La idea de que el poder político está –y existe- para servir a los ciudadanos y respetar la buena convivencia social y civil entre todos, parece haber desparecido de la perspectiva mental de muchos profesionales de la política.
Las buenas orientaciones de buscar el “bien común” de todos los ciudadanos, de respetar la libertad de las personas y a las personas en sí mismas, da la impresión de no estar muy de moda.
¿Qué diríamos si un día los parlamentarios tuvieran la inspiración de imponer a los alumnos de 3 a 18 años la obligación de cantar la “internacional” con el puño alzado, o el “cara el sol” con la palma de la mano alzada? Quizá no pocas personas protestarían con los calificativos pertinentes para esas medidas. Otros las pondrían al mismo nivel de las disposiciones de Stalin, Hitler, Mao Tse Tung, si todavía estos nombres dicen algo.
El gran pecado que tendrían de común esas “leyes” sería el de arrebatar los hijos a los padres; el de tratar de manipular las conciencias de los hijos, y arrancar de las familias la libertad de educar a sus hijos. En definitiva, la de manipular a las personas.
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