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Capítulo 9

En la terraza de la Zapica

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No queda mesa vacía cuando llego y no veo cara conocida como para compartir.

¿Dónde está todo el mundo? Me invita con un gesto. No es de aquí. Me cuenta que es de Cangas de Onís y que allí no pasan cosas tan emocionantes como en Villaviciosa. Respondo que tenemos al Gaitero y ella me saca un mejor triunfo: la familia de la princesa de Asturias.

-¿Vendrá alguno de ellos a la boda? -Y con las mismas me suelta-. ¿Qué tomas?- aprovechemos que pasa un camarero que aquí no se les ve muy a menudo. Lo negocia todo con el mismo descaro y pide nueva botella de cava-. Es un rollo esto. Aquí no saben servir el buen cava.

-¡Aquí producimos sidra!

Me he sorprendido a mí mismo con un tono sublime que me resulta desconocido. Ella me ríe la gracia con una carcajada que no viene a cuento y me hace prever un golpe muy bajo.

-Soy asturiana, pero nunca me ha gustado la sidra. El buen champán me chifla y en la ocasión, me apaño con un buen cava. Yo sé de algunos que rabian por ser invitados; están aún peor de lo que estaba el pobre Xandru.

¿Debo darme por aludido? Mejor no. Mira a un grupo que también es nuevo en esta terraza. Por otra parte, la acusadora se apresura a desculpabilizarme.

- No te preocupes, Xandru me lo ha contado todo. Sé que tienes en tu poder las listas de invitados -me pongo en guardia y ella se apresura en tranquilizarme-. No temas, mi tigre. Te mencionaré algunos nombres y me basta con un sí o un no -Insiste ante mi reticencia-. Puedes pensar que es un soborno, pero se trata de simple curiosidad, ya sabes…

No he retenido los nombres de las listas y no tengo la mínima intención de hacerlo, por simple instinto de supervivencia y, por la misma razón, me abstendría de comunicárselos a una arpía que me parece altamente sospechosa. No es que me asuste, no, pero esta tía…

-¡Maribel! -como le parece que no he comprendido, aclara-. Me llamo Maribel y no llevo armas.

¿Qué puede haber encontrado Xandru en esta buena pieza? Chunchi ni siquiera me deja tiempo para preguntármelo, se precipita a la tal Maribel como si acabara de descubrir el sexo de los ángeles.

-¿Qué haces tú aquí?

Parece que en vez de a ella se dirigiera a mí, pero he comprendido que, en realidad, lo que quiere es mi silla, porque no queda ninguna libre. Me levanto para marcharme, pero me para una determinación insospechada en un cuerpo tan menudo como el de mi compañera de mesa. Sin gritar, se lo deja muy claro a la intrusa.

-Me alegro mucho de verte y eso. Pero búscate la vida mientras este señor y yo terminamos con lo nuestro.

La Chunchi no se mueve ni siquiera de un palmo. Me mira como si esperara que aprendiera la primera lección de urbanidad. Intento levantarme y me vuelvo a sentar, atrapado por el espantoso ridículo que me proyecta la voz imponente y la sentencia:

-¡No hemos terminado con nuestra conversación privada!

Chunchi se retira para no ser atropellada por un grupo de viejos que salen disparados de la estación de autobuses.

-Vienen a ver la boda -me explica Maribel.

Me había enterado por el griterío, pero me siento obligado a mostrar mi agradecimiento, sobre todo para liberar un poco de tensión y porque no tengo la mínima intención de comprobar si los que busca están en las listas. Estas terrazas antes estaban tranquilas, ahora me agobian.

Julio y Ana Mari me salvan del naufragio.

-¡Aquí lo tenemos!

Me cogen como si tuvieran orden de arrestarme. No parece que lo de cronista se me dé muy bien. Sin prestar atención alguna a Chunchi o a Maribel tiran de mí para que les siga a la calle de la Habana. Me informan a gritos que acaban de llegar en uno de los autobuses fletados en Reinosa por lo de la boda de la Tani.

