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La reciente muerte de la juez decana del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, ha acentuado uno de los debates políticos que más dividen a la sociedad norteamericana: la influencia de los magistrados de dicho tribunal en la configuración de la propia sociedad. Aunque la Corte Suprema actualmente está integrada por cinco jueces conservadores y cuatro progresistas, todos ellos vitalicios, no siempre se inclinan sus votaciones por el lado de la mayoría. El hecho de no depender del Ejecutivo una vez nombrados hace que los jueces no se sometan a esquemas partidistas, aunque mantengan su propia sensibilidad.
EH Bildu estaría integrada por militantes de Aralar, Alternativa, EA e Independientes, todos ellos fagocitados por la estrella-alfa Sortu, cuyo ideólogo sería el actual candidato a Lehendakari, Pello Otxandiano, quien decidió revisar la anterior estrategia de Bildu e incorporar a su bagaje político la llamada inteligencia maquiavélica.
El pasado martes mientras limpiaba uno de los patios de colegio que me toca dos veces a la semana, una niña intentaba proteger a una abeja que no podía volar cogiéndola con una hoja y la apartó para que nadie la pisara estando pendiente para ver si se podía recuperar a lo que se sumaron una compañera y un compañero. Gestos que demuestran más empatía que muchos adultos.
En la colosal vorágine de los tiempos modernos, nos encontramos enredados en un tejido de deseos y ansias desbocadas. Nos hemos convertido en una sociedad dominada por la avaricia, un apetito voraz que desemboca en la insaciabilidad. La hambruna crónica de la insatisfacción. Más y más por el mero más y más. Lejos queda la capacidad personal y colectiva de detenernos a pensar quiénes somos y echar la vista atrás para recapitular de dónde venimos.
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