“No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El derecho de recordar no figura entre los derechos humanos consagrados por las Naciones Unidas, pero hoy es más que nunca necesario reivindicarlo y ponerlo en práctica”[1]
Las palabras de Eduardo Galeano nos sirven como introducción, pues por estas fechas se recuerdan diferentes sucesos que merecen no ser olvidados.
El 24 de abril se conmemora en la Argentina el “Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos”. Fue elegida esta fecha en conmemoración de un hecho que hasta hace unos años parecía silenciado y condenado al olvido: el genocidio armenio. Este hecho, ocurrido hace 92 años, a comienzos de la primera guerra mundial, fue perpetrado por el estado turco-otomano. Más de un millón de armenios perdieron su vida solo por ser armenios. El actual estado turco se niega a reconocer este genocidio, y en su país la sola mención del hecho puede hacer que una persona termine en la cárcel, y puede provocar el repudio de sectores tradicionalistas de la sociedad. El contexto del genocidio fue el siguiente: armenios había en el Imperio Otomano, y armenios había en el territorio ruso. Al entrar en guerra estas dos potencias, los armenios otomanos se negaron a levantar las armas contra los armenios rusos. El estado turco trató a la población armenia como una quinta columna, fueron culpados de traición, y se ordeno una deportación masiva que culminó con cientos de miles de personas muriendo en el camino por matanzas indiscriminadas, o simplemente por hambre y por sed. No faltaron los campos de concentración, y los cadáveres llenaron el desierto. De dos millones de armenios, sobrevivieron 600 mil. Lo cierto es que esto no ocurrió por algo natural. Turcos y armenios, esto es, musulmanes y cristianos, a pesar de sus diferencias culturales, habían convivido en paz durante varios siglos. Cierto es que los armenios vivían subyugados por tener una religión diferente, pero recién a fines del siglo XIX, en pleno auge de las ideas racistas e imperialistas, comenzaron los problemas que culminaron en el genocidio.
Continuando con las fechas, se conmemoró el pasado 19 de abril un nuevo aniversario del levantamiento del ghetto de Varsovia, ocurrido en 1943. Los judíos de Varsovia vivían hacinados en este barrio, ferozmente vigilados por alemanes de ideología nazi, desde hacía unos tres años. Más de 5 mil judíos murieron luchando por su libertad, hasta que el levantamiento fue sometido en mayo. En realidad, gran parte de los judíos habían sido ya deportados a los diferentes campos de concentración que los nazis habían instalado en base a su política de limpieza étnica. El genocidio judío, mundialmente conocido como el holocausto, es bastante más conocido que el armenio. Aproximadamente seis millones de judíos murieron a manos de nazis en esos años de locura. Menos conocido es que también murieron asesinados fríamente por la maquinaria nazi más de 3 millones de eslavos, más de 3 millones de soviéticos, más de 2 millones de polacos no judíos, un millón de disidentes políticos, más de 500 mil gitanos, más de 200 mil discapacitados y más de cien mil homosexuales.[2] Una verdadera limpieza étnica en nombre de una raza superior, naturalmente distinta a todas las demás, ideas que por otra parte tienen sus raíces en los turbulentos años finales del siglo XIX, época en que las ideas evolucionistas de Darwin fueron aplicadas a las sociedades y a los hombres por científicos menos brillantes, inventando la teoría de que entre los pueblos y entre los hombres también debía darse la supervivencia del más apto.
