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A este paso no son suficientes las decisiones normales; necesitamos esmerarnos en la respuesta ciudadana

Decisión sublime

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Pasaría por ser una decisión sencillita, cargada de espontaneidad, arraigada de lleno en las circunstancias encontradas. Pasaría sí, pero el barullo de las relaciones sociales en diversos ámbitos, la complicaron hasta comprometerla. ¿Qué sabemos de cuanto ocurre? Tanto si nos lo hemos planteado como si no, presiento una respuesta poco gratificante. Ante lo cual, caben sobre todo tres maneras de comportarse. La indiferencia mostrenca convertida en cómplice de las tramoyas ideadas. Las decisiones en resorte, sin mayores reflexiones, sin demasiada consistencia resolutiva. Y como insinúo, las posiciones de mayor calado, SUBLIMES, basadas en la máxima exigencia intelectual.

La exigente respuesta sale malparada según el muestrario a la vista. En todos los tiempos, puede ser; en la actualidad, su ausencia pesa como una losa. De otro modo no se concebiría esa acumulación de DESPERDICIOS sociales repartidos por el ancho mundo. Esa falta de buenas decisiones se fragua en una derrota humana sin paliativos; muy patente, a la par que tolerada con talante inmisericorde. Campos fronterizos de refugiados en condiciones paupérrimas, grandes grupos de gente abocados a la miseria irrevocable con el hambre y las enfermedades hincandoles sus zarpas, con la ampliación progresiva de las diferencias desde las grandes potenciales a la escoria.

Atravesamos una fechas delicados en lo referente a la valoración de los comportamientos. La desatención con respecto a las previsiones, el incumplimiento intempestivo de las normas elementales, viajes imprudentes o la prepotencia de quienes ocupan cargos de elevadas gestiones; conducen a serios contratiempos en forma de contagios, quiebra social y fallecimientos indebidos. En esa maraña usamos el eufemismo de llamar ACCIDENTES a las consecuencias de las deficientes disposiciones previas. Las derivaciones trágicas del hundimiento de un vertedero apuntan también a causas involucradas. En asuntos como estos, entendemos la importancia de las buenas decisiones previas.

Por este olvido en el cual insisto hoy, abandonamos las inmejorables condiciones ubicadas en nuestros adentros; somos muy propensos a esquivar las responsabilidades escudados en figuras inapropiadas. Eludimos a los individuos en concreto, las personas, elaborando para ello un sinfín de estructuras organizadas. Estas no son dañinas en múltiples ocasiones, lo es su utilización al margen del ente representado por cada sujeto. Proliferan los códigos, normas, PROTOCOLOS, con un notable poder orientativo para evitar grandes desviaciones. Pero requieren una adaptación, bien pensada y trabajada, para cada caso; desprovistos de esa adaptación concienzuda, provocan graves despropósitos.

Uno no encuentra respuesta al porqué nos hemos desentendido de la inteligencia sentiente; sí, aquella preconizada por Zubiri para aunar los razonamientos, las emociones y su aplicación práctica. Algo así como habernos apuntado al desguace de las personas sin motivos justificativos, prescindiendo de las buenas condiciones todavía detentadas por el vehículo. Con una frivolidad estúpida procedemos con desenfreno a la DISOLUCIÓN progresiva de cualidades importantes. Se volatilizan así las intimidades, el compromiso, la confianza, la excelencia en el desarrollo de las labores, el respeto mutuo o la solidaridad. Quizá aún sea posible revertir la situación con las determinaciones oportunas.

Cuando abundan los problemas graves, escasean los debates con la franqueza y la profundidad pertinentes para afrontarlos. Curiosa paradoja escapista de consecuencias nefastas; no por evidente, menos practicada. Nos atraen los FOGONAZOS distractores. Encandilados por ellos, no echamos de menos otras industrias. Rumores, mentiras altisonantes, programas dedicados a la chacota, algaradas y trapisondas, ocupan las atenciones. Lanzados al disfrute por esos toboganes, ni se precisan ni ha lugar para las disquisiciones de profundo calado; el buen juicio permanece atascado, secuestrado. Su liberación no se avizora, el acostumbramiento promueve la indolencia tranquilizadora.

La erosión ha hecho estragos en la consistencia mental y física de los protagonistas sociales; cuando no aparecemos desvencijados, surgimos tiesos con una fibra endeble de malos presagios. Las culpas tecnológicas no sé si convencerán a alguien, pero las técnicas no razonan, obedecen a los planteamientos previos y sirven a sus maquinadores solapados. Las múltiples cesiones comentadas nos transforman en peleles dúctiles, en personajes empequeñecidos; SUPLANTADOS por los aprovechados de diversa calaña brotando por los entornos. La tibieza pusilánime no sirve ni de consuelo, no sirven los atajos ni la necia esperanza de los aturdidos. Requerimos la cumbre del pensamiento para la práctica.

