidia (Anatolia). El poder de los Heráclidas pasó a la familia de Creso, hijo de Aliates y soberano de los pueblos del oeste del rio Halis, su familia se llamaba Mérmnada. Esta es la historia de Canduales, a quien los griegos denominan Mírsilo (nombre de origen hitita, y Canduales es un epíteto lidio aplicado también a Hermes y que significa “el que estrangula a los perros”). Este era soberano de Sardes y descendiente de Alceo, hijo de Heracles. Canduales fue el ultimo Heráclida que gobernó en Lidia. Los Heráclidas eran los descendientes de una esclava de Yárdano y de Heracles, ambos reinaron, durante unos veintidós generaciones en línea masculina, por espacio de quinientos cinco años, transmitiéndose el poder por vía de herencia, hasta llegar a Canduales.

Resulta que Canduales estaba enamorado de su mujer, a la cual consideraba como la mujer más bella del mundo conocido, creía firmemente tener a la mujer más fascinante y hermosa. Tal era su fascinación que entre sus oficiales estaba Giges, su oficial predilecto, Canduales confiaba en Giges sus asuntos de vital importancia, era su mano derecha. Particularmente, le ponderaba la hermosura de su esposa.

Al cabo de algún tiempo, Canduales cogió a parte a Giges y le dijo lo siguiente:
“Giges, como creo que, pese a mis palabras, no estás convencido de la belleza de mi mujer, prueba a verla desnuda”.

La expresión de la cara de Giges lo decía todo, estaba totalmente desconcertado de que su soberano le estuviera diciendo semejante palabrería, y entonces exclamó:
“Señor, ¿qué insana proposición me haces al sugerir que vea desnuda a mi señora? Cuando una mujer se despoja de su túnica, con ella se despoja también de su pudor. Hace tiempo que los hombres conformaron las reglas del decoro, reglas que debemos conservar. Además, yo estoy convencido de que ella es la mujer más bella del mundo y te ruego que no me pidas desafueros”.

Giges como era evidente intentaba de negarse ante tal ofrecimiento, debido a que era la mujer del soberano, y esto podría complicarle la vida, pues los perjuicios podría ser enormes. Pero ante tanta negativa, Canduales le contestó los siguiente:
“Tranquilízate, Giges, y no tengas miedo de mi, pensando que te hago esta proposición para aprobarte, ni de mi mujer, por temor a que ella pueda ocasionarte algún daño; pues yo lo dispondré todo de manera que ella ni siquiera se entere de que tú la has visto. Te apostaré tras la puerta de la alcoba en que dormimos, que estará entreabierta; y en cuanto yo haya entrado, llegará también mi mujer para acostarse. Junto a la entrada hay un asiento, en él colocará sus ropas conforme se las vaya quitando y podrás contemplarla con entera libertad”.

Tras tanta insistencia, Giges terminó por aceptar. Llegó el día, Canduales fue a su dormitorio mientras Giges estaba tras la puerta. La mujer entró en el dormitorio y allí comenzó a quitarse sus ropas, Giges pudo contemplarla. Cuando la mujer se dirigía al lecho, quedó a su espalda, salió a hurtadillas de la estancia. La mujer le vio salir, pero, comprendiendo lo que su marido había tramado, no se puso histérica ni gritó, todo esta acción de serenidad guardaba un propósito por su parte: vengarse de Canduales, ya que para los lidios, ser contemplados desnudos es una gran vejación.

Por la mañana esta mujer hizo llamar a Giges, y cuando estaba frente a ella, la mujer le dijo:
“Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a escoger el que prefieras seguir: o bien matas a Canduales y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más demora para evitar que, en los sucesivo, por seguir las ordenes de Canduales, veas lo que no debes.”

Giges se mostró perplejo, y tras un momento de razonamiento pidió a su señora que no le hiciera elegir, pero al ver la frialdad en la mirada de la mujer, no le quedó otro remedio que matar a su señor para conservar su vida. Ella le dijo que el lugar donde debía matarlo sería el mismo lugar donde a ella se la mostró desnuda, y que el atentado se llevaría a cabo mientras su marido esté dormido. A la noche, ella le entregó un puñal a Giges y este se deslizó con sigilo por la estancia, llegó ante su señor y lo apuñaló.

Finalmente, el oficial favorito de Canduales le dio muerte, consiguió a la mujer más bella y el reino de los lidios.

