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Repartir equitativamente

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Comenzaré por definir equitativo, que no es más que un adjetivo que significa algo relativo o perteneciente a la equidad o la igualdad, que tiene equidad. Se identifica con otros términos como justicia e imparcialidad. Algunas palabras que se pueden considerar como sinónimos son: imparcial, recto, ecuánime, justo, honrado, íntegro, moderado. Las palabras que tienen un significado opuesto son: parcial e injusto. Esta palabra deriva del latín aequĭtas, -ātis, (igualdad).

El término 'reparto equitativo' hace referencia, a nivel social, a la igualdad de recursos distribuidos por la autoridad competente. En la sociedad, un reparto equitativo de las riquezas, por ejemplo, representa una de las reivindicaciones de muchos ciudadanos. Cuando el poder económico se basa en la posesión de recursos en manos de determinadas personas, se producen situaciones de injusticia social. Es por ello que en ocasiones se habla de un reparto equitativo o un reparto de la riqueza para referirse a una situación opuesta en la que existe una mayor justicia de base.

Por tanto, un desarrollo equitativo es un proceso que se produce de manera equilibrada. Se aplica fundamentalmente al ámbito ambiental y social. Hace referencia a la utilización sostenible de los recursos ambientales y que no provoquen situaciones de injusticia social. Se trata no sólo de los recursos existentes, sino de los distintos procesos relacionados con el progreso y que no se suelen dar del mismo modo en diferentes regiones. Por ejemplo, dentro de una determinada zona, no existe un desarrollo equitativo cuando se tiene acceso a elementos del Estado de bienestar como sanidad sólo en determinados lugares. Un desarrollo equitativo supone dar valor a las personas de determinado territorio para avanzar en un progreso justo y razonable que tenga en cuenta la realidad social y económica para poder desarrollarse de manera adecuada.

Todos estamos llamados a ser agentes del desarrollo equitativo, haciendo que los poderes públicos, desarrollen medidas, que sirvan para el provecho del conjunto de la sociedad, sin exclusiones de etnias, colores, formas de pensamiento y filosofías de vida. Hemos de potenciar la creatividad del ser humano, formato que nos va a ser esencial en la vida económica y en el campo empresarial. Ésta se manifiesta primordialmente en la elaboración de proyectos e innovación de procesos que optimizan el uso de recursos y facilitan la producción de bienes y servicios que contribuyen al bien común de la sociedad. Ciertamente, todo ello debe llevarse a cabo en términos y con criterios económicos. Es innegable que cuando una empresa genera beneficios (valor agregado) es porque los factores de la producción han sido utilizados adecuadamente.

Sin embargo, puede ocurrir, y de hecho ocurre, que al mismo tiempo que se generan beneficios económicos, se atenta contra el patrimonio más valioso de la empresa: su gente. Esto sucede cuando la empresa opera en ambientes socioculturales caracterizados por la explotación de las personas, bajos sueldos y salarios, jornadas excesivas de trabajo, y muchas otras violaciones a los derechos humanos. Surge entonces la segunda condición para la distribución justa de la riqueza: la acción subsidiaria del Estado. El Estado debe ser un facilitador del desarrollo económico, secundar la actividad de las empresas, crear condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimular aquellas áreas de la economía que sean insuficientes, y sostener a los actores de ésta en momentos de crisis.

No debemos olvidar que la tarea fundamental del Estado en el ámbito económico es definir un marco jurídico que establezca reglas justas y transparentes entre los actores del libre mercado, para evitar que se den monopolios, oligopolios o competencia desleal, en la que una de las partes supera totalmente en poder a la otra, y puede reducirla prácticamente a la esclavitud. En efecto, el mercado no es capaz, con sus propios mecanismos, de garantizar una distribución equitativa de algunos bienes y servicios esenciales para el desarrollo de los ciudadanos, y es allí donde la complementariedad entre Estado y mercado se hace más necesaria. Más allá de las bondades del mercado y de las acciones subsidiarias del Estado, se encuentra la actividad concreta y cotidiana de los empresarios y dirigentes de empresa, elemento determinante en la distribución de la riqueza. Sólo con una formación moral sólida, que implica virtudes como la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir riesgos razonables, la lealtad en las relaciones interpersonales; la fortaleza en la toma de decisiones difíciles y dolorosas, y, sobre todo, la solidaridad y la fraternidad, se puede respetar la dignidad humana de los trabajadores.

Es un deber, en la agenda de un auténtico empresario con responsabilidad social, elevar el nivel de vida de los trabajadores e impulsarlos a su propio desarrollo mediante la capacitación y la oferta de espacios de crecimiento, ya que son estas acciones concretas las que permiten un reparto más justo de la riqueza.

Las nuevas corrientes políticas, de corte populista –y no hace falta mentar sus denominaciones-, están contribuyendo a la rebelión de la sociedad, sin contarle a la misma, cuales son los peligros de sus planteamientos. Ocultan, sus verdaderos objetivos, si es que los tienen, y con determinadas ideas, siguen nadando contracorriente, retrotrayéndose a unos ideales primitivos, caducos y faltos de credibilidad. El mundo necesita un cambio, una transformación en todos los órdenes. Al parecer, no nos ha servido de nada, haber vivido algo más de tres siglos de momentos históricos.