Me resisto a dar fe, no precisamente por Maribel o por el brut. Me parece una ordinariez adentrarme en la marea de curiosos que husmea la salida de Tani. Don Juan insistió mucho para que estuviera aquí…

-Tienes amigos un poco borricones…

Maribel oculta los ojos en los cristales oscuros de unas gafas de marca que ha colocado en mitad de la nariz. Me recuerda los USA de los ochenta.

-Éstos se creen en Benidorm.

La Ana Mari se apresura a corregir.

-Aquí hay más gente que en Benidorm, querida, perdona que no te hubiera reconocido, como ahora parece que no llevas sobres…

Maribel se queda con la palabra en la boca, pero tiene su decisión tomada.

Esa señora -señala a una Marisa que llega completamente desbocada-. Vive en el piso pegado al de Tani. ¿Verdad que no te importa acompañarles querida?

-Según cuándo y cómo, mi querida señora; primero tendré que desempolvar la garganta.

Chunchi enciende un cigarrillo con el anterior prácticamente entero. Uno de los viejos que ha llegado en el autobús de Reinosa lo pilla al aire y se lo mete al bolsillo con mucho disimulo. Ana Mari suelta un buen codazo a Julio.

-¿Ves lo que te decía?

-Bueno, recoge colillas…

-Y no se lava el guarro, lo he tenido cerca en el autobús y apesta.

-Bueno, no es para tanto. Se ha dejado un poco, pero…

-Pero nada, alguien tendrá que poner orden.

Maribel huele a sales de baño y no parece aficionada al tabaco. Mantiene las antenas bien tensas.

-¡Y esta gente sigue sin traer champán!

-Lo sirven y del bueno en las terrazas de los chiringuitos que han montado en los parterres de las viviendas protegidas; han surgido negocios como churros, aquí el más tonto capataz.

Marisa recita como si se tratara de un salmo y concluye como si se enrollara en una letanía

-Empezó mi hombre, con los oricios y se dio cuenta que por ahí no venía la demanda. Ahora es proveedor o algo así; vamos, el intermediario. No tengo tiempo de explicarme…

-Lo dan todo gratis en los chiringuitos instalados en la Barquerina. Es bueno, me consta. Sentencia Ana Mari.

-¿De dónde ha salido esta trasnochada?

Ya no sé muy bien quién lo pregunta; me hago un lío con tanto griterío y con tanto negocio. Los chiringuitos de la Barquerina están reservados a los invitados y, en los parterres de las casas sociales, se venden marcas falsificadas y ofrecen champán de la Veuve a los compradores. Ya no hay aparcamientos por sitio alguno. Todo el mundo ha sacado sus chatarras para ocupar espacio que después venden a precio de oro.

-¡Hay negocio por todas partes!

Vuelve a sentenciar Ana Mari, con más bríos, mientras descubre que le quedan trozos de dedo para colocar anillos. Julio no está dispuesto a dejar que disfrute la fiesta en paz.

-Ojo, que en estos casos siempre circula billete falso.

Ana Mari saca una especie de lápiz y lo enseña con saña.

-He venido bien prevista, querido.

-¡Éstos no cambiarán en la vida!

Maribel los odia no sé con qué fundamento. A mí me ha sorprendido un poco su presencia; no esperaba que el asunto tuviera tal transcendencia para que se fletaran tantos autobuses. Lo de la tal Maribel no me ha extrañado tanto. Viene de Asturias, pero, ¿a qué han venido éstos?

Marisa me saca de dudas con el chaparrón que descarga a la extraña pareja:

-Este par de grullos, que se dicen amigos tuyos, si no fuera por lo carcamales que son, diría que son cachorros “salidos”; ya sabes, ni joden ni dejan joder. La bruja es algo mandona y meticona y el “coitado” sigue el juego sin saber dónde se mete ¡Se va a llevar una ostia!

Se me escapa algo o alguien me está engañando. Han dicho que acaban de llegar en el autobús... Marisa me saca de dudas.

