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Alegrémonos

Necesitamos lanzarnos a por los factores reconfortantes y disfrutar de ellos
Rafael Pérez Ortolá
jueves, 24 de diciembre de 2020, 16:56 h (CET)

Existimos, si no por casualidad, sí por extraños designios ajenos. Estos proceden desde los enigmas profundos a las suposiciones, asentadas después en ciertas señales accesibles a la percepción de cada ser humano. Desde el primer suspiro se suceden los avatares, repercuten de manera desigual sobre los individuos con toda clase de influencias, por consiguiente también serán detectadas según las múltiples facetas de sus receptores. Como carga o como favor, como penuria o felicidad, el fenómeno lo sobrellevamos con su AMBIVALENCIA característica; ceñida en buena parte a la propia actuación personal con las disposiciones adaptativas emprendidas con cierta cuota de libertad.

Es la condición humana en esa salsa aventurera dominada por la incertidumbre, inmersa en un nudo de dimensiones inabarcables. Las limitaciones nos convierten en menesterosos, porque nunca conseguimos el total de cuanto hemos deseado. Corremos el riesgo de quedarnos lastrados por el peso de la ingente suma de inconvenientes, siempre acumulando quejas. No podemos dejar de lado la otra vertiente de la ambivalencia con su doble sentido, nos permite intervenciones decisivas y el acceso a logros gratificantes. Esa es la condición PERSONAL de amplias dimensiones, susceptible de permanecer adherida al lastre o rebullir para salir del marasmo en busca de mejores estrellas.

Es lo que va de la pusilánime dejación del individuo a la fascinante participación creativa e ilusionante. En lo de fascinante van incluidas las orientaciones de los proyectos emprendidos. Al cabo, no es tan complicada la distinción de cuanto nos alegre la vida. La adquisición del conocimiento razonado, la adaptación de las emociones, la valoración moral, la mirada limpia, el sentido de la belleza, el inconformismo natural, esa participación propia implicada en la persecución de metas como las mencionadas; configuran el SEMILLERO de las alegrías que no estamos en disposición de postergar. En la disyuntiva creada, tristura de base o perfil alegre, hemos de hallar la rendija para mantener equilibrada la balanza.


Hagamos de la necesidad virtud halagüeña. Las andanzas se tornan comprometidas en torno a los lamentos, las penurias así se agrandan sin remisión. Precisamos de los factores equilibrantes. Ninguno lo será como la inclinación de nuestras atenciones al mencionado semillero de las alegrías. Al fin es una cuestión de actitudes, escapando del reduccionismo malicioso, para completar el panorama con la versiones gratificantes. Las dificultades imperantes con su tenacidad constitutiva, no justifican la neutralización del DISFRUTE de cuantas realidades resulten gozosas para los caminantes habituales. Es cuestión de un posicionamiento cabal en contra de las polarizaciones tenebrosas, con el recurso de mejores talantes.

Por lo tanto, también este es momento oportuno para el acogimiento de buenas venturas en plena apertura de los corazones:

ALEGRÉMONOS

Confío en la alegría

¡Y de qué manera!

Atolondrada

Obsesiva

Ilusionada

Anhelante

En todo caso

Trepidante

Suele acercarse

Temblorosa

Como en sueños

Tentadora

Acariciando mis sentidos.

No puedo frenarla

En su tenacidad

Puedo desviar la mirada

Hacia otros asaltantes.

Un día se cansará

Se irá

Espero que sea

Sonriendo.

No es una quimera sin fundamento, son auténticas posibilidades a la disposición de cualquier humano. Pronto se comprueba la inconveniencia de la delegación en las actuaciones ajenas, estas siguen otras directrices que desconocemos. Aprendemos en carne propia el carácter irrenunciable de las VIBRACIONES propias. En ese orden de razonamientos, el protagonismo sólo puede ser ejercido por cada interviniente en particular. No caben excusas dirigidas a los exteriores ni satisfacciones derivadas de las expresiones foráneas presentadas como propias. De eso se trata, de las vivencias individuales, sin renuncias injustificadas, con el talante elegido para el ejercicio existencial con todas sus potencialidades.

En cuanto al sentido de estas actitudes, surgen también fenómenos DISTRACTORES, amortiguando la potencia del talante orientado a la alegría. Por ejemplo, cuando lo reducimos a determinadas fechas aisladas; dejando mucho que desear en el resto. Al aplicar sus bondades sólo a ciertas relaciones seleccionadas, esta sectorización afecta a personas y medio ambiente. O bien, ligarlo en exclusiva a un estado de ánimo concreto, sin esforzarnos en su laboriosa promoción. O dejarlo referido a los condicionantes del momento, riqueza, pobreza, edad u otras circunstancias. Su poder de enturbiamiento es tremendo.

Lo queramos apreciar o no, todos son elementos bien patentes desarrollando sus influencias en la vida cotidiana. No obstante, el ÁRBOL de la ALEGRÍA tiene muchas raíces y abundantes ramas, con gran variedad de frutos. No existen dos árboles iguales, no podía ser de otra manera dada la variedad de los seres humanos. Una gran parte de sus condiciones nos la ofrece la misma evolución del mundo; siendo evidente también la posible efectividad de nuestros cuidados, mimando las raíces o seleccionando los frutos para sus aplicaciones posteriores. Podemos alejarnos de este tipo de árboles, destruirlos o favorecerlos.

No cabe duda, estamos ante una decisión TRASCENDENTE, tanto en lo que respecta a las vivencias propias en cada uno de los avatares, como en la aportación efectuada a la convivencia comunitaria. Sus derivaciones son notorias. Y la tristura de su ausencia, un lamento continuado.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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