Naturalmente, tarde o temprano, la situación creada en Ucrania se resolverá.
Pero tras las triviales promesas preelectorales, las concentraciones organizadas por dos o tres corrientes partidistas de signo contrario, tras el inevitable retorno relativo a la futura estructura del poder (pues la actual encierra en sí, sin promesas de solución en el futuro, nuevas conmociones), surge ineludiblemente el problema ucraniano: la suerte de Ucrania como Estado. No se puede descartar la posibilidad de que en aras de la victoria a todo trance se pondrá en riesgo la integridad del país.
El siglo pasado engendró un sinnúmero de nuevos Estados nacionales, aunque los enemigos del globalismo de entonces, perdón, de la revolución mundial, lo tildaron de quimera, infundio o fruto de imaginación. En el siglo XXI la historia se repite a pesar de que algunos creen que el mundo está administrado por el capital financiero, aunque hay pueblos que no tienen bancos independientes. Ante todo, a favor de los Estados nacionales, en el espacio postsoviético, se manifestó la intelectualidad ansiosa de constituir su élite y distanciarse al máximo del Estado ruso (zarista o soviético).
No obstante, otros sectores poblacionales que al principio respaldaron a las élites, atribuyen especial importancia a los métodos de resolver los problemas de propiedad y a la política social. Y en determinados períodos históricos el nacionalismo podrá convertirse en enemigo para la mayoría de la población. Si sus partidos y diputados resulten incapaces de dar solución a los problemas apremiantes, se podrá apelar al Occidente o a Moscú teniendo en cuenta las condiciones que sean presentadas y que no afecten los sentimientos nacionales. Pues, cualquier menoscabo de los intereses engendra y atiza el odio de los nacionalistas, contribuye a fomentar ciertos aspectos negativos de la ideología nacionalista, tales como “Ucrania para los ucranianos”.
A mi modo de ver, la contradicción principal que preside la situación política en Ucrania, es precisamente el problema relativo a la elección del modelo del futuro desarrollo histórico: occidental o nacional (al parecer, Rusia y Bielorrusia ya se han definido al respecto). La orientación hacia el Occidente o Rusia como único modelo lleva implícitos nuevos conflictos incluyendo la escisión del país.
Los historiadores objetivos saben perfectamente que el acta de 1654 significó la alianza de dos socios independientes al menos limitado en tiempo por el protectorado de Moscú, pero en modo alguno significó anexión de Ucrania al Estado moscovita. Hoy queda en vigor el Decreto “Universal – 1º” sobre el reconocimiento de la Rada Central (el parlamento ucraniano) por el Gobierno Provisional, la que el 10 de junio de 1917 proclamó la autonomía de Ucrania. El decreto emitido al respecto contenía alegaciones a las actas estatales del Hetmanstvo (administración superior de los cosacos en el siglo XVII), considerado como “siglo de oro” del Estado ucraniano.
La actual crisis volvió a recordar también el reparto clásico de Ucrania: las antiguas posesiones polacas en el Oeste y las regiones del Este vinculadas a Rusia, y el Sur conquistado con su abigarrada composición nacional. También ahora las diferencias geográficas, económicas, históricas y nacionales determinan la orientación política distinta de tal o cual región. Pero no se debe olvidar que ya desde principios del siglo pasado en todas estas regiones predominaba la familia campesina ucraniana y sus institutos que no incluían en sí las comunidades. Los campesinos conservaron su cultura autóctona y la lengua materna, mientras que la cúspide gobernante dio prioridad al ruso convirtiéndolo en idioma oficial. Todas las regiones sobrevivieron la modernización zarista y la industrialización “desde arriba”, profundas transformaciones sociales en el Imperio, las revoluciones de los años 1905 y 1917 y las guerras. A pesar de que las regiones ucranianas se vieron involucradas de tal o cual manera en esos acontecimientos y de que se conservaron diferencias abismales entre esas regiones, Ucrania podrá funcionar como Estado unitario. La alternativa a ello no es la federalización del país que los politólogos rusos discuten ampliamente y a la que ellos vinculan la democratización, (como si ésta no hubiera existido en Ucrania), sino la escisión.
Para resolver el problema de Ucrania como nación hay que efectuar la asimilación de ambas partes del país (occidente y oriente), lo que presupone la fusión en el aspecto económico, migración laboral y bilingüismo. Y, al mismo tiempo, la renuncia a ucrainizar a los no ucranianos, superando el concepto anticuado de una Ucrania fuerte que se basa en el modelo uniata de desarrollo y en la ideología de los movimientos nacionalistas de Petliura y Bandera. Además, hay que impedir que una parte eche en olvido el pretérito o “lo corte por lo sano” como sucedió en algunas regiones de Ucrania que habían rehabilitado la división ucraniana SS.
Si esto no ocurre, Rusia se verá obligada a mantener relaciones con dos Estados ucranianos. Pero hasta en ese caso ambos refutarán las divagaciones sobre “el ridículo de la historia”, ya que su independencia no será arbitraria, sino producto de enormes sacrificios.
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Guennadi Bordiugov, miembro del Consejo de Expertos de RIA Novosti.
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