Estamos en campaña electoral y hay cosas que no cambian. Existe un cierto aire, supuestamente ideológico, que cree que hay unas ideas que deben ser combatidas por todos los medios disponibles. Y, claro, lo primero que uno encuentra a la hora de buscar medios a su alcance no es otra cosa que los puños y la fuerza bruta. Bruta, sin duda.
El PP ha recibido más agresiones, por toda España, que días de campaña llevamos. Las sedes del PSOE en el País Vasco son atacadas con cócteles molotov, día sí y día también. En Cataluña, Ciutadans no convoca una conferencia o un debate que no sean boicoteados o agredidos los asistentes a ellos. En Galicia resulta que hay un reducido grupo independentista que le da ahora por colocar bombas caseras, de momento, por suerte, sin contar víctimas. Y la campaña electoral no ha hecho más que empezar.
¿Qué puede llevar a una persona, por lo general joven, pero no siempre, a tomar la decisión de acercarse a un acto electoral de un partido político para insultar a sus asistentes? ¿Cuál es el motivo real por el que alguien lanza un cóctel molotov contra una sede de un partido político? ¿Qué puede estar pensando la persona que esgrimiendo un rotulador es capaz de escribir en un cartel electoral el deseo de que unos asesinos maten al político anunciado? Solo cabe una respuesta posible: la creencia de que su acción es la única verdadera.
El problema no es nuevo y no se solucionará para las próximas elecciones generales. Mas al contrario, es muy probable que para los comicios de 2008, tal y como está el ambiente político -dicen-, las agresiones e intimidaciones en campaña electoral serán mayor en número e intensidad. Es, por lo tanto, algo mucho más profundo, algo más cultural. Una cuestión de educación.
A nadie sorprende cuando se denuncia que existen libros de texto, que utilizan algunas escuelas en el País Vasco, donde se afirman cosas como que Euskalherria fue una organización política anterior al actual Estado español y está compuesto por lo que llaman los siete territorios vascos, por ejemplo. Pero pese a que nadie debería sorprender esta mentira histórica, ningún responsable toma las medidas adecuadas para solucionar tal tontería sin sostén historiográfico, por supuesto. Lo mismo ocurre en algunos libros de texto utilizados en Cataluña, la nació está por encima de la verdad y la mentira.
No creo, sin embargo, que estos casos sean únicos de estas comunidades. Aunque sí son, seguramente, los más lacerantes. Pero sospecho, visto los últimos acontecimientos en ciudades como Burgos, San Fernando de Henares (Madrid), Alcorcón (Madrid), Valencia, y otras, donde las sedes, carteles o militantes del PP han sido agredidos, que la ideología de la desmesura y de la superioridad, ya no solo moral sino que también existencial, está calando por encima de la concepción de la democracia.
Cuando a los militantes de un partido como Ciutadans, en Cataluña, se les grita de ser “fascistas” y “fachas” por grupos de jóvenes a las puertas de sus actos electorales, y la reacción del resto de partidos políticos, sin excepción, es de total y absoluto silencio. Entonces, cuando esto pasa, el problema no es una cuestión temporal, de la primavera, de un grupo de jóvenes incontrolados; la cuestión es algo mucho más profunda, de raíces ideológicas, es que hemos llegado a un punto en el que un número de personas, de momento pequeño pero cada vez con más poder, considera que las ideas contrarias a las suyas no deben existir. Y, entonces el fin: su verdad, justifica cualquier medio: la agresión.
Y el año electoral no ha hecho más que empezar