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Morir de éxito

Francisco Arias Solís
Redacción
miércoles, 9 de mayo de 2007, 22:59 h (CET)
“Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción.”


Antonio Machado

Muchos padres ejercen en sus hijos enormes presiones que no les dejan alternativas distintas a triunfar, triunfar o triunfar. Ser una persona de éxito equivale en estos primeros años del siglo XXI, a lo que ha significado, no hace mucho tiempo, ser un ciudadano honesto.

La tecnología ha aumentado la gama de oportunidades y las fuentes de estímulo dirigidas a los niños. En consecuencia, existe una variedad de métodos diseñados para lanzar al niño por la ruta que habrá de conducirle a la cima, por los que muchos padres colocan a sus hijos, tan pronto como sea posible, en esa ruta del triunfo para evitar que se queden rezagados.

Durante estos últimos años han surgido tendencias en el campo de la educación dirigidas a la producción de superbebés y a forzar a los niños a sobresalir por todos los medios posibles. La mayor parte del día los niños están programados, sin que puedan sentirse libres para dar rienda suelta a su imaginación infantil. Si al niño no se le concede tiempo suficiente para descansar, lo más probable, es que muy pronto afloren en él los primeros síntomas del estrés.

Por desgracia, cuando los padres caen en la trampa de aceptar algunos de esos sistemas educativos para sus hijos, hay siempre algo que se descompone. La mayoría de las veces se encuentran con que sus hijos no pueden ser programados tan fácilmente para transitar por el desfiladero del éxito.

Con bastante frecuencia, el exagerado énfasis que ponen los padres en que su hijo sea el primero a toda costa, le produce al niño una angustia que le impide el despliegue de sus mejores capacidades. La “angustia de triunfar” hace que el niño que da muestra de una clara inteligencia y talento en todas las actividades normales de su vida diaria fracasa lastimosamente en su examen. En la mayoría de los casos, la angustia que produce estos pésimos resultados tienen su origen en que el niño considera que un examen es de extrema y primordial importancia; en cierta forma, cree que toda su vida depende de él y se paraliza.

El énfasis en la enseñanza temprana e intensiva, incluida la absorción de cantidades excesivas de información, con frecuencia elimina el periodo normal de infancia. El mundo inocente de la infancia desaparece, a los niños se les convierte en adultos a una tierna edad y se les hace vivir un mundo estresante.

Múltiples investigaciones han demostrado que los niños que tienen problemas de estrés desarrollan unas series de dolencias, entre las cuales son frecuentes las afecciones respiratorias.

Cada vez está más clara la existencia de un vínculo entre el estrés y las enfermedades más serias de los niños. El estrés puede hacer que un niño se sienta muy fatigado, deprimido, intranquilo, o indispuesto en alguna u otra forma. También se sabe que la capacidad que tiene el organismo de defenderse de enfermedades, sufre una disminución notable con el aumento del estrés.

Un sistema infalible para mantener a un nivel inofensivo las presiones y el estrés de los hijos es no esperar que estos sean tal como los padres han soñado que serán. Y es que, como dijo el poeta: “La cosa que más siento / es un vivir sin vivir, / para morir de éxito”.

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