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Trump es de los pocos máximos mandatarios estadounidenses en la historia que ve truncado su sueño de repetir cuatro años más como inquilino de la Casa Blanca

Como un koala a su eucalipto

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Nadie confiaba en que Donald Trump, y especialmente sus incondicionales, encajara como un gentleman la derrota que le infligieron las urnas el pasado 3 de noviembre. Nada tiene ver con esta percepción -quiero aclarar- su ascendencia tudesca. Era lo que cabía esperar, después de todo, de un individuo que tampoco supo estar a la altura de las circunstancias ni tan siquiera en la victoria. Y es que muchos han sido los agraviados durante su mandato, un hecho que sin duda le ha pasado factura en su delirante cruzada por la reelección.


Trump es de los pocos máximos mandatarios estadounidenses en la historia que ve truncado su sueño de repetir cuatro años más como inquilino de la Casa Blanca. Si no recuerdo mal es el quinto presidente, en los últimos 120 años, que no logra ser elegido para un segundo mandato. Eso tiene que doler un montón, aunque no sé si tanto como para proceder de la manera deliberadamente absurda en que lo ha hecho Trump poniendo en evidencia no sólo la poca dignidad que le quedaba, sino la del propio cargo institucional que ha estado ocupando con más pena que gloria.


La victoria del aspirante a ocupar por primera vez ese cargo, el pensilvano Joe Biden, sobre su adversario no ha sido todo lo ajustada que, desde el principio, ha querido apreciar Donald Trump. Cerca de 5 millones de votos de diferencia, en un censo electoral que ha hecho uso de su derecho al sufragio en un 75 por ciento, no es moco de pavo precisamente, pero en eso se ha estado aferrando el neoyorquino para emprender una campaña de desprestigio contra el procedimiento utilizado en el computo de los sufragios de uno y otro aspirante.


A mi juicio nada explica su enorme influencia sobre las masas, salvo que identifiquen éstas en su persona -nada más lejos de la realidad- el estándar del triunfador que se ha hecho a sí mismo, logrando alcanzar con esfuerzo e inteligencia el tan ansiado sueño americano. Pero no es sólo eso, sino que llama la atención que un buen número de negros e hispanos le mostraran su confianza votando por él, en estos y en anteriores comicios. Algo especial habrían tenido que ver necesariamente en él para hipotecar el bienestar de muchos de sus congéneres. Y es que, como suele decirse, algo debe tener el agua cuando la bendicen.


Cuando lleva transcurrido ya poco más de un mes, el republicano Trump no parece haber aceptado todavía su derrota frente al demócrata Biden, y si lo ha hecho ha sido con la boca pequeña y a regañadientes. Seguro que los hay, .porque el poder es una de esas cosas que verdaderamente enganchan, pero yo no recuerdo ningún caso similar a éste en Occidente o en ningún otro país del mundo civilizado, en el que un presidente previamente elegido democráticamente se haya aferrado tanto a su cargo al final del mandato como un koala a su eucalipto.

Como un koala a su eucalipto

Trump es de los pocos máximos mandatarios estadounidenses en la historia que ve truncado su sueño de repetir cuatro años más como inquilino de la Casa Blanca
Francisco J. Caparrós
jueves, 3 de diciembre de 2020, 11:10 h (CET)

Nadie confiaba en que Donald Trump, y especialmente sus incondicionales, encajara como un gentleman la derrota que le infligieron las urnas el pasado 3 de noviembre. Nada tiene ver con esta percepción -quiero aclarar- su ascendencia tudesca. Era lo que cabía esperar, después de todo, de un individuo que tampoco supo estar a la altura de las circunstancias ni tan siquiera en la victoria. Y es que muchos han sido los agraviados durante su mandato, un hecho que sin duda le ha pasado factura en su delirante cruzada por la reelección.


Trump es de los pocos máximos mandatarios estadounidenses en la historia que ve truncado su sueño de repetir cuatro años más como inquilino de la Casa Blanca. Si no recuerdo mal es el quinto presidente, en los últimos 120 años, que no logra ser elegido para un segundo mandato. Eso tiene que doler un montón, aunque no sé si tanto como para proceder de la manera deliberadamente absurda en que lo ha hecho Trump poniendo en evidencia no sólo la poca dignidad que le quedaba, sino la del propio cargo institucional que ha estado ocupando con más pena que gloria.


La victoria del aspirante a ocupar por primera vez ese cargo, el pensilvano Joe Biden, sobre su adversario no ha sido todo lo ajustada que, desde el principio, ha querido apreciar Donald Trump. Cerca de 5 millones de votos de diferencia, en un censo electoral que ha hecho uso de su derecho al sufragio en un 75 por ciento, no es moco de pavo precisamente, pero en eso se ha estado aferrando el neoyorquino para emprender una campaña de desprestigio contra el procedimiento utilizado en el computo de los sufragios de uno y otro aspirante.


A mi juicio nada explica su enorme influencia sobre las masas, salvo que identifiquen éstas en su persona -nada más lejos de la realidad- el estándar del triunfador que se ha hecho a sí mismo, logrando alcanzar con esfuerzo e inteligencia el tan ansiado sueño americano. Pero no es sólo eso, sino que llama la atención que un buen número de negros e hispanos le mostraran su confianza votando por él, en estos y en anteriores comicios. Algo especial habrían tenido que ver necesariamente en él para hipotecar el bienestar de muchos de sus congéneres. Y es que, como suele decirse, algo debe tener el agua cuando la bendicen.


Cuando lleva transcurrido ya poco más de un mes, el republicano Trump no parece haber aceptado todavía su derrota frente al demócrata Biden, y si lo ha hecho ha sido con la boca pequeña y a regañadientes. Seguro que los hay, .porque el poder es una de esas cosas que verdaderamente enganchan, pero yo no recuerdo ningún caso similar a éste en Occidente o en ningún otro país del mundo civilizado, en el que un presidente previamente elegido democráticamente se haya aferrado tanto a su cargo al final del mandato como un koala a su eucalipto.

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