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La discriminación racial

Francisco Arias Solís
Redacción
martes, 30 de enero de 2007, 20:25 h (CET)
“¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!”


Federico García Lorca

La distribución de la riqueza ha sido sustituida, paulatinamente, por el asistencialismo, el rico ha dejado de ser el oponente del pobre y son los mismos pobres los que se enfrentan entre sí, y el Tercer Mundo se ha ido trasladando a cualquier barriada marginada de nuestras ciudades. De esta manera se están creando sociedades diametralmente opuestas y cada vez más radicalizadas en sus posiciones dentro de las mismas zonas geográficas.

La no discriminación por razón de raza fue la conquista más importante que brotó sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. El genocidio nazi horrorizó a los propios nazis que pudieron comprobar que la monstruosa crueldad del hombre es ilimitada.

El racismo conduce directamente a la ley de la selva, como si el hombre no hubiera avanzado nada desde las cavernas.

Los racistas, como todos los fanáticos, siempre encuentran sectores que los animan en sus comportamientos. Son aquellos ciudadanos que incitan a los actos vandálicos tales como la quema de viviendas, los linchamientos públicos o la prohibición de acceso de menores a los centros de enseñanza. Los movimientos racistas amenazan con seguir creciendo, incitando a la xenofobia y actuando sobre determinados sectores de los barrios marginales.

Nuestra Constitución que proclama el fin de la discriminación, generó la esperanza de un cambio de actitud con respecto a las minorías étnicas. Sin embargo, el fenómeno racista se sigue manifestando en nuestro país a niveles preocupantes.

En España es la comunidad gitana quien soporta de una manera acuciante los comportamientos racistas. A la marginación y miseria de familias enteras gitanas se une un nuevo componente, el miedo a que grupos de vecinos o patrullas ciudadanas extremistas cometan las mismas barbaridades, que en ciertas poblaciones, obligándoles a desalojar sus domicilios.

Los pueblos necesitan de su cultura para seguir siendo pueblo, para seguir viviendo. Lo adecuado es la comprensión, el respeto y el fomento de la entidad cultural gitana. La cuestión gitana no es sólo un problema a resolver, sino que debe ser también una cultura a descubrir y asumir.

Los comportamientos racistas nunca debieran tener cabida en una sociedad democrática y el derecho penal debe responder adecuadamente para erradicar los comportamientos racistas y xenófobos. Es lamentable que existan personas en nuestro país que se jacten públicamente de impedir el acceso de los niños gitanos a las escuelas pero más lamentable es que se carezca de tipos delictivos adecuados que penalicen dichas actitudes.

El racismo y la xenofobia es la batalla del momento. Todos hemos de colaborar a que estos problemas sean afrontados sobre unas bases sólidas de entendimiento y solidaridad. Pero en este combate, como en otros muchos los medios de comunicación social juegan un papel importante y deben estar atentos al silencio sonoro y al grito sordo de las minorías. Y es que, como dijo el poeta: “Si los silencios no hablasen / nadie podría decir / lo que callan las palabras”.

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Entre las múltiples experiencias que he vivido a lo largo de mi vida destacan las tres semanas que permanecí embarcado, allá por los ochenta, en el Ramiro Pérez, un barco mercante en el que realicé el viaje Sevilla-Barcelona-Tenerife-Sevilla enrolado como un tripulante más.

Una rotonda es el espejo de una sociedad. Cuando quieras saber cómo es un país, fíjate en cómo se aborda una rotonda, cómo se incorpora la gente y cómo se permite –o no– hacerlo a los demás. Ahí aparece la noción de ceda el paso, esa concesión al dinamismo de la existencia en comunidad, la necesidad de que todo esté en movimiento, de que fluya la comunicación y que todo el mundo quede incorporado a la rueda de la vida.

 
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