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Las calefacciones al aire libre los rescatan, los introducen en mesas camillas más cuadradas, los llevan a la calle de fiesta y merendola

Braseros de picón y calefacciones al aire libre

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La maestra de invierno llegaba a clase y pedía a una alumna colaboradora que se adelantase unos minutos para encender el brasero de picón. Cuando el resto de las niñas llegábamos con las manos frías, ya olía a humo esparcido en el patio de recreo por el viejo cartón y la paciencia. Las brasas llamaban nuestra atención y el brasero con su alambrera, llevado por las asas, pasaba a colocarse bajo los pies de la profesora, hasta que se agotaba la tarea, la mañana y la tarde o el picón.


En casa, el brasero hacía más o menos lo mismo, si no había leña en la chimenea. A menudo, las abuelas te avisaban del peligro que había en la mesa camilla, por si te dormías a su calor. La badila la movían con esmero y sapiencia y duraba en la noche, en la velada de costura, punto o bordado.


Luego los braseros abandonaron el picón y se sirvieron del cable para seguir advirtiendo de su peligro de comedor y gabinete. Más de un incendio doméstico se cobraron y más de una desgraciada desaparición por culpa del anhídrido carbónico. Fue el momento en que los sacos de picón y los piconeros pasaron a la historia, también el lugar donde se almacenaba el negro combustible del picón en cada despensa.


Ahora, las calefacciones al aire libre los rescatan, los introducen en mesas camillas más cuadradas, los llevan a la calle de fiesta y merendola, los dejan al cuidado de camareros que nos recuerdan a las alumnas niñas de hace décadas. Vuelve el picón y el dicho popular de que si tienes los pies calientes, el resto del cuerpo también está caliente.


En el campo, donde las temperaturas bajan con gana el termómetro, en época de aceituna se acostumbraba a llevar de oliva a oliva un cubo con brasas colgado del brazo, como un brasero alto, para que las manos perdieran el entumecimiento del duro campo castellano.


Otras estufas a modo de columnas calientes hace tiempo que tomaron las calles y la hostelería, sobre todo cuando otras prohibiciones, no pandémicas, pero sí de protección ciudadana como el tabaco, se generalizaron en el interior de bares y restaurantes. Con el frío reinante no siempre agradecemos el calor más caro y moderno, aunque ahora parece que el picón por ofrecer mejor precio, estará más usado.


Las aulas de ahora siguen siendo frías, por las normas de abrir durante quince minutos las ventanas a cada hora, por la recomendación de ventilar por miedo al Covid, y porque una buena calefacción se despide por la ventana. Los alumnos ataviados con abrigos en los hombros o encima de las piernas, o con grandes bufandas y pañoletas, intentan seguir los detalles de las clases, los profesores nos movemos de la mesa a la pizarra para no caer en el desánimo y muchos echamos de menos un buen brasero recién encendido de picón.

Braseros de picón y calefacciones al aire libre

Las calefacciones al aire libre los rescatan, los introducen en mesas camillas más cuadradas, los llevan a la calle de fiesta y merendola
Nieves Fernández
miércoles, 25 de noviembre de 2020, 11:46 h (CET)

La maestra de invierno llegaba a clase y pedía a una alumna colaboradora que se adelantase unos minutos para encender el brasero de picón. Cuando el resto de las niñas llegábamos con las manos frías, ya olía a humo esparcido en el patio de recreo por el viejo cartón y la paciencia. Las brasas llamaban nuestra atención y el brasero con su alambrera, llevado por las asas, pasaba a colocarse bajo los pies de la profesora, hasta que se agotaba la tarea, la mañana y la tarde o el picón.


En casa, el brasero hacía más o menos lo mismo, si no había leña en la chimenea. A menudo, las abuelas te avisaban del peligro que había en la mesa camilla, por si te dormías a su calor. La badila la movían con esmero y sapiencia y duraba en la noche, en la velada de costura, punto o bordado.


Luego los braseros abandonaron el picón y se sirvieron del cable para seguir advirtiendo de su peligro de comedor y gabinete. Más de un incendio doméstico se cobraron y más de una desgraciada desaparición por culpa del anhídrido carbónico. Fue el momento en que los sacos de picón y los piconeros pasaron a la historia, también el lugar donde se almacenaba el negro combustible del picón en cada despensa.


Ahora, las calefacciones al aire libre los rescatan, los introducen en mesas camillas más cuadradas, los llevan a la calle de fiesta y merendola, los dejan al cuidado de camareros que nos recuerdan a las alumnas niñas de hace décadas. Vuelve el picón y el dicho popular de que si tienes los pies calientes, el resto del cuerpo también está caliente.


En el campo, donde las temperaturas bajan con gana el termómetro, en época de aceituna se acostumbraba a llevar de oliva a oliva un cubo con brasas colgado del brazo, como un brasero alto, para que las manos perdieran el entumecimiento del duro campo castellano.


Otras estufas a modo de columnas calientes hace tiempo que tomaron las calles y la hostelería, sobre todo cuando otras prohibiciones, no pandémicas, pero sí de protección ciudadana como el tabaco, se generalizaron en el interior de bares y restaurantes. Con el frío reinante no siempre agradecemos el calor más caro y moderno, aunque ahora parece que el picón por ofrecer mejor precio, estará más usado.


Las aulas de ahora siguen siendo frías, por las normas de abrir durante quince minutos las ventanas a cada hora, por la recomendación de ventilar por miedo al Covid, y porque una buena calefacción se despide por la ventana. Los alumnos ataviados con abrigos en los hombros o encima de las piernas, o con grandes bufandas y pañoletas, intentan seguir los detalles de las clases, los profesores nos movemos de la mesa a la pizarra para no caer en el desánimo y muchos echamos de menos un buen brasero recién encendido de picón.

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