Lleva horas moviendo su trasto para pillar las plazas que se liberan -Señala a Julio- Ya he oído a más de uno que le partirán la cara. Claro, que ha tenido suerte el cabrón. Le he visto cobrar quinientos euros por ceder el sitio a unos cámaras de televisión.

Julio actúa como si estuviera seguro de que nadie captara su agonía cuando suplica a Ana Mari para que pase el lápiz que le acaba de enseñar. Ella, harto ladina, pretende no escuchar, donde todos vemos SOS sólo escucha el eco de las últimas palabras pronunciadas por Marisa

-No veo cachorro alguno, sino un buen cacho y nosotros no quitamos el pan de la boca de otros -Vuelve a mirarse los huecos de los dedos y reclama a Julio la cantimplora de orujo que éste siempre lleva en el bolsillo.

Me vuelvo a perder ante tanto alboroto. Descubro que esta gente ha aprovechado el autobús para traerse puerros y morcillas de Medina de Pomar, que se les ha pagado a precio de oro para las cocinas de la gran jaima. Me aburre este alboroto y me asombra el desparpajo de Ana Mari, que cobra el uso del lápiz detector de billete falso 60 euros y vende algunos paquetes de morcillas que se ha traído de extranjis, a 30 euros la unidad. Ha debido de quedar muy satisfecha. Lo he descubierto por la mirada que parecía colocar alguna joya entre la bisutería de mercadillo que cubre sus dedos.

Ya no me apetece contar más, sino soltar el asco que me da todo esto. Aquí reina la codicia y todo el mundo la exhibe con arrogancia. Lo más divertido es que todos ellos caen en las trampas que creen haber tan hábilmente tendido: Ana Mari no da abasto para satisfacer las ansias por pagar los precios abusivos que reclama por degustar uno de los platos que se servirán en la boda. No soy un moralista, pero, la avaricia ha dado un buen golpe a Julio y a Ana Mari. La última se lo anunció así al primero.

-Por negarte a pagarme el 20% de comisión que te pedía, ahora has perdido la tajada; el billete es falso, cariño, mientras que yo, al menos, he ganado los sesenta que me has pagado.

No por esperar se ha dejado de llevar un buen mamporro la bocazas. Petra ha esperado a que su víctima haya saciado un poco su codicia, para mostrarle, como por casualidad, un anillo que heredó de su madre. Oro con pequeños diamantes. Se lo quita y mientras cuenta la historia, se lo tiende a la víctima.

-Estoy segura que te va mucho mejor que a mí –Los ojos de Ana Mari se iluminan al comprobar el efecto-. Ya ves; no soy de joyas o de pieles. Me gusta vestir a mi aire… Claro, me lo pongo como homenaje a la gloria de mi madre, para quien estas cosas tanto contaban.

Vaya, parece que a todo el mundo le da por las santas madres, aunque reconozco que las escenas de Xandru y don Juan eran mucho mejores. Petra ha hecho muchos remilgos para desprenderse del recuerdo de su madre por una causa noble. Cuenta que su vecina está necesitada de 300 euros para evitar la catástrofe del corte del gas y de la electricidad. Ana Mari ofrece 150 y finalmente, ha pagado 200.

Ya no quiero saber nada más. No me interesa, me aburre y me aterra. ¿Qué ha hecho de nosotros don Juan? Aquí todos nos hacemos los tontos pero nos hemos dejado comprar, unos por simple vicio y otros por meras quimeras.

Maribel lleva un buen rato contándome su vida. No sé, realmente lo que me quiere contar y considero que estoy ya demasiado cansado para descubrirlo.

-Quieto; no he terminado. ¿Te vas a ir sin confirmar nada?

-¿Qué se supone que tengo que confirmar? Ya me parece que he visto y oído suficiente…

Me suelta, pero no me deja marchar.

-No te molestes en llevar la pasta al banco. Es falso. La maleta no es una mala imitación de buena marca…

¿Quién es realmente esta tía? ¿Por qué sabe tanto? ¿Quería probarme? Es realmente repugnante.

