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El apagón, como el algodón del anuncio, no engaña. Muestra la languidez de nuestro montaje social que, visto lo visto, parece pender de un hilo. La verdad es que siempre hemos sido quebradizos en lo individual y en lo colectivo; nuestros sistemas sociales, nuestras civilizaciones y culturas, han dependido de inciertos factores naturales o culturales.
Hoy no vivimos para que nos crean. Vivimos para que nos perdonen por existir. Un deporte de contacto que, más que boxear, consiste en esquivar golpes que no diste, palabras que no dijiste y pecados que no cometiste. Bienvenido a la era de la posverdad, donde el juicio llega antes que el delito y el veredicto lo dictan las redes sociales. Ya no vivimos para convencer. Vivimos para desmentir.
Qué difícil es la diferenciación de las buenas o deficientes lecciones. Desde su mensaje a la asimilación de sus contenidos, suceden la mar de cosas. No se trata de perfiles escuetos y bien delimitados. Hemos de contar con su procedencia y los receptores de la misma, con sus inevitables reverberaciones. Se añade la importante aleación de las ideas y el tiempo, sus figuraciones modifican los comienzos.
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