Con frecuencia escuchamos eso de no me cabe en la cabeza referido a ciertas actuaciones; nos adentramos en un error de alcances ilimitados. A fuer de informaciones reiteradas, resulta imposible su asimilación para una persona determinada. Es otro de los instrumentos empleados para el logro de predominios; usan cualquier recurso conceptual, económico o simples falsedades. La única salida disponible es el recuerdo de las DIMENSIONES reales del sujeto humano con la aplicación de sus cualidades intransferibles. Desde ese ámbito concreto afrontaremos de otra formas las genialidades globales, sin diluirnos en los mensajes subliminales distanciados de las personas.

Aunque mucha gente lo pretende con ínfulas prepotentes; en los momentos actuales, ya nadie debiera tomar la palabra en nombre de todos. El desquiciamiento de esa postura es manifiesto tras la simple observación de las actitudes sociales. Las creencias, la emociones y los sentimientos, ejercen con una diversidad implacable. Como ahora se dice, es muy necesario cambiar el chip, no se trata de la competencia habitual entre posiciones contrapuestas, el objetivo deseable es la adaptación CONCORDANTE de los diversos. La homogeneidad social, también en esto, es terrorífica.

Conviene adaptarnos al panorama de los contrastes proyectados hacia la armonía convivencial.

Que curioso, cuando los numerosos progresos hacían pensar en el acopio de apoyos para el bienestar; abundan los enfoques encaminados a coartar las iniciativas de los individuos. El desmás surge porque no se trata de limitaciones propias de la existencia natural; son creaciones artificiosas pergeñadas por unos humanos para beneficiarse a costa de sus semejantes, sin miramientos.

Convendremos en la importancia del esmero en cuantas elaboraciones participemos, nos va en el empeño la presencia de cada uno en la trama social. Está visto, no basta con lamentos o comentarios intrascendentes, tampoco con las buenas actuaciones en una supuesta normalidad. El rango de los disturbios exige las mejores disposiciones, para poder situarnos con potencia frente a ellos, con DECISIONES CABALES.

Decisión sublime

A este paso no son suficientes las decisiones normales; necesitamos esmerarnos en la respuesta ciudadana
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 16 de octubre de 2020, 10:44 h (CET)

Pasaría por ser una decisión sencillita, cargada de espontaneidad, arraigada de lleno en las circunstancias encontradas. Pasaría sí, pero el barullo de las relaciones sociales en diversos ámbitos, la complicaron hasta comprometerla. ¿Qué sabemos de cuanto ocurre? Tanto si nos lo hemos planteado como si no, presiento una respuesta poco gratificante. Ante lo cual, caben sobre todo tres maneras de comportarse. La indiferencia mostrenca convertida en cómplice de las tramoyas ideadas. Las decisiones en resorte, sin mayores reflexiones, sin demasiada consistencia resolutiva. Y como insinúo, las posiciones de mayor calado, SUBLIMES, basadas en la máxima exigencia intelectual.

La exigente respuesta sale malparada según el muestrario a la vista. En todos los tiempos, puede ser; en la actualidad, su ausencia pesa como una losa. De otro modo no se concebiría esa acumulación de DESPERDICIOS sociales repartidos por el ancho mundo. Esa falta de buenas decisiones se fragua en una derrota humana sin paliativos; muy patente, a la par que tolerada con talante inmisericorde. Campos fronterizos de refugiados en condiciones paupérrimas, grandes grupos de gente abocados a la miseria irrevocable con el hambre y las enfermedades hincandoles sus zarpas, con la ampliación progresiva de las diferencias desde las grandes potenciales a la escoria.

Atravesamos una fechas delicados en lo referente a la valoración de los comportamientos. La desatención con respecto a las previsiones, el incumplimiento intempestivo de las normas elementales, viajes imprudentes o la prepotencia de quienes ocupan cargos de elevadas gestiones; conducen a serios contratiempos en forma de contagios, quiebra social y fallecimientos indebidos. En esa maraña usamos el eufemismo de llamar ACCIDENTES a las consecuencias de las deficientes disposiciones previas. Las derivaciones trágicas del hundimiento de un vertedero apuntan también a causas involucradas. En asuntos como estos, entendemos la importancia de las buenas decisiones previas.

