Germán es un joven gay de 16 años que se gana cerca de 5 millones de pesos mensuales por vender droga, noche a noche, en un altar de la Virgen María, una de las plazas más rentables del sector del nororiente de Medellín, ubicada tan sólo a tres cuadras de la esquina donde cayó muerto su padre a causa de 15 puñaladas.
En un pequeño orificio interno que tiene el yeso de la estatua, se guardan 2 libras de cocaína empacada en 1000 ‘papeletas’ de color rubio beige, 200 ‘armados’ de marihuana regular, 50 de ‘cripa’ en cueros normales, papel de madera o cáñamo orgánico- elaborado con fibras extraídas de la planta de marihuana-, y 50 en cueros ‘celulosos’, un material transparente que se consume con mayor lentitud.
En este sector concluyen tres combos delincuenciales que segmentan un sólo barrio en tres países en guerra, enfrentados por el monopolio de las drogas. La seguridad depende del antojo de los líderes del combo que esté en turno; ellos deciden desde la gente que tiene que irse del barrio, y hasta los que pueden pasar por sus calles sin arriesgar la vida por meterse en territorios resguardados. Y, por supuesto, también deciden quiénes pueden vender su droga.
Germán comisiona sobre el 0,5% de las ventas que se realicen. Así que un jueves cualquiera, estaría ganando cerca de 150.000 pesos por los 3’000.000 millones de producción de la noche, más “la traba”; es decir todo lo que quiera y/o pueda fumar. Esto multiplicado por 30 días del mes, deja como resultado un sueldo de más de 4 millones de pesos, que a veces sube hasta los ‘6 palos’. Es decir, casi 7 salarios mínimos mensuales vigentes de 2015, una cifra muy elevada para un adolescente -y aún más para uno homosexual en un ambiente casado con el estereotipo del matón y las putas- Pero bueno, volviendo a la cuestión monetaria, si esto gana él, ¿cuánto ganan quienes manejan directamente la plaza y el resto de lugares del mismo tipo que se extienden por el sector como un cultivo de helechos?
Podría decir uno que de eso se encarga la ley, pero sería mentira. El jefe de las plazas destina cada dos o tres meses un cargamento para que ‘lo cojan’; se ponen de acuerdo con sus contactos al interior de la organización policial, sacan en la fecha señalada una menor cantidad de mercancía a la plaza, que a su vez es ‘incautada’ por la ley en un exitoso operativo de ataque a las ollas de droga; después, las personas que toman presas en dicho procedimiento, salen libres por supuesta colaboración con la justicia.
Pero el dinero que represente esa incautación, o el que hay que darle a los ‘comprados’, hace cosquillas al lado de todo el dinero que producen, ganan y mueven aquellos que controlan la estructura desde arriba, que sólo salen a dar ronda o de shopping, a comprar policías, políticos y todo lo que necesiten.
La droga es un negocio redondo para quienes se esconden tras unos mandados y se aprovechan de sus condiciones sociales. Normal, pueden hacerlo fácilmente, ya que siempre existirán aquellos que desean ganarse algo de dinero fácil, así el precio sea tener una vida más corta; además, parece que encontrar policías corruptos tampoco es tan difícil.
Este país está corroído por la corrupción, por el individualismo, condenado por unas condiciones sociales donde la pobreza y el hambre reinan, pero la tierra y el dinero es de unos pocos; donde las viviendas de invasión se extienden montaña arriba a merced de las fallas geológicas, mientras las calles son cada vez más intransitables debido al tráfico ocasionado por el alto flujo de vehículos, pertenecientes a un insignificante 14% de los hogares de la ciudad.
Es triste vivir en una sociedad que permite que un jóven venda su vida por unos millones, sin darse cuenta de que es un desechable, que cuando lo cojan o lo maten, hay otros esperando para tomar el puesto que les da sus quince minutos de vida traqueta y poder servir a una causa tan egoísta como el narcotráfico.