En la terraza de la Zapica

Capítulo 9
Carlos Ortiz de Zárate
miércoles, 25 de febrero de 2015, 10:14 h (CET)
No queda mesa vacía cuando llego y no veo cara conocida como para compartir.

¿Dónde está todo el mundo? Me invita con un gesto. No es de aquí. Me cuenta que es de Cangas de Onís y que allí no pasan cosas tan emocionantes como en Villaviciosa. Respondo que tenemos al Gaitero y ella me saca un mejor triunfo: la familia de la princesa de Asturias.

-¿Vendrá alguno de ellos a la boda? -Y con las mismas me suelta-. ¿Qué tomas?- aprovechemos que pasa un camarero que aquí no se les ve muy a menudo. Lo negocia todo con el mismo descaro y pide nueva botella de cava-. Es un rollo esto. Aquí no saben servir el buen cava.

-¡Aquí producimos sidra!

Me he sorprendido a mí mismo con un tono sublime que me resulta desconocido. Ella me ríe la gracia con una carcajada que no viene a cuento y me hace prever un golpe muy bajo.

-Soy asturiana, pero nunca me ha gustado la sidra. El buen champán me chifla y en la ocasión, me apaño con un buen cava. Yo sé de algunos que rabian por ser invitados; están aún peor de lo que estaba el pobre Xandru.

¿Debo darme por aludido? Mejor no. Mira a un grupo que también es nuevo en esta terraza. Por otra parte, la acusadora se apresura a desculpabilizarme.

- No te preocupes, Xandru me lo ha contado todo. Sé que tienes en tu poder las listas de invitados -me pongo en guardia y ella se apresura en tranquilizarme-. No temas, mi tigre. Te mencionaré algunos nombres y me basta con un sí o un no -Insiste ante mi reticencia-. Puedes pensar que es un soborno, pero se trata de simple curiosidad, ya sabes…

No he retenido los nombres de las listas y no tengo la mínima intención de hacerlo, por simple instinto de supervivencia y, por la misma razón, me abstendría de comunicárselos a una arpía que me parece altamente sospechosa. No es que me asuste, no, pero esta tía…

-¡Maribel! -como le parece que no he comprendido, aclara-. Me llamo Maribel y no llevo armas.

¿Qué puede haber encontrado Xandru en esta buena pieza? Chunchi ni siquiera me deja tiempo para preguntármelo, se precipita a la tal Maribel como si acabara de descubrir el sexo de los ángeles.

-¿Qué haces tú aquí?

Parece que en vez de a ella se dirigiera a mí, pero he comprendido que, en realidad, lo que quiere es mi silla, porque no queda ninguna libre. Me levanto para marcharme, pero me para una determinación insospechada en un cuerpo tan menudo como el de mi compañera de mesa. Sin gritar, se lo deja muy claro a la intrusa.

-Me alegro mucho de verte y eso. Pero búscate la vida mientras este señor y yo terminamos con lo nuestro.

La Chunchi no se mueve ni siquiera de un palmo. Me mira como si esperara que aprendiera la primera lección de urbanidad. Intento levantarme y me vuelvo a sentar, atrapado por el espantoso ridículo que me proyecta la voz imponente y la sentencia:

-¡No hemos terminado con nuestra conversación privada!

Chunchi se retira para no ser atropellada por un grupo de viejos que salen disparados de la estación de autobuses.

-Vienen a ver la boda -me explica Maribel.

Me había enterado por el griterío, pero me siento obligado a mostrar mi agradecimiento, sobre todo para liberar un poco de tensión y porque no tengo la mínima intención de comprobar si los que busca están en las listas. Estas terrazas antes estaban tranquilas, ahora me agobian.

Julio y Ana Mari me salvan del naufragio.

-¡Aquí lo tenemos!

Me cogen como si tuvieran orden de arrestarme. No parece que lo de cronista se me dé muy bien. Sin prestar atención alguna a Chunchi o a Maribel tiran de mí para que les siga a la calle de la Habana. Me informan a gritos que acaban de llegar en uno de los autobuses fletados en Reinosa por lo de la boda de la Tani.

