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A la memoria de mi amigo Alberto Carreón Rosales

​La muerte no avisa, la vida sí

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La muerte no avisa, puede ser tan súbita que frecuentemente pilla en el momento menos pensado y esperado; toda la existencia nos persigue hasta que nos aprehende, y si por fortuna reparamos en ello, caemos en cuenta que la vida sí avisa de su paso en cada instante.

Hace tres días recibí una llamada telefónica a través de la cual me notificaron la muerte inesperada de un querido amigo de mi misma edad.

Mi amigo había muerto sin que le precediera enfermedad aparente alguna.

Una arritmia matutina se convirtió a mediodía en un paro cardiaco que le arrebató la vida a un ser lleno de planes y con mucha vida por delante.

No di crédito, es más, aún sigo pensando que mi amigo está vivo, y que, seguramente está trabajando como de costumbre.

Pero no, la muerte no avisó y se lo llevó para siempre.

Me queda claro que en tiempos de pandemia la muerte pulula por todos lados y arrebata existencias sin hacer excepciones.

La muerte no avisa, la vida sí.

La vida anuncia su paso sin que nos demos cuenta.

Sin que nos percatemos, la vida nos envuelve y apretujados nos lleva a recorrer sus senderos.

En forma de oxígeno la vida impulsa nuestro motor sin que reparemos en ello.

Cegados por el día con día no escuchamos su susurro cerebral, ni atendemos su palmada en la espalda que nos hace tomar impulso.

La vida es vida en la medida que la paladeamos, que la degustamos y perdidos en su engrane maravilloso caemos en cuenta que en realidad es una con la muerte.

Muerte y vida son inseparables, como inseparables son el día y la noche.

La muerte no avisa, la vida sí, pero sólo para aquellos que tienen los sentidos prestos a fundirse en sus misterios y en sus secretos que están a la vista de todos.

La vida avisa que está circulando entre nosotros cuando marchamos despiertos a los increíbles detalles que hacen única la existencia.

Al avisarnos de su paso, la vida nos habla con un lenguaje por el cual todo cobra otra dimensión y toma mayor profundidad.

Dimensión y profundidad que son el caldo de cultivo para desentrañar el misterio de la existencia.

Misterio que es único para cada quien.

Cada quien tiene frente a sí un trozo del gran enigma que envuelve la vida.

Pareciera que, entrados en el camino iniciático de la vida, el llamado se sintetiza en breves palabras: despierta, vive a plenitud, despréndete de lo que te ata. Sé libre.

La muerte no avisa, la vida sí, porque hay muertos en vida y no siempre todos los vivos están plenamente vivos.

Cabe la posibilidad de morir repentinamente, pero la vida no es repentina, pese a que tan sólo sea un suspiro ante la inmensidad.

He ahí la diferencia.

Vale la pena darse cuenta. Vale la pena intentarlo.

​La muerte no avisa, la vida sí

A la memoria de mi amigo Alberto Carreón Rosales
Abel Pérez Rojas
lunes, 20 de julio de 2020, 07:55 h (CET)

La muerte no avisa, puede ser tan súbita que frecuentemente pilla en el momento menos pensado y esperado; toda la existencia nos persigue hasta que nos aprehende, y si por fortuna reparamos en ello, caemos en cuenta que la vida sí avisa de su paso en cada instante.

Hace tres días recibí una llamada telefónica a través de la cual me notificaron la muerte inesperada de un querido amigo de mi misma edad.

Mi amigo había muerto sin que le precediera enfermedad aparente alguna.

Una arritmia matutina se convirtió a mediodía en un paro cardiaco que le arrebató la vida a un ser lleno de planes y con mucha vida por delante.

No di crédito, es más, aún sigo pensando que mi amigo está vivo, y que, seguramente está trabajando como de costumbre.

Pero no, la muerte no avisó y se lo llevó para siempre.

Me queda claro que en tiempos de pandemia la muerte pulula por todos lados y arrebata existencias sin hacer excepciones.

La muerte no avisa, la vida sí.

La vida anuncia su paso sin que nos demos cuenta.

Sin que nos percatemos, la vida nos envuelve y apretujados nos lleva a recorrer sus senderos.

En forma de oxígeno la vida impulsa nuestro motor sin que reparemos en ello.

Cegados por el día con día no escuchamos su susurro cerebral, ni atendemos su palmada en la espalda que nos hace tomar impulso.

La vida es vida en la medida que la paladeamos, que la degustamos y perdidos en su engrane maravilloso caemos en cuenta que en realidad es una con la muerte.

Muerte y vida son inseparables, como inseparables son el día y la noche.

La muerte no avisa, la vida sí, pero sólo para aquellos que tienen los sentidos prestos a fundirse en sus misterios y en sus secretos que están a la vista de todos.

La vida avisa que está circulando entre nosotros cuando marchamos despiertos a los increíbles detalles que hacen única la existencia.

Al avisarnos de su paso, la vida nos habla con un lenguaje por el cual todo cobra otra dimensión y toma mayor profundidad.

Dimensión y profundidad que son el caldo de cultivo para desentrañar el misterio de la existencia.

Misterio que es único para cada quien.

Cada quien tiene frente a sí un trozo del gran enigma que envuelve la vida.

Pareciera que, entrados en el camino iniciático de la vida, el llamado se sintetiza en breves palabras: despierta, vive a plenitud, despréndete de lo que te ata. Sé libre.

La muerte no avisa, la vida sí, porque hay muertos en vida y no siempre todos los vivos están plenamente vivos.

Cabe la posibilidad de morir repentinamente, pero la vida no es repentina, pese a que tan sólo sea un suspiro ante la inmensidad.

He ahí la diferencia.

Vale la pena darse cuenta. Vale la pena intentarlo.

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