Libia se ha convertido en un nuevo escenario de guerras entre las potencias mundiales y regionales, con armas pesadas y millares de mercenarios a favor de los dos contendientes enfrentados desde la muerte de Gaddafi.
Ni el embargo de armas, ni la conferencia de reconciliación celebrada en Berlín a principios de año, ni el apoyo de las Naciones Unidas al Gobierno asentado en Trípoli frente a la rebelión del llamado Ejercito Nacional que dirige el mariscal Haftar, han impedido una dramática escalada en esta guerra civil que cada se asemeja más a la que está asolando a Siria.
Turquía apoya militarmente y sin rodeos al Gobierno de Trípoli dirigido por el islamista Serraj, con la mirada puesta en el petróleo y el gas libios al socaire de la afinidad religiosa e ideológica, mientras Rusia hace lo propio con el rebelde Haftar, que domina la parte oriental del país.
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