Me resisto a dar fe, no precisamente por Maribel o por el brut. Me parece una ordinariez adentrarme en la marea de curiosos que husmea la salida de Tani. Don Juan insistió mucho para que estuviera aquí…

-Tienes amigos un poco borricones…

Maribel oculta los ojos en los cristales oscuros de unas gafas de marca que ha colocado en mitad de la nariz. Me recuerda los USA de los ochenta.

-Éstos se creen en Benidorm.

La Ana Mari se apresura a corregir.

-Aquí hay más gente que en Benidorm, querida, perdona que no te hubiera reconocido, como ahora parece que no llevas sobres…

Maribel se queda con la palabra en la boca, pero tiene su decisión tomada.

Esa señora -señala a una Marisa que llega completamente desbocada-. Vive en el piso pegado al de Tani. ¿Verdad que no te importa acompañarles querida?

-Según cuándo y cómo, mi querida señora; primero tendré que desempolvar la garganta.

Chunchi enciende un cigarrillo con el anterior prácticamente entero. Uno de los viejos que ha llegado en el autobús de Reinosa lo pilla al aire y se lo mete al bolsillo con mucho disimulo. Ana Mari suelta un buen codazo a Julio.

-¿Ves lo que te decía?

-Bueno, recoge colillas…

-Y no se lava el guarro, lo he tenido cerca en el autobús y apesta.

-Bueno, no es para tanto. Se ha dejado un poco, pero…

-Pero nada, alguien tendrá que poner orden.

Maribel huele a sales de baño y no parece aficionada al tabaco. Mantiene las antenas bien tensas.

-¡Y esta gente sigue sin traer champán!

-Lo sirven y del bueno en las terrazas de los chiringuitos que han montado en los parterres de las viviendas protegidas; han surgido negocios como churros, aquí el más tonto capataz.

Marisa recita como si se tratara de un salmo y concluye como si se enrollara en una letanía

-Empezó mi hombre, con los oricios y se dio cuenta que por ahí no venía la demanda. Ahora es proveedor o algo así; vamos, el intermediario. No tengo tiempo de explicarme…

-Lo dan todo gratis en los chiringuitos instalados en la Barquerina. Es bueno, me consta. Sentencia Ana Mari.

-¿De dónde ha salido esta trasnochada?

Ya no sé muy bien quién lo pregunta; me hago un lío con tanto griterío y con tanto negocio. Los chiringuitos de la Barquerina están reservados a los invitados y, en los parterres de las casas sociales, se venden marcas falsificadas y ofrecen champán de la Veuve a los compradores. Ya no hay aparcamientos por sitio alguno. Todo el mundo ha sacado sus chatarras para ocupar espacio que después venden a precio de oro.

-¡Hay negocio por todas partes!

Vuelve a sentenciar Ana Mari, con más bríos, mientras descubre que le quedan trozos de dedo para colocar anillos. Julio no está dispuesto a dejar que disfrute la fiesta en paz.

-Ojo, que en estos casos siempre circula billete falso.

Ana Mari saca una especie de lápiz y lo enseña con saña.

-He venido bien prevista, querido.

-¡Éstos no cambiarán en la vida!

Maribel los odia no sé con qué fundamento. A mí me ha sorprendido un poco su presencia; no esperaba que el asunto tuviera tal transcendencia para que se fletaran tantos autobuses. Lo de la tal Maribel no me ha extrañado tanto. Viene de Asturias, pero, ¿a qué han venido éstos?

Marisa me saca de dudas con el chaparrón que descarga a la extraña pareja:

-Este par de grullos, que se dicen amigos tuyos, si no fuera por lo carcamales que son, diría que son cachorros “salidos”; ya sabes, ni joden ni dejan joder. La bruja es algo mandona y meticona y el “coitado” sigue el juego sin saber dónde se mete ¡Se va a llevar una ostia!

Se me escapa algo o alguien me está engañando. Han dicho que acaban de llegar en el autobús... Marisa me saca de dudas.