Un informe del Banco Mundial calcula que casi 1.200 millones de personas viven actualmente con una renta máxima de un dólar diario, lo que supone que cerca de la cuarta parte de la humanidad se encuentra en una situación de extrema pobreza, sin poder cubrir siquiera sus necesidades nutritivas. El mismo informe estima que, si pobreza es "tener hambre, carecer de cobijo y ropa, estar enfermo y no ser atendido, y ser iletrado y no recibir formación", el 46 por ciento de la población mundial padecería estas condiciones ya que 2.800 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios.

Se ha calculado la diferencia de rentas per cápita a mediados del siglo XVIII y se estima que la de Europa occidental era sólo un 30 por ciento superior a la de la China y la India, la misma desigualdad que existe ahora entre España y Bélgica. Al comenzar el siglo XIX, la diferencia entre los países más ricos y más pobres del mundo era ya de tres a uno; en 1900, de diez a uno y, en la actualidad, la desigualdad de rentas llega a ser de 60 a uno. Pero la experiencia enseña también que es posible abandonar el pelotón de rezagados y unirse a los que van en cabeza, como recientemente han hecho algunos países del Sudeste asiático e Irlanda.

El reparto equitativo de la riqueza, sería pues, una forma de dar a cada uno lo que le corresponde. Pero, ¿esto no lo pone en práctica el cristianismo? El reparto justo de los llamados bienes de consumo, es decir, el esfuerzo y el tiempo dedicado a procurarse alimentos, vestidos, cultura, espiritualidad y un refugio donde vivir, ya era para las primeras comunidades cristianas, una profunda preocupación, ya que la sociedad de los primeros siglos, padecía situaciones análogas a la nuestra. Si sabemos repartir nuestros bienes, estaremos en el buen camino. Pero, mientras existan desigualdades y marginalidad, seguiremos teniendo situaciones de rebeldía. Mientras unos, con determinados poderes económicos, someten a los otros, la mayoría social, no vamos a tener lo que denominamos Paz Social. Solo el reparto justo y equitativo de los bienes, nos darán épocas de paz y bonanza.

Debemos plantearnos lo que hemos expuesto, y sobre todo, debemos reivindicar que la cultura, sea la voz triunfante, porque como decía don Miguel de Unamuno: … solo la cultura nos da la libertad … ¿Nos suena de algo?

Repartir equitativamente

Manuel Ibañez Ferriol
miércoles, 21 de enero de 2015, 07:55 h (CET)
Comenzaré por definir equitativo, que no es más que un adjetivo que significa algo relativo o perteneciente a la equidad o la igualdad, que tiene equidad. Se identifica con otros términos como justicia e imparcialidad. Algunas palabras que se pueden considerar como sinónimos son: imparcial, recto, ecuánime, justo, honrado, íntegro, moderado. Las palabras que tienen un significado opuesto son: parcial e injusto. Esta palabra deriva del latín aequĭtas, -ātis, (igualdad).

El término 'reparto equitativo' hace referencia, a nivel social, a la igualdad de recursos distribuidos por la autoridad competente. En la sociedad, un reparto equitativo de las riquezas, por ejemplo, representa una de las reivindicaciones de muchos ciudadanos. Cuando el poder económico se basa en la posesión de recursos en manos de determinadas personas, se producen situaciones de injusticia social. Es por ello que en ocasiones se habla de un reparto equitativo o un reparto de la riqueza para referirse a una situación opuesta en la que existe una mayor justicia de base.

Por tanto, un desarrollo equitativo es un proceso que se produce de manera equilibrada. Se aplica fundamentalmente al ámbito ambiental y social. Hace referencia a la utilización sostenible de los recursos ambientales y que no provoquen situaciones de injusticia social. Se trata no sólo de los recursos existentes, sino de los distintos procesos relacionados con el progreso y que no se suelen dar del mismo modo en diferentes regiones. Por ejemplo, dentro de una determinada zona, no existe un desarrollo equitativo cuando se tiene acceso a elementos del Estado de bienestar como sanidad sólo en determinados lugares. Un desarrollo equitativo supone dar valor a las personas de determinado territorio para avanzar en un progreso justo y razonable que tenga en cuenta la realidad social y económica para poder desarrollarse de manera adecuada.

Todos estamos llamados a ser agentes del desarrollo equitativo, haciendo que los poderes públicos, desarrollen medidas, que sirvan para el provecho del conjunto de la sociedad, sin exclusiones de etnias, colores, formas de pensamiento y filosofías de vida. Hemos de potenciar la creatividad del ser humano, formato que nos va a ser esencial en la vida económica y en el campo empresarial. Ésta se manifiesta primordialmente en la elaboración de proyectos e innovación de procesos que optimizan el uso de recursos y facilitan la producción de bienes y servicios que contribuyen al bien común de la sociedad. Ciertamente, todo ello debe llevarse a cabo en términos y con criterios económicos. Es innegable que cuando una empresa genera beneficios (valor agregado) es porque los factores de la producción han sido utilizados adecuadamente.

