Algo está sucediendo en los comienzos de la campaña electoral de Estados Unidos, lanzada especialmente tras la convención del partido demócrata en Milwaukee. Personalmente no me ha parecido nada ejemplar la requisitoria de los Obama contra Trump, en nombre de la democracia: no recuerdo nada semejante por su virulencia –aunque no soy especialista- de otro presidente de Estados Unidos contra el sucesor al cabo de su primer mandato.
Cuando Barack Obama lanzó su discurso el miércoles 19 de agosto, habían sido ya enviados a los medios por la oficina de prensa amplios extractos de su contenido, especialmente los ataques a Donald Trump. La reacción no fue menos vehemente: repitió ideas repetidas, en el sentido de que el responsable de su elección fue el “primer afro-americano” que ocupó la presidencia de Estados Unidos, por el conjunto de fracasos que le hicieron negativo e ineficaz.
La acusación más grave de Obama contra Trump afectaría a su déficit de sentido democrático, aunque no llega al extremo de Bernie Sanders, que comparó el actual momento histórico con el de la Alemania nazi; el reto de noviembre es la “salvaguardia de nuestra democracia”. Según mi traducción, Barack Obama habría dicho que no esperaba que abrazara su visión ni siguiera sus políticas, pero sí “esperaba, por el bien de nuestro país, que Donald Trump mostrara algún interés en tomar su trabajo en serio, acabase por sentir el peso del cargo y descubriera alguna veneración por la democracia que había sido colocada bajo su protección”. Y añadió: “pero no lo ha hecho nunca”. De ahí el espacio dedicado en el discurso a demostrar que un segundo mandato representaría un peligro esencial para los fundamentos de la democracia americana.
Por lo demás, no parece muy democrático utilizar en el debate partidista la terrible extensión de la pandemia causada por el coronavirus, cuando nadie puede establecer hoy, con datos científicos y racionales, cuál es la mejor política. Otra cosa son las posibles mentiras, pero nunca ha llegado Trump a falsedades como la de ampararse en consejos científicos que no existían, como por estos pagos.