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La agresividad que nos invade

Francisco Arias Solís
Redacción
lunes, 7 de mayo de 2007, 23:06 h (CET)
“Yo conocí siendo niño
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.”


Antonio Machado

Atracos, racismo, injusticias, xenofobia, violaciones no son cosas nuevas, la historia de la humanidad está plagada de ellas. Pero ahora ha surgido un tipo de agresividad más solapada e inquietante que no está al servicio de nada, o mejor dicho, sólo está al servicio del dinero. Y es que la violencia “vende”: ejerce la extraña fascinación del morbo. Basta que se anuncie que “las imágenes que van a ver pueden herir la sensibilidad de algunas personas” para alentar y reunir a la gente para su contemplación, y sin ningún escrúpulo despojarse de su escasa sensibilidad.

La violencia nunca es buena ni puede justificarse, no hay que olvidar que implica siempre sufrimiento y destrucción, aunque su diaria contemplación nos lleve a verla como algo normal. No es un tópico que la violencia engendra violencia: el ser que se considera en peligro (real o supuesto) se pone en actitud defensiva, dispuesto a atacar.

La violencia es un problema que nos concierne a todos y, en especial, a los padres ya que uno de los deberes en cuanto a tales es enseñar a los hijos que ésta va esencialmente contra el hombre. Pero, la cuestión es: ¿cómo instar a los niños que se comporten pacíficamente cuando todo les habla de violencia? La respuesta está en la educación de su sentido de la responsabilidad, de la libertad, de la solidaridad, y enseñarles a autodisciplinar sus impulsos.

Para no caer en la agresividad que nos invade, hemos de aportar o de eliminar de nuestra vida cotidiana algunas cosas pequeñas, que proporcionan a todos más serenidad.

A los niños hay que dejarles jugar. El juego es una necesidad que ayuda a los niños a reequilibrar su psiquismo y a dominar los hechos que les perturban. Cuando castiga y golpea a los muñecos, el pequeño descarga sus tensiones. Y la agresividad que libera sobre sus juguetes será siempre la que no vuelva contra sus padres, hermanos y amigos.

El deporte es un medio maravilloso para luchar contra las tendencias violentas y también una escuela de autodisciplina. Algunos tipos de música, especialmente clásica, tienen un enorme poder calmante y ayudan a la percepción y comprensión del orden universal. Por el contrario, no hay más remedio que enseñarles a controlar los ruidos, a ser conscientes de ellos, para que no se hagan daños ni a ellos mismos ni a los demás. Finalmente, hay que señalar que a medida que los niños crecen es preciso ir aumentando las responsabilidades que les confiamos, porque así se sienten útiles. Una persona no puede sentirse realmente integrada en la sociedad donde vive, si no se siente responsable de ella.

Todos somos responsables de la violencia de los niños. Este es un problema de la sociedad entera. La violencia daña la libertad, ésta es la peor de sus consecuencias. Porque quien la ejerce se burla de la libertad de los demás. En cuanto a los educadores la tarea es inmensa. Enseñar al niño a controlar su agresividad es darle sentido a la verdadera libertad y hacerle más responsable en cuanto ciudadano que habita este planeta. Y nunca, hemos de olvidar lo que dijo el poeta: “Un mal pensamiento puede / ser una buena palabra: / una palabra que dice / lo que el pensamiento calla”.

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El 1 de julio de 1938, a la hora 20, el delegado norteamericano en la Conferencia para la Paz en el Chaco, Spruille Braden, informaba desde Buenos Aires al secretario de estado Cordel Hull que el delegado paraguayo Efraim Cardozo le había llamado para decirle que estaba tratando de convencer al presidente de la Delegación paraguaya, Gerónimo Zubizarreta, del plan para finiquitar el problema de límites entre Paraguay y Bolivia.

Dando por cierto que en este país la envidia es el deporte nacional, los españoles somos muy dados a la cerrazón, pero la obstinación y la porfía no le quedan a la zaga. Aquí, como decía Antonio Machado, “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.

 
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