Giges y Canduales

El poder de la belleza crea monstruos
Jesús Campos
sábado, 18 de abril de 2015, 22:04 h (CET)
La familia Heráclida, los descendientes de Heracles, era la que ostentaba el poder real en Lidia (Anatolia). El poder de los Heráclidas pasó a la familia de Creso, hijo de Aliates y soberano de los pueblos del oeste del rio Halis, su familia se llamaba Mérmnada. Esta es la historia de Canduales, a quien los griegos denominan Mírsilo (nombre de origen hitita, y Canduales es un epíteto lidio aplicado también a Hermes y que significa “el que estrangula a los perros”). Este era soberano de Sardes y descendiente de Alceo, hijo de Heracles. Canduales fue el ultimo Heráclida que gobernó en Lidia. Los Heráclidas eran los descendientes de una esclava de Yárdano y de Heracles, ambos reinaron, durante unos veintidós generaciones en línea masculina, por espacio de quinientos cinco años, transmitiéndose el poder por vía de herencia, hasta llegar a Canduales.

Resulta que Canduales estaba enamorado de su mujer, a la cual consideraba como la mujer más bella del mundo conocido, creía firmemente tener a la mujer más fascinante y hermosa. Tal era su fascinación que entre sus oficiales estaba Giges, su oficial predilecto, Canduales confiaba en Giges sus asuntos de vital importancia, era su mano derecha. Particularmente, le ponderaba la hermosura de su esposa.

Al cabo de algún tiempo, Canduales cogió a parte a Giges y le dijo lo siguiente:
“Giges, como creo que, pese a mis palabras, no estás convencido de la belleza de mi mujer, prueba a verla desnuda”.

La expresión de la cara de Giges lo decía todo, estaba totalmente desconcertado de que su soberano le estuviera diciendo semejante palabrería, y entonces exclamó:
“Señor, ¿qué insana proposición me haces al sugerir que vea desnuda a mi señora? Cuando una mujer se despoja de su túnica, con ella se despoja también de su pudor. Hace tiempo que los hombres conformaron las reglas del decoro, reglas que debemos conservar. Además, yo estoy convencido de que ella es la mujer más bella del mundo y te ruego que no me pidas desafueros”.

Giges como era evidente intentaba de negarse ante tal ofrecimiento, debido a que era la mujer del soberano, y esto podría complicarle la vida, pues los perjuicios podría ser enormes. Pero ante tanta negativa, Canduales le contestó los siguiente:
“Tranquilízate, Giges, y no tengas miedo de mi, pensando que te hago esta proposición para aprobarte, ni de mi mujer, por temor a que ella pueda ocasionarte algún daño; pues yo lo dispondré todo de manera que ella ni siquiera se entere de que tú la has visto. Te apostaré tras la puerta de la alcoba en que dormimos, que estará entreabierta; y en cuanto yo haya entrado, llegará también mi mujer para acostarse. Junto a la entrada hay un asiento, en él colocará sus ropas conforme se las vaya quitando y podrás contemplarla con entera libertad”.

Tras tanta insistencia, Giges terminó por aceptar. Llegó el día, Canduales fue a su dormitorio mientras Giges estaba tras la puerta. La mujer entró en el dormitorio y allí comenzó a quitarse sus ropas, Giges pudo contemplarla. Cuando la mujer se dirigía al lecho, quedó a su espalda, salió a hurtadillas de la estancia. La mujer le vio salir, pero, comprendiendo lo que su marido había tramado, no se puso histérica ni gritó, todo esta acción de serenidad guardaba un propósito por su parte: vengarse de Canduales, ya que para los lidios, ser contemplados desnudos es una gran vejación.

Por la mañana esta mujer hizo llamar a Giges, y cuando estaba frente a ella, la mujer le dijo:
“Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a escoger el que prefieras seguir: o bien matas a Canduales y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más demora para evitar que, en los sucesivo, por seguir las ordenes de Canduales, veas lo que no debes.”

Giges se mostró perplejo, y tras un momento de razonamiento pidió a su señora que no le hiciera elegir, pero al ver la frialdad en la mirada de la mujer, no le quedó otro remedio que matar a su señor para conservar su vida. Ella le dijo que el lugar donde debía matarlo sería el mismo lugar donde a ella se la mostró desnuda, y que el atentado se llevaría a cabo mientras su marido esté dormido. A la noche, ella le entregó un puñal a Giges y este se deslizó con sigilo por la estancia, llegó ante su señor y lo apuñaló.

Finalmente, el oficial favorito de Canduales le dio muerte, consiguió a la mujer más bella y el reino de los lidios.

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