Sin embargo, puede ocurrir, y de hecho ocurre, que al mismo tiempo que se generan beneficios económicos, se atenta contra el patrimonio más valioso de la empresa: su gente. Esto sucede cuando la empresa opera en ambientes socioculturales caracterizados por la explotación de las personas, bajos sueldos y salarios, jornadas excesivas de trabajo, y muchas otras violaciones a los derechos humanos. Surge entonces la segunda condición para la distribución justa de la riqueza: la acción subsidiaria del Estado. El Estado debe ser un facilitador del desarrollo económico, secundar la actividad de las empresas, crear condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimular aquellas áreas de la economía que sean insuficientes, y sostener a los actores de ésta en momentos de crisis.

No debemos olvidar que la tarea fundamental del Estado en el ámbito económico es definir un marco jurídico que establezca reglas justas y transparentes entre los actores del libre mercado, para evitar que se den monopolios, oligopolios o competencia desleal, en la que una de las partes supera totalmente en poder a la otra, y puede reducirla prácticamente a la esclavitud. En efecto, el mercado no es capaz, con sus propios mecanismos, de garantizar una distribución equitativa de algunos bienes y servicios esenciales para el desarrollo de los ciudadanos, y es allí donde la complementariedad entre Estado y mercado se hace más necesaria. Más allá de las bondades del mercado y de las acciones subsidiarias del Estado, se encuentra la actividad concreta y cotidiana de los empresarios y dirigentes de empresa, elemento determinante en la distribución de la riqueza. Sólo con una formación moral sólida, que implica virtudes como la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir riesgos razonables, la lealtad en las relaciones interpersonales; la fortaleza en la toma de decisiones difíciles y dolorosas, y, sobre todo, la solidaridad y la fraternidad, se puede respetar la dignidad humana de los trabajadores.

Es un deber, en la agenda de un auténtico empresario con responsabilidad social, elevar el nivel de vida de los trabajadores e impulsarlos a su propio desarrollo mediante la capacitación y la oferta de espacios de crecimiento, ya que son estas acciones concretas las que permiten un reparto más justo de la riqueza.

Las nuevas corrientes políticas, de corte populista –y no hace falta mentar sus denominaciones-, están contribuyendo a la rebelión de la sociedad, sin contarle a la misma, cuales son los peligros de sus planteamientos. Ocultan, sus verdaderos objetivos, si es que los tienen, y con determinadas ideas, siguen nadando contracorriente, retrotrayéndose a unos ideales primitivos, caducos y faltos de credibilidad. El mundo necesita un cambio, una transformación en todos los órdenes. Al parecer, no nos ha servido de nada, haber vivido algo más de tres siglos de momentos históricos.

Un informe del Banco Mundial calcula que casi 1.200 millones de personas viven actualmente con una renta máxima de un dólar diario, lo que supone que cerca de la cuarta parte de la humanidad se encuentra en una situación de extrema pobreza, sin poder cubrir siquiera sus necesidades nutritivas. El mismo informe estima que, si pobreza es "tener hambre, carecer de cobijo y ropa, estar enfermo y no ser atendido, y ser iletrado y no recibir formación", el 46 por ciento de la población mundial padecería estas condiciones ya que 2.800 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios.

Se ha calculado la diferencia de rentas per cápita a mediados del siglo XVIII y se estima que la de Europa occidental era sólo un 30 por ciento superior a la de la China y la India, la misma desigualdad que existe ahora entre España y Bélgica. Al comenzar el siglo XIX, la diferencia entre los países más ricos y más pobres del mundo era ya de tres a uno; en 1900, de diez a uno y, en la actualidad, la desigualdad de rentas llega a ser de 60 a uno. Pero la experiencia enseña también que es posible abandonar el pelotón de rezagados y unirse a los que van en cabeza, como recientemente han hecho algunos países del Sudeste asiático e Irlanda.

El reparto equitativo de la riqueza, sería pues, una forma de dar a cada uno lo que le corresponde. Pero, ¿esto no lo pone en práctica el cristianismo? El reparto justo de los llamados bienes de consumo, es decir, el esfuerzo y el tiempo dedicado a procurarse alimentos, vestidos, cultura, espiritualidad y un refugio donde vivir, ya era para las primeras comunidades cristianas, una profunda preocupación, ya que la sociedad de los primeros siglos, padecía situaciones análogas a la nuestra. Si sabemos repartir nuestros bienes, estaremos en el buen camino. Pero, mientras existan desigualdades y marginalidad, seguiremos teniendo situaciones de rebeldía. Mientras unos, con determinados poderes económicos, someten a los otros, la mayoría social, no vamos a tener lo que denominamos Paz Social. Solo el reparto justo y equitativo de los bienes, nos darán épocas de paz y bonanza.

Debemos plantearnos lo que hemos expuesto, y sobre todo, debemos reivindicar que la cultura, sea la voz triunfante, porque como decía don Miguel de Unamuno: … solo la cultura nos da la libertad … ¿Nos suena de algo?

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