Es una lástima, pero es así, entre las libertades más amenazadas en el mundo están las que afectan a la religión. No es cosa sólo de las repúblicas islámicas, de China o la India o de algunos países africanos. Aflora también, aun con el pretexto de la pandemia, en Italia, Francia o Estados Unidos. En esta última nación, el Tribunal Supremo acaba de votar a favor de la demanda del grupo judío ortodoxo Agudath Israel of America y la diócesis católica de Brooklyn, contra los límites a la asistencia a servicios religiosos establecida por el estado de Nueva York: una auténtica victoria de la libertad de culto, contra un gobernador demócrata, Andrew Como. Aunque pudiera parecer ilógico, los ataques a los cristianos suelen proceder del partido que se presenta como defensor de toda minoría.
El Tribunal Supremo se declara no competente para valorar las decisiones de carácter médico establecidas para evitar contagios. Pero sí para juzgar las desigualdades manifiestas de criterios en una misma zona de riesgo: así se deduce cuando en un barrio “rojo” o “naranja” se permiten sólo 10 ó 25 personas a la vez con independencia de la capacidad del lugar de culto, mientras actividades comerciales consideradas esenciales no tienen límites o se les aplican otros más amplios.
El ponente, Neil Gorsuch, considera que la constitución no se puede sortear ni siquiera en una pandemia: las restricciones gubernamentales vienen a prohibir de hecho que muchos asistan a servicios religiosas: “golpean el corazón mismo de la garantía de libertad religiosa de la Primera Enmienda”. Por otra parte, entiende que es arbitrario señalar como esenciales negocios relativos a ropa, bebida o viajes, “mientras que ejercicios religiosos tradicionales no lo son. Ese es exactamente el tipo de discriminación que prohíbe la Primera Enmienda".
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