Por este olvido en el cual insisto hoy, abandonamos las inmejorables condiciones ubicadas en nuestros adentros; somos muy propensos a esquivar las responsabilidades escudados en figuras inapropiadas. Eludimos a los individuos en concreto, las personas, elaborando para ello un sinfín de estructuras organizadas. Estas no son dañinas en múltiples ocasiones, lo es su utilización al margen del ente representado por cada sujeto. Proliferan los códigos, normas, PROTOCOLOS, con un notable poder orientativo para evitar grandes desviaciones. Pero requieren una adaptación, bien pensada y trabajada, para cada caso; desprovistos de esa adaptación concienzuda, provocan graves despropósitos.

Uno no encuentra respuesta al porqué nos hemos desentendido de la inteligencia sentiente; sí, aquella preconizada por Zubiri para aunar los razonamientos, las emociones y su aplicación práctica. Algo así como habernos apuntado al desguace de las personas sin motivos justificativos, prescindiendo de las buenas condiciones todavía detentadas por el vehículo. Con una frivolidad estúpida procedemos con desenfreno a la DISOLUCIÓN progresiva de cualidades importantes. Se volatilizan así las intimidades, el compromiso, la confianza, la excelencia en el desarrollo de las labores, el respeto mutuo o la solidaridad. Quizá aún sea posible revertir la situación con las determinaciones oportunas.

Cuando abundan los problemas graves, escasean los debates con la franqueza y la profundidad pertinentes para afrontarlos. Curiosa paradoja escapista de consecuencias nefastas; no por evidente, menos practicada. Nos atraen los FOGONAZOS distractores. Encandilados por ellos, no echamos de menos otras industrias. Rumores, mentiras altisonantes, programas dedicados a la chacota, algaradas y trapisondas, ocupan las atenciones. Lanzados al disfrute por esos toboganes, ni se precisan ni ha lugar para las disquisiciones de profundo calado; el buen juicio permanece atascado, secuestrado. Su liberación no se avizora, el acostumbramiento promueve la indolencia tranquilizadora.

La erosión ha hecho estragos en la consistencia mental y física de los protagonistas sociales; cuando no aparecemos desvencijados, surgimos tiesos con una fibra endeble de malos presagios. Las culpas tecnológicas no sé si convencerán a alguien, pero las técnicas no razonan, obedecen a los planteamientos previos y sirven a sus maquinadores solapados. Las múltiples cesiones comentadas nos transforman en peleles dúctiles, en personajes empequeñecidos; SUPLANTADOS por los aprovechados de diversa calaña brotando por los entornos. La tibieza pusilánime no sirve ni de consuelo, no sirven los atajos ni la necia esperanza de los aturdidos. Requerimos la cumbre del pensamiento para la práctica.

Con frecuencia escuchamos eso de no me cabe en la cabeza referido a ciertas actuaciones; nos adentramos en un error de alcances ilimitados. A fuer de informaciones reiteradas, resulta imposible su asimilación para una persona determinada. Es otro de los instrumentos empleados para el logro de predominios; usan cualquier recurso conceptual, económico o simples falsedades. La única salida disponible es el recuerdo de las DIMENSIONES reales del sujeto humano con la aplicación de sus cualidades intransferibles. Desde ese ámbito concreto afrontaremos de otra formas las genialidades globales, sin diluirnos en los mensajes subliminales distanciados de las personas.

Aunque mucha gente lo pretende con ínfulas prepotentes; en los momentos actuales, ya nadie debiera tomar la palabra en nombre de todos. El desquiciamiento de esa postura es manifiesto tras la simple observación de las actitudes sociales. Las creencias, la emociones y los sentimientos, ejercen con una diversidad implacable. Como ahora se dice, es muy necesario cambiar el chip, no se trata de la competencia habitual entre posiciones contrapuestas, el objetivo deseable es la adaptación CONCORDANTE de los diversos. La homogeneidad social, también en esto, es terrorífica.

Conviene adaptarnos al panorama de los contrastes proyectados hacia la armonía convivencial.

Que curioso, cuando los numerosos progresos hacían pensar en el acopio de apoyos para el bienestar; abundan los enfoques encaminados a coartar las iniciativas de los individuos. El desmás surge porque no se trata de limitaciones propias de la existencia natural; son creaciones artificiosas pergeñadas por unos humanos para beneficiarse a costa de sus semejantes, sin miramientos.

Convendremos en la importancia del esmero en cuantas elaboraciones participemos, nos va en el empeño la presencia de cada uno en la trama social. Está visto, no basta con lamentos o comentarios intrascendentes, tampoco con las buenas actuaciones en una supuesta normalidad. El rango de los disturbios exige las mejores disposiciones, para poder situarnos con potencia frente a ellos, con DECISIONES CABALES.

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