Lleva horas moviendo su trasto para pillar las plazas que se liberan -Señala a Julio- Ya he oído a más de uno que le partirán la cara. Claro, que ha tenido suerte el cabrón. Le he visto cobrar quinientos euros por ceder el sitio a unos cámaras de televisión.

Julio actúa como si estuviera seguro de que nadie captara su agonía cuando suplica a Ana Mari para que pase el lápiz que le acaba de enseñar. Ella, harto ladina, pretende no escuchar, donde todos vemos SOS sólo escucha el eco de las últimas palabras pronunciadas por Marisa

-No veo cachorro alguno, sino un buen cacho y nosotros no quitamos el pan de la boca de otros -Vuelve a mirarse los huecos de los dedos y reclama a Julio la cantimplora de orujo que éste siempre lleva en el bolsillo.

Me vuelvo a perder ante tanto alboroto. Descubro que esta gente ha aprovechado el autobús para traerse puerros y morcillas de Medina de Pomar, que se les ha pagado a precio de oro para las cocinas de la gran jaima. Me aburre este alboroto y me asombra el desparpajo de Ana Mari, que cobra el uso del lápiz detector de billete falso 60 euros y vende algunos paquetes de morcillas que se ha traído de extranjis, a 30 euros la unidad. Ha debido de quedar muy satisfecha. Lo he descubierto por la mirada que parecía colocar alguna joya entre la bisutería de mercadillo que cubre sus dedos.

Ya no me apetece contar más, sino soltar el asco que me da todo esto. Aquí reina la codicia y todo el mundo la exhibe con arrogancia. Lo más divertido es que todos ellos caen en las trampas que creen haber tan hábilmente tendido: Ana Mari no da abasto para satisfacer las ansias por pagar los precios abusivos que reclama por degustar uno de los platos que se servirán en la boda. No soy un moralista, pero, la avaricia ha dado un buen golpe a Julio y a Ana Mari. La última se lo anunció así al primero.

-Por negarte a pagarme el 20% de comisión que te pedía, ahora has perdido la tajada; el billete es falso, cariño, mientras que yo, al menos, he ganado los sesenta que me has pagado.

No por esperar se ha dejado de llevar un buen mamporro la bocazas. Petra ha esperado a que su víctima haya saciado un poco su codicia, para mostrarle, como por casualidad, un anillo que heredó de su madre. Oro con pequeños diamantes. Se lo quita y mientras cuenta la historia, se lo tiende a la víctima.

-Estoy segura que te va mucho mejor que a mí –Los ojos de Ana Mari se iluminan al comprobar el efecto-. Ya ves; no soy de joyas o de pieles. Me gusta vestir a mi aire… Claro, me lo pongo como homenaje a la gloria de mi madre, para quien estas cosas tanto contaban.

Vaya, parece que a todo el mundo le da por las santas madres, aunque reconozco que las escenas de Xandru y don Juan eran mucho mejores. Petra ha hecho muchos remilgos para desprenderse del recuerdo de su madre por una causa noble. Cuenta que su vecina está necesitada de 300 euros para evitar la catástrofe del corte del gas y de la electricidad. Ana Mari ofrece 150 y finalmente, ha pagado 200.

Ya no quiero saber nada más. No me interesa, me aburre y me aterra. ¿Qué ha hecho de nosotros don Juan? Aquí todos nos hacemos los tontos pero nos hemos dejado comprar, unos por simple vicio y otros por meras quimeras.

Maribel lleva un buen rato contándome su vida. No sé, realmente lo que me quiere contar y considero que estoy ya demasiado cansado para descubrirlo.

-Quieto; no he terminado. ¿Te vas a ir sin confirmar nada?

-¿Qué se supone que tengo que confirmar? Ya me parece que he visto y oído suficiente…

Me suelta, pero no me deja marchar.

-No te molestes en llevar la pasta al banco. Es falso. La maleta no es una mala imitación de buena marca…

¿Quién es realmente esta tía? ¿Por qué sabe tanto? ¿Quería probarme? Es realmente repugnante.

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