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La primera reconciliación

José Carlos Navarro (Mérida)
Redacción
jueves, 26 de abril de 2007, 15:01 h (CET)
La imagen que reflejamos en el exterior es la de buscarnos los problemas cuando no los tenemos. Los treinta años de democracia han dado como fruto la mayor prosperidad para los españoles distribuida, con mayor homogeneidad e igualdad, a partir de la llamada transición. Transición política que desde la política se quiere ver tambien como transición social.

Aparte de banderías que no afectan nuestro futuro en libertad, denostar la llamada transición a través de proyectos como la Memoria Histórica o regresos reivindicativos al pasado, responden a claves políticas sobre una base y ejes de coordenadas que los ubican en el infinito indeterminado. La primera reconciliación social se ha ido fraguando desde la voluntad moral de la mayoría de españoles, que firmaron su certificado en democracia. La primera reconciliación política parece ser desdicha por nuevos actores herederos de esos grupos que representaron la transición. Sus argumentos carecen de peso cuando los ciudadanos -sin lavados de cerebro previos- de cada una de las Autonomías, se consideran hermanos para relacionarse con todos sus grados en libertad. La reinterpretación por parte de los políticos herederos del pasado imaginario, no tiene proyección real en la sociedad actual si esta no es manipulada. La primera reconciliación del pueblo sucedió hace muchos años. La primera reconciliación política debe ser pedida por los ciudadanos que ya se reconciliaron, mediante los mecanismos democráticos a su alcance. En las democracias occidentales se acabaron le empolvadas fórmulas históricas del fracaso.

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En el imaginario colectivo, la violencia es algo que sucede “fuera”, en las calles, en las noticias, en las guerras, en los crímenes. Nos han enseñado a identificarla en lo visible, en el golpe, en el grito, en la amenaza. Pero hay otras formas de violencia que no se oyen ni se ven, y que por eso mismo son más difíciles de reconocer y mucho más dañinas.

Entre las múltiples experiencias que he vivido a lo largo de mi vida destacan las tres semanas que permanecí embarcado, allá por los ochenta, en el Ramiro Pérez, un barco mercante en el que realicé el viaje Sevilla-Barcelona-Tenerife-Sevilla enrolado como un tripulante más.

Una rotonda es el espejo de una sociedad. Cuando quieras saber cómo es un país, fíjate en cómo se aborda una rotonda, cómo se incorpora la gente y cómo se permite –o no– hacerlo a los demás. Ahí aparece la noción de ceda el paso, esa concesión al dinamismo de la existencia en comunidad, la necesidad de que todo esté en movimiento, de que fluya la comunicación y que todo el mundo quede incorporado a la rueda de la vida.

 
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