La otra fecha, menos conocida y menos divulgada, que también se festeja el 19 de abril, es el día del aborigen. Y también aquí, lamentablemente, tenemos un genocidio que recordar. Que millones de aborígenes americanos fueron asesinados impunemente por los conquistadores europeos desde que pusieron sus pies sobre América es algo que no merece ya ser demostrado. Muertos por enfermedades europeas, por guerras, o trabajando en minas o plantaciones, el genocidio aborigen es el más grande de la historia. Es también, el genocidio del que menos se habla. Pero me concentraré aquí en otro, del que se habla aún menos. Es el genocidio que se aplicó, en diferentes etapas durante el siglo XIX, a la población aborigen que habitaba lo que es hoy Argentina. Me refiero a las mal llamadas campañas del desierto, que salpican diferentes etapas de la historia, y que culminan con la matanza más grande, llevada a cabo por Julio A. Roca, en los alrededores de 1880. Influidos por las mismas ideas que llevaban a que los europeos, por la misma época, se repartan África, y extiendan sus imperios hasta los confines del mundo, el estado argentino también buscó la conquista y la expansión. En la misma época en que las ideas racistas paseaban tranquilamente por los salones de las elites europeas, los argentinos no quisieron ser menos, y presentaron a los aborígenes como unos seres naturalmente malvados, haraganes, y viciosos, con quienes era imposible convivir. Argumentos racistas y avaricia llevaron a que la población aborigen fuera virtualmente exterminada. A 130 años, estas posiciones son ya insostenibles, pero a pesar de esto se arraigan aún en algunos sectores de la sociedad, que pretenden creer aún que los aborígenes eran tal como los describen sus enemigos, y que creen que la campaña del desierto fue algo bueno porque consiguió todas estas tierras patagónicas para “los argentinos”. Para algunas personas, el deseo de posesión es tal que prefieren “tierras nuestras” a “vidas ajenas”. Aunque tampoco puede ya sostenerse el argumento económico, habida cuenta de que las tierras se repartieron entre unos pocos amigos del poder.
Es este, el genocidio aborigen, el menos conocido, porque aún sigue ocurriendo. La verdad es que los aborígenes no fueron totalmente exterminados. Miles de aborígenes continúan aún reclamando su derecho a la existencia en una sociedad que prefiere darles la espalda, porque prefiere verse a sí misma como una sociedad “europea”. El mito del país “europeo” es hoy un baluarte racista que continúa subsistiendo, y que nos impide ver que existen entre nosotros personas que no comparten nuestra cultura, nuestro idioma, nuestra forma de ver el mundo. En nuestro país no está prohibido hablar del genocidio aborigen, pero a pesar de esto, millones de personas ni siquiera saben que existió. Y en algunas bocas todavía resuenan la negación total del otro: la frase “Colón descubrió América” es el símbolo máximo de esta negación, ya que América estaba habitada por personas desde hacia varios miles de años.
Y aquí es cuando llega la reflexión: recordamos fechas… ¿Para qué? Cuando se recuerdan fechas que implican la negación de valores básicos, lo mejor es desear que esta negación no vuelva a ocurrir. Lamentablemente las matanzas indiscriminadas por cuestiones culturales, religiosas o “étnicas” (extraña palabra que implica alguna especie de diferencia natural entre los individuos, y por esto, máxima expresión de racismo) siguen ocurriendo hoy en día. La década del noventa nos dejo limpiezas étnicas con innumerables muertos en Yugoslavia o Ruanda, y algunas personas pueden llegar a creer que estas locuras son naturales o inevitables entre pueblos o personas “naturalmente” diferentes. Y uno no puede menos que preguntarse si estos atroces hechos volverán a ocurrir en el futuro, tiñendo de sangre las páginas de la historia humana. Lo cierto es que la historia nos ha enseñado que nada es imposible, por lo que hechos aberrantes como estos pueden volver a ocurrir en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento. Pero la historia nos ha enseñado también que nada es inevitable. Tal vez aceptar al otro, al que piensa distinto, al que tiene otra religión, al que tiene otra nacionalidad, al que tiene otra forma de ver el mundo, otras costumbres, otras ideas, tal vez aceptarlo como un igual, y no creer que es menos que uno solo por ser distinto, sea un primer paso para que estos lamentables sucesos no vuelvan a ocurrir. Tener viva la memoria sobre estos hechos nos ayudará, pues como dice Eduardo Galeano: “cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacerla”.
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[1] Eduardo Galeano, La escuela del mundo al revés.
[2] Los datos son aproximados, pero lo más probable es que en todos los casos los muertos hayan sido muchos más
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