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La normalidad

A los mayores se nos plantea una duda existencial. ¿Cuál es ahora nuestra normalidad? ¿En qué consiste?
Manuel Montes Cleries
jueves, 6 de agosto de 2020, 08:41 h (CET)

La vida de los mayores ha recibido una convulsión extraordinaria a lo largo de los últimos cinco meses. Hemos pasado de un status quo bastante estabilizado, en el que hemos asumido nuestros roles de mayores activos, a una incertidumbre cimentada en el miedo a la situación sanitaria y a las dudas provenientes de la información. Al final de todo esto nos encontramos con un pavor cerval a las calles y a las actividades que impliquen trato con nuestros semejantes.

Les pondré un ejemplo. No he conseguido superar el temor a entrar a un café para desayunar o comer con mi familia más próxima en un restaurante. Por otra parte toda la actividad que hacemos los mayores como voluntarios se ha visto interrumpida al considerarnos “población de riesgo”. Que lo somos.

La psicosis que se ha producido conduce a los miembros de tu familia a impedirte tomar un espacio de libertad que psicológicamente necesitamos. Lo que no hacen con los jóvenes, que como tienen bula especial, hacen de su capa un sayo y contaminan a diestro y siniestro sin conciencia alguna.

He decidido crear una “normalidad distinta”. Apenas llegue septiembre voy a volver a dar clases presenciales a mis queridos alumnos, a darme un paseíto mañanero por las calles de mi barrio, a practicar un poco de natación (con la máxima seguridad posible) y a reunirme una vez al mes con mis amigos de siempre para comer y convivir. Creo que debemos recuperar un riesgo asumible. También muere la gente de gripe y de accidentes vasculares. No podemos seguir confinados, en beneficio de nuestra salud mental.

Ayer jugué dos partidas de dominó, con mis amigos y vecinos del hogar de mayores. Con mascarilla y desinfectado frecuente de manos. Para mí es una heroicidad. Un gran paso. Si siguiera acobardado acabaría encerrado debajo del colchón y cogería el virus de la vejez mental.

Acabaré con un grito reivindicativo: ¡Carpe diem! Leo en Internet la frase completa de Horacio: “carpe diem quam minimum credula postero”, que en español puede entenderse como el siguiente consejo: “aprovecha cada día, no te fíes del mañana”. 

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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